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11 de Julio 2003

Querida amiga, he descubierto el placer profundo de tomar el sol. Tiendo la piel, mi piel, sobre esa silla playera que tenia olvidada mamá y permanezco ahí, quieta, inundada por el silencio que a veces silba. Creo la mejor parte es cuando pierdo la realidad entre segundos mal contados y me halló dentro de algo más grande que yo, o al menos así es como lo siento, espero lo hayas podido sentir alguna vez tú también. Y entonces, dentro de la catarsis puedo romper con la vida, me he dado cuenta de la forma tan cruel en la que nosotras las mujeres escondemos en vía publica la violencia. Como la vez en que me enredé con ese tipo (ya sabes, él que me hizo llorar tanto) mis amigas que lo conocían cuando les conté que salía con él me miraron con horror y rechazo, por más que intentaban explicarse no encontraban palabras correctas para decirme todo lo que iba a doler, y cuando llegaba con el corazón roto solo exclamaban ‘‘es que él es así’’ -¿así cómo?- ¡como un imbécil que solo te manipulara y drenara lo que pensaste era tuyo!, eso debieron decir, pero no fue así solo miraron con resignación mi dolor.

Si alguna mujer se hubiera parado frente a mí para decir todo lo que vivió con él ¿crees que le hubiera creído? ¿Me hubiera puesto a pensarlo dos veces? O ¿hubiera entonces podido ver todos esos focos parpadeando que indican ‘‘peligro’’? No lo sé, una parte de mí desea que sí, pero la otra parte sigue doliendo, al ver como ellas, mis amigas, no pudieron nunca decirme la verdad como si estuvieran prohibidas esas palabras, pero no lo que él hizo conmigo, aún siguen hablándole. ‘‘¡Ay! Pero si nosotras te advertimos’’ eso dijeron cuando les conte y no supe cómo articular más palabras, siguen atravesando esas imágenes por la mente y una pesadez aparece en los brazos como si estuviera apunto de perderme en un caos. A veces, cuando tomo el sol veo la cicatriz de la rodilla recordando la calle de noche, nuestras risas, su cara de enojo antes del grito, como se desgarro el pantalón contra el pavimento frío y yo ahí, tirada, con el sentimiento de soledad en cada poro y el corazón latiendo por los oídos.

He pensado mucho este asunto. Ya han pasado 8 meses desde que me aleje y no te mentiré, tengo la determinación de descubrir cómo es posible que ellas sigan frecuentándolo sabiendo lo que hace. Una tarde, mientras con los ojos cerrados se proyectaba lentamente cada pensamiento llegue a la conclusión del temor que existe no solo por hacernos oír sino por hacernos notar. Estamos tan acostumbradas a ser sombra que no salimos a menos que haya algo más luminoso frente a nosotras, o sea, ellos. Si nos atreviéramos a ser ahora la luz nadie podría negarse a voltear la cabeza o escuchar lo que se dice, nadie dudaría que es real. Pero, antes que podamos llegar a eso me di cuenta de que en automático le atribuimos a esta ‘‘luz’’ la esencial masculina, si empezáramos por desligar la idea de hombre a ‘‘todo aquello que se logra ver’’ o, mejor dicho, a lo público, podríamos estar en su lugar sin tener que buscar respaldo en alguien más.

Otro día en el que me contaba los pelillos del abdomen entendí la herida que tenía al ver como mis amigas seguían en contacto con él. El exilio al que me mandaron por callar, por volverme otro número en la lista de jóvenes a las que lastima. No, lo que arde en el corazón es ver cómo para ellas el daño que hacen los hombres es tan normal que sigue siendo dignos de brindarles una amistad.

He de revolverme lo suficiente para dudar de los sucesos las veces que sean necesarias, para lograr ver con ojos de ciego la vida, aunque duela como látigo. ¿Qué pasa si todo esto es falso? ¿Si en realidad la dignidad que deseo obtener no es más que distopía de la que no sé por donde empieza? Y tal vez, este bucle pierde el tacto del presente donde estoy y soy la culpable. Por último y con gran pena, te comparto que también tengo la determinación de desangrarme por no entender este pacto que pincha sin cesar mi alma.

Querida, esta carta comenzó con unas ganas profundas de hacerte llegar mis reflexiones y he terminado con una tristeza que hace sonar el agua. Espero no haya despertado en ti una preocupación que no tiene lugar, pues sabes que fluir lo necesario para encontrar la calma, pero por el momento saberte aquí me hace sentir lejos de la soledad de aquella noche. Deseo pronto recibir respuesta tuya, las ansias por leerte están presentes. Sin más que decir me despido.

Con cariño, Med.

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