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Una verdad piadosa

Por Paolo Sánchez

En medio de la discusión sobre la incorporación de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional, el presidente Andrés Manuel López Obrador reconoció haber cambiado de opinión con respecto a su estrategia de seguridad al ver que el problema de violencia y crimen organizado que le habían heredado a su gobierno sobrepasaba las capacidades de los mandos civiles.

 

En esos mismos días, el propio presidente confesó en conferencia matutina, haberse equivocado con los ministros que había propuesto para la Suprema Corte de Justicia de la Nación pues se habían olvidado de los procesos de justicia y transformación que el gobierno promueve.

 

Pese a que se cree que harían  buena pareja, la verdad y la política llevan buen rato mirándose con recelo. Incluso en nuestros tiempos, en que la transparencia es requerida y obligada; en que el mundo nos acecha todos los días resguardado en nuestro bolsillo; la verdad política se rehúsa, obtusa y convencida, a entregarse a la mirada pública, por lo menos casi siempre.

 

El autor de Los Viajes de Gulliver Jonathan Swift, considera a la mentira como “el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables y hacerlo a buen fin”; la filósofa alemana Hannah Arendt dice no saber de nadie que ponga a la veracidad entre las virtudes políticas; Condorcet, por su parte, aboga por abolir el error reconociendo que el paso de este a la verdad puede traer consigo ciertos males; ¿qué tienen que ver estas consideraciones con los eventos comunicativos recordados en los primeros párrafos? Ante las declaraciones del presidente mexicano algunos analistas se dijeron sorprendidos de que el mandatario, como pocas veces, reconociese el cometimiento de un error.

 

Si bien ambos ejemplos son distantes y responden a coyunturas diferenciadas constituyen a mi parecer oportunos ejemplos de cómo reconocer, desde la comunicación política, equívocos que puedan acontecer en el ejercicio de gobierno. ¿Acaso esto implica el soñado emparejamiento entre el oficio político y la sinceridad? En un primer vistazo, sería posible considerar que pocas cosas son más francas que juzgarse equivocado; sin embargo, el asunto da para más pues ningún acontecimiento semejante es en lo absoluto candoroso.

 

Las lisuras y la política sostienen un malquerer, entre otras cosas, por el hecho de que la organización y estabilidad de la comunidad depende del Estado y sus estructuras, por lo que un gobierno equívoco que de muestras de incompetencia puede desencadenar desencuentros con la población y un aminoramiento de su legitimidad, poniendo en riesgo así las relaciones políticas y sociales de la propia colectividad. Reconocer un error en una coyuntura inapropiada y de forma descuidada puede resultar muy dañino para la organización.

Sirvan las siguientes líneas como tres consideraciones generales para la elaboración de estrategias comunicativas que busquen transmitir un error, tomando en cuenta que los contextos particulares son relevantes y que una sola fórmula no necesariamente responde de manera satisfactoria a todos ellos.

 

Primeramente habría de señalarse que la comunicación, como la política, no es transparente y en ella se enmarcan una serie de rasgos simbólicos (como la ideología, la identidad, la percepción, el poder o la cognición) que exigen, o por lo menos hacen deseable para la articulación de un mensaje político el observamiento de indicadores y análisis de una serie de informaciones. Así, uno de los primeros elementos medulares a abordar es el conocimiento de un público: sus preferencias mayoritarias,  rasgos culturales y comportamientos habituales. Si López Obrador argumenta haber cambiado de opinión con respecto a la participación de las fuerzas armadas en labores de seguridad civil, los posibles riesgos de tal declaración no resultan considerablemente altos en tanto el ejército es una de las instituciones con mayor aceptación por parte de la ciudadanía mexicana (alcanzando un 62% de acuerdo con Simo Consulting). Que el gobierno actual sea tan aprobado por un sector mayoritario de la sociedad es también un indicador favorable.

 

Otro recurso a ponderar es el no asumir plenamente las responsabilidades y, si es posible, que estas se enmarquen en procesos de polarización (no entendida como en la discusión pública se ha retratado, sino como un proceso político inherente de la discusión democrática y, en todo caso, como una división preexistente a cualquier gobierno contemporáneo): Si el jefe del ejecutivo se equivocó con los ministros propuestos para la Suprema Corte es porque ELLOS no han realizado las labores correspondientes y si debió cambiar la estrategia de seguridad es porque los gobiernos anteriores (del PAN y del PRI)  heredaron un problema irresuelto. Cuando la responsabilidad es compartida, la desconfianza también lo será, y si el desacierto inerme es cometido por el enunciador, este será menos castigado que el resto.

 

Por último, no hay necesidad de reconocer un error si no es para obtener algo más: Cuando López Obrador reconoce haber cambiado de opinión, es porque quiere incorporar la Guardia Nacional a la SEDENA y el reconocimiento de dicha inconsistencia permite justificar y legitimar una política pública o una determinación organizacional.

 

Aunque la exactitud y las determinaciones políticas guardan necesaria distancia, en ocasiones se permiten el cortejo. Asumir inadvertencias no es solo un sano ejercicio de transparencia, sino una forma interesante de articular la política en tiempos de desconfianza y de prometida transformación.

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