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Cantando al sol como la cigarra…

Por Ángel  Estrada

 

En Latinoamérica ha sido difícil construir democracias sólidas, pues no pocas veces han llegado al poder una serie de gobiernos a través de procesos electorales fraudulentos, guerras sucias o golpes de Estado; estos últimos, guste o no, generalmente con la mano metida de los gobiernos estadounidenses. Desde los años ochenta, al pueblo latinoamericano se le ha dejado a merced de los grandes capitales, porque luego del golpe de Estado que derrocó a Allende, en Chile se instauró un modelo económico que de a poco se extendió por prácticamente toda Latinoamérica. Desde entonces ha sido una regla que los gobiernos neoliberales respondan a los intereses económicos propios y de las cúpulas empresariales más grandes, y no centren sus esfuerzos en la generación de políticas públicas de bienestar. Es evidente a todas luces el fracaso de este modelo económico para generar desarrollo social y mitigar la pobreza luego de casi cuatro décadas. Dicha política económica ha ido acompañada del abandono de los gobiernos para con la gente; abandono que hace que muchos comiencen a cuestionarse sobre el valor que tienen, ya no solo como ciudadanos, sino como personas, como seres que no son ajenos al ser cultural y político forjado en su entorno social. También da lugar a que nazca la cuestión acerca de dónde radica la importancia de los procesos democráticos cuando estos están manchados por corrupción y fraude, o cuando los gobiernos elegidos democráticamente no son consecuentes con las demandas de la sociedad y esta se queda en la misma situación, o peor, cuando pese a elegir por la vía institucional a un gobernante, fuerzas militares lo quitan sin mucho esfuerzos. ¿Y entonces cuál es el sentido de elegir gobiernos en países con políticas socioeconómicas e instituciones fallidas? Al parecer está pregunta se ha replicado en diferentes latitudes del cono sur en los últimos meses. Ha quedado en evidencia el desastre socioeconómico y cultural que ha dejado a su paso el neoliberalismo. América Latina ha sido saqueada y desangrada desde hace décadas por los gobiernos que adoptaron este modelo, y por las grandes transnacionales que solo han abierto las llaves por donde fluye dinero que va directo a sus carteras sin derramar beneficio mayor en la población. En su libro, "Las venas abiertas de América Latina", Eduardo Galeano planteaba que la pobreza y el subdesarrollo no son un "estado natural" propio de Latinoamérica, sino que se debe al saqueo histórico de las grandes potencias mundiales en esta región. Asegura que "nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros". Y lo que Galeano plantea adquiere sentido cuando vemos políticas económicas sublevadas a las demandas del Fondo Monetario Internacional, que terminan por afectar a la población más pobre. Lo anterior se ha visto reflejado actualmente en diferentes países latinoamericanos que han hecho notar su hartazgo hacia este sistema político-económico que ha acrecentado las desigualdades, que usa cifras a su conveniencia (en América Latina ha disminuido el porcentaje de pobreza pero ha aumentado el número de pobres), que habla de libre mercado pero sin un mínimo de ética, que atenta contra los derechos humanos con represión y violencia, que acrecentó la corrupción y debilitó instituciones de impartición de justicia a su modo, que ha hecho más costosa la vida de los ciudadanos, etc. Hace unas semanas decía que en América Latina se vislumbraba una luz de esperanza debido al retorno de la izquierda al poder y a las diferentes expresiones ciudadanas que tomaron el control de las calles, ¿pero realmente es así? En 2018, México eligió la vía democrática e institucional como una posible salida a los graves problemas de corrupción, impunidad, violencia, pobreza y falta de oportunidades. Andrés Manuel López Obrador representa quizá la última oportunidad para que un gobierno en México comience a dar resultados en estas materias, antes de que el hartazgo desate crisis como las que actualmente vemos en el cono sur (para nada es un deseo). Y pese a esto, luego de casi un año hay muchísimas dudas que surgen de decisiones y políticas difíciles de concebir en un gobierno que se dice de izquierda. En resumen, AMLO tiene un gran reto por delante para despresurizar una olla exprés y estabilizar a un país que le fue entregado —hay que decirlo— a modo de cementerio. Argentina también ha elegido este año la vía democrática para regresar al kirchnerismo a la presidencia, de la mano de Alberto Fernández, después de una lamentable administración macrista. Sus retos también son mayores, deberán impulsar la economía y corregir el rumbo sobre ciertas decisiones que los hicieron perder la presidencia en las elecciones donde Macri resultó electo. Más importante, deberán honrar a lo mejor del peronismo nuevamente. Chile y Ecuador dan ejemplos plausibles de lo que representa el hartazgo antes mencionado y el poder que tiene la sociedad en las manos. Ante decisiones económicas reprobables, impuestas por el FMI, los ciudadanos se han volcado a las calles para tirar aumentos al precio del metro (en el caso de Chile) y revertir la cancelación de los subsidios al combustible (en el caso de Ecuador). Lo han logrado, pero aquellos problemas son solo síntomas de un malestar mayor, solo eran la punta de un iceberg inmenso: el pueblo chileno sigue en las calles exigiendo la renuncia de Piñera, apelando a reducir la desigualdad y los costos de vida, a terminar con la represión y a no dejar rastro alguno de la dictadura pinochetista con la creación de una nueva constitución política. Y no cabe duda de que, a los agigantados pasos que están dando, pronto habrán de lograrlo. Por otra parte, en Brasil, Lula Da Silva ha sido liberado luego de un año y ocho meses de permanecer injustamente en la prisión, a causa de juicios políticos malintencionados y llenos de irregularidades, de la mano del juez Sérgio Moro (me permito aquí recomendar al lector ver el documental "Al filo de la democracia", disponible en Netflix y otras plataformas, para entender lo sucedido en Brasil los últimos años con Lula y Dilma Rousseff), lo cual representa un triunfo más para los movimientos progresistas y para la izquierda. En Uruguay, aunque complicado, es muy probable que la izquierda de Mujica se mantenga en la presidencia. Pero esa luz que menciono, con todos los retos encima, se ha visto opacada por el infame Golpe de Estado propiciado por el ejército y fuerzas opositoras a Evo Morales en Bolivia en días recientes, en complicidad de instancias internacionales como la OEA, que han dejado de responder a los intereses de la democracia para responder a intereses cupulares. Evo dio resultados increíbles durante su gobierno y quizá sea de los mejores presidentes latinoamericanos del siglo XX y lo que va del siglo XXI: sus políticas económicas, alejadas del neoliberalismo, redujeron la pobreza, acortaron desigualdades, mantuvieron un crecimiento del PIB de 4% anual, aumentaron la recaudación, etc. Quizá por eso causa tanto escozor a los conservadores. Evo pecó en dos ocasiones: la primera, al sacar a miles de bolivianos de la pobreza y brindarles oportunidades de desarrollo social, desafiando a los sistemas económicos dominantes. Y en la segunda, pecó de soberbia al no querer o no ser capaz de formar cuadros que le pudieran transmitir la suficiente confianza para sustituirlo. Pecó al querer aferrarse a la presidencia. No obstante, en ningún escenario un golpe de Estado puede aplaudirse. No en el s. XXI. No con los antecedentes históricos de golpes de Estado en América Latina. Es debatible, y desde mi percepción, negativo, que Evo quisiera ejercer el poder por cuarta ocasión, pasando por encima de la Constitución de su país y del propio referéndum que convocó para saber si los bolivianos aceptaban que se postulara nuevamente, y que perdió. Pero actos que parecerían antidemocráticos no se combaten con actos más antidemocráticos, y menos cuando estos encarnan los peor del fascismo y el autoritarismo militar. El rumbo de Bolivia hacia el futuro se torna oscuro con la llegada de una mujer a la presidencia interina, a la que ningún boliviano votó, y que fue llevaba al poder por militares. Su entrada con biblia y crucifijo en mano al palacio de gobierno, y con un discurso de odio hacia la población indígena y hacia su bandera, la whipala, recuerda lo peor de la conquista hace cinco siglos. Agréguese aquí el hecho de que intereses económicos turbios rondan por aquel país desde hace mucho tiempo. En Norteamérica hay más de uno frotándose las manos en este preciso momento. En suma, Bolivia hoy sufre más que nunca, y nuestros ojos deben estar centrados ahí, cerrando paso a la indiferencia y llamando a que la salida a la crisis sea a través del diálogo y la vía institucional y democrática. No hay otra manera correcta. Concluyo. Aún con los reprobables actos acontecidos en Bolivia, hay luces de esperanza cruzando los cielos de Latinoamérica. No dejemos que lo peor del s. XX regrese a tirar lo que tanto ha costado recuperar. No permitamos que vuelvan a surgir los discursos de odio, de racismo, de clasismo, o que vuelva la censura, los horrores de las dictaduras militares y las violaciones a derechos humanos. Que los muertos a causa de la represión y las balas no hayan muerto en vano, sino que sean símbolo de una lucha que dará frutos, y que los responsables de esas muertes nunca olviden los rostros de quienes mataron. Que el canto de Walsh, en voz de Mercedes Sosa: "Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal porque me mató tan mal, y seguí cantando", se haga realidad y que nada pueda callar a las millones de voces que al unísono exigen justicia en todos los sentidos posibles. Y sobre lo recuperado, apelo a que trabajemos mano a mano y construyamos presentes y futuros más justos para todos, donde todo acto fascista y autoritario sea solo parte de un oscuro e irrepetible pasado, y donde las voces de quienes escupen odio sean opacadas por las de quienes claman por la dignidad, la libertad y la justicia.

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