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Crecer

Por Melissa Cornejo.

Retomo mi espacio para escribir todo eso que me ha dado vueltas por la cabeza. He escrito en anteriores entregas sobre el sufrimiento humano y la desesperación; sobre el regreso a la alegría y cómo lograr una relación sana con ella. Sin embargo, ni ustedes, ni yo, sabíamos qué seguía después de la alegría, o durante-después de ella. Ahora lo sé y quiero compartirlo.

Con el regreso de la felicidad, comencé a sentir la necesidad de embarcarme en proyectos que me motivaran y me mantuvieran “despierta” emocionalmente. Eso no es cosa nueva, sin embargo, esta vez no me enfrasqué en un proyecto ajeno, lejano, o en el que podría poner el dinero y la vida, para verlo fracasar meses después. Esta vez, me elegí a mí como mi mejor proyecto.

Romántico, ¿no? Sí, en el papel. Pero no todo ha sido sencillo. ¿Qué significa elegirme a mí como proyecto? Chiquearme, comprarme cosas y consentirme, claro. Pero también ha significado arreglar asuntos que tenía pendientes, heridas con las que había aprendido a vivir —pero que me iban entorpeciendo el camino—, llevarme de la mano a hacer cosas que toda la vida me habían dado miedo, elegir lo mejor, pero no lo más fácil.

Crecer se siente como eso: como llevarte de la mano a ti misma a hacer todo eso que te daba miedo, y cuando miras a la persona que tienes junto a ti, no es sino la niña, o la adolescente que algún día fuiste.

Cuando éramos niños y nos dolían los huesos, nos decían que eran los “dolores del crecimiento”, y que era algo normal. Olvidaron decirnos que también el crecer hacia dentro puede sentirse un poco así. Pero que está bien. Que crecer es doloroso a veces, pero que te elijas, que te elijas siempre.

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