Han sido diversas las afectaciones que han sufrido las infancias durante esta pandemia, a grandes rasgos: han tenido que someterse a un sistema educativo en línea que carece de estructura y las consecuencias no son sólo un retraso en su educación sino la cantidad de deserción masiva, y en ese sentido, las afectaciones que esto conlleva como las consecuencias de la falta de condiciones materiales para tener un lugar acondicionado y personal únicamente para las tantas horas de estudio, además de la afectación en su desarrollo social y las consecuencias emocionales que causa el no convivir con sus amigos y maestros. Así mismo, estas consecuencias las vemos más reflejadas en niños y niñas de educación básica pública de familias de clase trabajadora, de provincia o de las periferias, y es entonces, que esto ha ocasionado un incremento de violencia familiar al ser los niños y las niñas las principales personas en quienes los padres y las madres proyectan las manifestaciones de violencia.

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Según el Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la CDMX, se registró un incremento de 24.5% en los reportes de violencia doméstica, en ese sentido, 24 atenciones que se dieron del 14 al 25 de marzo, 66% corresponden a violencia física; 22% a violencia emocional, 5% agresiones sexuales y 3.5% económica. [1]

A partir de que le Secretaría de Educación Pública, tomara la decisión de impartir clases a nivel básico a través de la televisión abierta y por radio, se evidenció también la gran brecha tecnológica del país, pues era evidente, que gran parte de las familias mexicanas no cuentan con acceso a internet y mucho menos a un aparato digital inteligente, cosa que vulnera el derecho a la educación de muchos niños y niñas, sobre todo en comunidades rurales de estados como Chiapas y Oaxaca; esto sumado a los 4.8 millones de niños, niñas y adolescentes que antes de la crisis sanitaria no iban a la escuela. México, país en el que 1.8 millones de personas no gozan del servicio de energía eléctrica.