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El hijo del mar

Por: Jorge Kahel Ruizvisfocri Virgen

El atardecer era divino. Como si fuera la estampa de una postal, el sol iluminaba gentilmente la bahía en la que una docena de chiquillos correteaban jugando por la playa. Mientras tanto, un muchacho soltaba las amarras de su bote pesquero.

Me aproximé con mi primo en brazos y mis tíos hacia el muchacho; pues mi tío buscaba donde bucear. El muchacho lo dirigió con su padre, con quién mi tío conversó largo y tendido. Mientras conversaban, mi tía y yo nos quedamos con el muchacho que se preparaba para hacerse a la mar.

Mi primo veía con emoción el vaivén de las olas y entre balbuceos las llamaba “agua” cada vez que venían a nosotros. El muchacho vio el alboroto y nos dijo que ya le urgía nadar al bebé. Entonces mi tía le dijo que era muy pequeño, y el nos dijo que nadie es muy pequeño para el mar.

-Aquí arrimamos a los niños al mar al mes de nacidos. Es para que el mar los reconozca y ninguna corriente los quiera llevar. Los papás llevan a los niños a nadar, así como tortuguitas, y los zambullen tantito, para que el mar sepa que son sus hijos-. Así nos empezó a contar sobre la vida de la gente del mar.

-Pescamos mucho, para venderle a la gente que viene a conocer nuestro mar. En Semana Santa vinieron 15 camiones, como con 40 gentes cada uno. No sabíamos donde meterlos a todos- entonces remató - ¿Cómo ven, muchachos? -

Le pregunté que tal iba la pesca. -Mal- fue lo que dijo. -Mi “apa” dice que antes se sacaba una tonelada al pescar, pero ahora nos va bien si sacamos 50 kilos-. Nos contó que sacaban guachinangos, sardinas, chopas y a veces langostas. -algunas personas sacan todo el año, y otros por temporada. Lo mero bueno es cuando llegan los turistas, todos andamos pescando pa’ vender-.

Su hermano pasó corriendo y le preguntó que quienes éramos. -Unos señores- respondió el muchacho y el más pequeño se dio por satisfecho, siguiendo su camino. -Mi hermano ya casi está pa’ ir a pescar, en noviembre lo vamos a llevar-. Mi tía quiso saber que se necesitaba para salir a pescar al mar.-La verdad “ñora”, solo hay que aguantar el mareo. El mareo en el mar es lo más feo, el piso del bote se mueve y no hay ni pa' donde hacerse. Yo siempre veo pa'rriba, allá pa’ las rocas, y así le sigo-. Dijo eso con la experiencia de alguien que ha visto todos los temporales, y nos contó que ya llevaba cinco años saliendo a pescar.

-Me vengo con mi “apa” los fines de semana y los días que no tengo clase. Como ahorita hay huelga con los maestros, hay que ponerse a chambear y aprovechar los momentos que no pega el sol. Vieran muchachos, cuando el sol empieza a pegarle al bote, se pone como si uno caminara sobre brasas, y no se puede pescar-.

Nos preguntó si todos éramos buzos y mi tía le dijo que sólo su marido lo era. -Entonces son estudiantes- respondió con un aire de complicidad. -Yo también buceo, pero solo de a pulmón. Me meto un minuto nomás pa' ver qué es lo que hay en el suelo-.

Mi tía le preguntó si le gustaba que su playa fuera comunitaria, y entonces el habló con el orgullo de quien defiende lo propio. -Sí me gusta, porque esta playa es nuestra. Si viera “ñora”, una vez vino un ingeniero, que era muy amigo hasta del presidente pa' comprarnos la playa y nuestros recursos naturales. Nos quería dar cuarenta mil pesos, y con eso quedarse con nuestras minas, vírgenes y llenas de oro, con nuestros peces y nuestras palmeras. ¿Nosotros para qué queremos cuarenta mil pesos? Al rato ni me voy a poder bañar, ni voy a tener pa’ donde ir. Así está bien nuestra playa, no le hace que tenga que ir al bachillerato a otro pueblo, ni que no tengamos hoteles para meter a la gente que viene en vacaciones. Así la playa es nuestra, y eso vale más-.

En eso, mi tío había terminado de dialogar con el padre del muchacho. El ya se había informado sobre los lugares y las fechas para bucear, y el señor ya estaba listo para salir a pescar. Nos dijimos adiós, y le desee buena suerte al hijo del mar.

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