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La alegría ha vuelto

Por Rodrigo Chávez.

El pasado domingo se llevó a cabo la segunda vuelta de la elección presidencial en Chile, un país históricamente dominado por la ideología del neoliberalismo o, en sus casos menos duros, la democracia cristiana. Sin embargo muchas personas en todo el continente y posiblemente en el mundo lloramos de alegría al enterarnos de que Gabriel Boric será el próximo presidente del país sudamericano.

La última vez que Chile tuvo al frente un presidente abiertamente de izquierda, con una formación política dura y clara en favor de los menos favorecidos económicamente fue en 1970 cuando el mítico Salvador Allende asumió la presidencia, un mandato bastante corto pero que terminaría haciendo lo suficiente para incomodar al imperio estadounidense que, con las heridas de la revolución cubana aún sangrantes, decidió patrocinar y articular un golpe de Estado en contra de Allende.

Desde aquel 11 de septiembre de 1973 Chile se convirtió en la punta de lanza para la injerencia yanqui y europea en el sur del continente, primero siendo utilizado como un laboratorio económico en el que los llamados “Chicago boys” fraguaron y dieron luz al modelo económico más voraz y despiadado de la historia de la humanidad; el neoliberalismo.

Los avances en materia social conseguidos en el mandato de Salvador se perdieron con la llegada de este nuevo modelo neoliberal que no solo exalta la competencia despiadada sino que entiende cualquier mínimo de necesidad humana como un negocio que debe ser privatizado para con ello generar utilidades a unos cuantos, mayormente burgueses transnacionales y al mismo tiempo generar pobreza en la gran mayoría de los ciudadanos. Un modelo de tales características jamás habría sido posible de instaurar sin el uso de las fuerzas armadas como vehículo. En otras palabras, Pinochet y los Chicago Boys se necesitaban mutuamente,uno para aplastar la resistencia al neoliberalismo y los otros para legitimar al dictador.

Cuando Pinochet abandonó el poder luego de un referéndum en el que el NO a su continuidad ganó por una amplia mayoría la resistencia popular era muy fuerte pero demasiado civil y sobre todo, poco organizada en una estructura electoral. La dictadura había cumplido muy bien su meta al asegurar que la ideología neoliberal y mayormente conservadora fuera la regla y no la excepción aún dentro de los ciudadanos que defendieron a cuerpo y alma el NO en la boleta.

Es precisamente esta historia de miedo, de sangre y fuego, de resistencia y de disolución de las estructuras políticas de oposición la que mantuvo a Chile en un péndulo político que oscilaba comúnmente entre matices de derecha, algunas veces muy cercana a Pinochet y algunas, la mayoría de ellas, en una derecha que no estaba de acuerdo en la práctica pinochetista pero que poco o nada le interesaba el cambiar su legado y sobre todo su modelo económico impuesto.

Sin lugar a dudas estamos viviendo tiempos históricos pues con todo lo que representa y ha sido el periodo post dictadura en Chile y la resistencia digna y bastante reacia de los chilenos es hasta hace apenas un par de años cuando se puso sobre la mesa la imperiosa necesidad de mandar a la dictadura, por completo, al basurero de la historia y, como paso elemental para ello, hacía falta echar por tierra y dejar sepultados los últimos vestigios de Pinochet, como es su constitución que no solo merca con los derechos humanos sino que intenta borrar de la vida pública y política a sus pueblos originarios como el digno pueblo Mapuche.

Fuimos testigos y desde la revista participes en medida de lo posible de lo que sucedía en Chile en 2019, como se dijo en su momento el estallido social siempre parece venido de la nada si tratamos de enfocarnos en el momento exacto en el que sucede pues la conjunción de problemas históricos y de abusos de parte de los grupos de poder siempre parece mínima o irrelevante cuando el pretexto perfecto enciende la mecha del fuego que hace arder las calles, en el caso de Chile el pretexto ideal fue el alza en el precio del metro.

Sin embargo esto viene acompañado de una lucha histórica, desde el golpe de Estado, por recuperar la dignidad obrera y sobre todo de las clases más desposeídas por el modelo de desigualdades impuesto, generaciones completas libraron sus batallas y sostuvieron viva aquella llama elemental para que en 2019 unas jóvenes estudiantes respondieran al alza en el metro saltando torniquetes y negándose a pagar, en ese pequeño acto de rebeldía reposaría el espíritu de Allende cuando prenunciara que “Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza”.

En ese enorme acto de dignidad juvenil cabían meses de lucha encendida en las calles de todo el país, cupieron también las justas demandas históricas del Allendismo, de los Mapuche, de los promotores del NO, las vidas de las víctimas de los vuelos de la muerta, de los desaparecidos, de los asesinados, en ese salto al torniquete Victor Jara volvía a la vida, los prisioneros cantaban sus canciones y con la historia completa de una vida nacional de lucha terminaría un año después conformándose una asamblea constituyente que busca desterrar para siempre el turbio pasado de violencia.

El triunfo electoral de Gabriel Boric no puede ni debe entenderse sin lo que he, brevemente descrito aquí. Gabriel ha sido participe de esta histórica resistencia desde sus días de estudiante pasando por su trayectoria política y es, en mi opinión, uno de los cuadros progresistas más fuertes que existen en el continente, no obstante no creo que sea justo poner sobre él la explicación del triunfo sino entender los resultados como el resultado irrenunciable de un proceso duro y arduo en el que Boric ha contribuido de buena forma.

Gabriel es de izquierda, progresista y francamente joven, lo que permite un margen de maniobra bastante amplio para profundizar los procesos que abonaron el camino del triunfo, Boric tiene la misión histórica no solo de hacer un gobierno casi de excelencia por la deuda que le tiene a la lucha sino la tarea de no perder la oportunidad de demostrarle a aquellos chilenos que fluctúan entre los espectros de derecha que el progresismo y la dignidad de todo es posible. 

Ahondo en esto porque el contrincante en la segunda vuelta no fue el candidato de Piñera, como era estimado desde la izquierda internacional, sino un candidato de la derecha más fascista imaginable, esto pinta a Boric la necesidad de ganar no solo electoral o discursivamente sino pragmáticamente la batalla. Nunca más la ultraderecha en Chile, nunca más un Pinochet.

De momento queda levantar la sonrisa hacia el sur y tener en claro que la alegría ya está aquí, en Chile. Que las alamedas y las grandes avenidas han sido abiertas para que las mujeres y hombres dignos pasen por ellas. Desde México el triunfo en Chile se debe celebrar pues junto con Perú, Argentina y próximamente Brasil podemos vaticinar un periodo de esplendor en toda la región latinoamericana. 

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