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El cinismo de las clases virtuales

Por Ankaret Alfaro

Comencé a cuestionarme acerca de las famosas clases en línea en tiempos de covid-19, después escuchar innumerables comentarios acerca de lo deficiente de éste sistema y sobre todo, después de escuchar y leer los diversos problemas que les alumnes estamos atravesando en medio de la pandemia.

No es desconocido que antes de la existencia de ésta pandemia, el capitalismo ya se encontraba en crisis profundizando cada vez más las heridas de la desigualdad. En América Latina y el Caribe, 20% de la población concentra el 83% de la riqueza según datos del informe “Tiempo para el cuidado” (2020) de Oxfam, además de que en 2019, 66 millones de personas, es decir, un 10,7% de la población vivía en pobreza extrema, según los datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), y sumemos que en México, Alrededor de 4.8 millones de niñxs y adolescentes  de entre 3 y 17 años no van a la escuela, y 600 mil están en riesgo de dejarla por factores como la falta de recursos y violencia.

Es en esta lógica, en que las escuelas públicas de educación básica y superior del país han decidido, sin más, impartir clases virtuales en medio de una crisis sanitaria. México, país en el que 1.8 millones de personas no gozan del servicio de energía eléctrica. Me parece increíble que se pueda pensar que las clases virtuales son viables dentro del contexto que estamos viviendo, en el que se puede notar a simple vista las desigualdades y  la marginación y por lo tanto quienes se han visto más afectados por la pandemia han sido les trabajadores informales, quienes carecen de agua, luz y gas, quienes no tienen acceso a servicios gratuitos de salud o quienes han sido despedides.

Las universidades públicas se están prestando a ese cambio de dirección en los sistemas escolares, que forman parte de la forma de gobernabilidad que tanto desea y necesita el capital: un régimen autoritario, que disminuya costos sociales y el riesgo de revueltas sociales, y no nos demuestran más que su concepto de educación no va más allá de un trámite.

Los espacios de educación, ahora convertidos en espacios de contención social, en los que parecen guarderías para hacerle el favor a les trabajadores, y en donde la educación pareciera ser secundaria, dejaron atrás la democratización del conocimiento, y sucede exactamente lo mismo con las clases virtuales, e incluso es más visible: la necesidad de atascarnos de tareas y trabajos que no nos brindan verdadera retroalimentación (ojo que eso no es dar clase) pareciera la forma de obligarnos a mantenernos ocupades y olvidarnos del verdadero panorama con el que tenemos que lidiar.

¿Y les docentes? Algunes profesores se han pronunciado en contra de estas clases virtuales, porque todes estamos atravesando esta situación de desigualdades, y por supuesto que también se ven envueltos en precarización, consecuencias de la pandemia y el confinamiento. Creo que todes, conocemos a más de un profesor que a penas y está familiarizado con su celular, y por otro lado, ¿Cuántxs profesores han recibido previamente algún tipo de formación para trabajar un modelo educativo virtual?

Tenemos como consecuencia la gran deserción de alumnes definitiva o temporal, mientras que muches profesorxs estarán rezagados y nada de esto se puede resolver con palabras incluyentes por parte de las autoridades ni consolaciones supuestamente comprensivas que no ven ni van más lejos, sirven de ejemplo las cínicas y desagradables palabras de Jorge Linares (director de la FFyL de la UNAM) en su comunicado del 23 de abril: “el periodo de trabajo académico en línea exige de toda la comunidad, profesorado y estudiantado CREATIVIDAD Y FLEXIBILIDAD”

En fin, no comprendo cómo es que en un hogar en el que la comida es escasa desde antes de la crisis sanitaria, o a consecuencia de ella puedan esperar un rendimiento excelente de les alumnes y profesorxs debido a que “no están haciendo nada más, tienen tiempo”. Y esto me lleva al siguiente punto: nuestra salud mental y el autocuidado.

Quisiera saber si las autoridades realmente se preocupan por la salud de cada uno de los integrantes del pueblo, por ser personas, o porque su máquina de dinero se está descomponiendo. ¿Dónde queda el lugar de nuestra vulnerabilidad emocional? A todes nos atraviesan cientos de cosas, no estamos en las condiciones emocionales para enfrentar la presión de actividades impuestas para mantenernos ocupades, ni profesores ni estudiantes estamos listos para ejercer presión sobre nosotres mismos y de alguna forma, obligarnos a dejar atrás lo que está sucediendo y después pensar, que sentirnos excesivamente ansiosxs, agobiades o tristes está mal, y encima creer que lo anterior no es razón para afectar nuestro rendimiento laboral o escolar. 

¿Qué hay de los informes de que la violencia domestica aumenta más cada día? ¿A caso eso no nos atraviesa? ¿Qué hay de la preocupación constante por nuestra salud y por la de nuestras familias? ¿Qué hay de las miles de muertes que está habiendo en el país? ¿Eso tampoco nos va a tocar?

Existe un sentimiento colectivo de estrés y ansiedad, la gente está teniendo problemas para dormir, el confinamiento nos afecta de manera general. Una vida sin las necesidades básicas de socialización, sin movimiento, con salidas restrictivas, que los de arriba comiencen a querer llamarle vida y la frustración que provoca en el inconsciente colectivo de aquelles para quienes está lejos de ser cómoda, es un intento terrorífico de que el miedo se convierta en resignación y le comencemos a llamar vida a algo que hasta hace unos meses no era digna de llamarla así. Debemos reconocer que no está funcionando y crear propuestas que no se salten directo a la gente privilegiada, pues en tiempos de covid-19, la educación pública no parece pública.

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