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Las redes no votan

Por Rodrigo Chávez

El martes, Andrés Manuel presentó su informe anual de resultados en el que destacó algunos puntos esenciales sobre su gobierno, puntos sobre los que no ahondare pues ese análisis se dará desde el equipo de Revista Columnas a través del podcast “La Traja Polaka” el próximo miércoles. Pero hoy podemos hablar sobre algo que Andrés presentó como parte de sus resultados.

En el informe, el mandatario presumió que según los datos que él tenía, su popularidad social consta de un 71% de aprobación a dos años del inicio del sexenio, esto por supuesto que contrasta con lo que podemos encontrar en diversos medios de acuerdo a la metodología utilizada; por ejemplo, el financiero ayer mismo reportaba que Andrés contaba con un 64% de aprobación, mientras que Infobae reporta un 71.1%, y el economista un promedio de 58.1%. Estas variaciones se deben en principal medida a la forma en que se mide la población, pero sobre todo a los intereses y las líneas editoriales que los periódicos de circulación nacional tienen.

Uno de los mayores problemas que tenemos, es que consideramos “cierto”, “veraz” o “imparcial” las cosas que tienden a corroborar lo que creemos, y como consecuencia despreciamos aquello que atenta a lo que creemos. Esta falsa neutralidad y “objetividad” es lo que nos lleva, por ejemplo, a comprar cierta prensa, leer a ciertxs autorxs, o simplemente a mirar algunas cosas y otras no, la especie humana tiende a privilegiar sus ideas y consumir solo aquellas cosas que nos hacen sentir cómodxs con lo que nos dicen.

A pesar de que estos problemas han estado siempre con nosotres, hoy se vuelve mucho más claro que antes y llega a generar efectos psicológicos y políticos bastante adversos.

Las redes sociales tienen una composición hermética en la que la mayoría comparte rasgos de clase, de pensamiento o de escolaridad, y pese a que pudiéramos creer que son los medios más democráticos por la capacidad que tienen de interactuar con la audiencia, es innegable que la practicidad de borrar de nuestros panoramas virtuales a aquellos que no piensan como nosotros, nos vuelve más una especie de repetidores de señales que propiamente audiencias democráticas.

Uno de los principales argumentos de los voceros de las ideologías de derecha (como el señor Torres), es que si hay propuestas tan amplias y variadas, la audiencia no debería criticar, sino “dejar de ver”. Esto no sólo es simplista, sino que reduce la capacidad de mejora desde el creador de contenido cuando nos encargamos de hacer que nuestras redes sociales y nuestros medios de comunicación sean más una cámara de eco con afinidades definidas y perfiles específicos, y nos engañamos creyendo que nuestras opiniones o nuestras narrativas son verdaderas y únicas: sin duda existe un error cuando nos encontramos con la parte de la sociedad oculta de nuestros espacios.

Esto es precisamente lo que pasa con muchas de las personas que no toleran la figura presidencial ni al personaje político que la ocupa: podemos ver por ejemplo, que Sergio Sarmiento no da crédito de los números presentados por los medios ya mencionados en esta columna, y decide activamente hacer su encuesta en Twitter, cuya metodología no existe y sus resultados se ven sesgados, pues a pesar de contar con una participación de 22,121 votos, Sarmiento es abiertamente un detractor del gobierno cuya audiencia coincide con sus críticas y desprecian abiertamente al presidente, es por esto que su encuesta tiene un 92% de voto que desfavorece la administración de AMLO. De igual forma, el día de ayer el propio Sarmiento compartió un tweet de una casa encuestadora que nos demuestra los números en otros medios como el financiero y el Reforma, en donde Andrés goza con un 61% de aprobación, y Sergio remata con un “AMLO llega a su segundo año en el gobierno con una saludable aprobación de 62%”, y al mismo tiempo despotrica contra el informe de Infobae y de Andrés que aseguran que tienen el 71.1%

Lo que le pasa a Sarmiento no es personal ni se trata de que el señor tenga una desconexión única con la realidad, por el contrario, es un fenómeno cada vez más recurrente entre la población: las personas afines al FRENAAA juran que Andrés Manuel no cuenta ni con un 10% de aprobación y que son millones los que están con ellos, acusan a las encuestadoras de estar llenas de bots o de querer quedar bien con el presidente, pero jamás explican de dónde es que ellos sacan sus cifras. Se centran en decir que “basta con ver las redes sociales”. Y el problema muy seguramente surge de ahí, cuando en redes sociales agregamos, por poner un ejemplo, a gente que comparte nuestro gusto por los plátanos bañados en chocolate, lo más probable es que al hacer una encuesta, los plátanos bañados en chocolate sean el postre más popular, pero esto no refleja la realidad sino un gusto compartido por un grupo específico y muy probablemente, reducido de personas.

Es sólo cuando salimos de nuestros círculos más cercanos e íntimos cuando descubrimos que nuestras ideas no son hegemónicas, y que no podemos hacer encajar todas nuestras narrativas con las demás personas; es también cuando nos acercamos a quienes no van con nosotres a las aulas nos damos cuenta que la educación no es algo a lo que todes podemos acceder, es cuando nos bajamos de los autos y descubrimos que metro pantitlán es un punto de entrada a la CDMX para la fuerza laboral y por eso está lleno aún en pandemia; es cuando bajamos de nuestras casas con luz eléctrica y descubrimos que más de 1,8 millones de personas viven sin luz, muchas otras sin agua, sin casa…

Son estas personas: las que no usan Twitter, las que no tenemos en Facebook ni vemos viajar en sus historias de Insta las que cuentan a la hora de analizar, porque el 50% de la población vive en estándares de precariedad, sobreviviendo al día, a la desigualdad, al feminicidio, a los asaltos, al COVID, y es en estos sectores silentes en internet en donde el presidente sustenta su popularidad. A final de cuentas…

las redes no votan.

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