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Como un pulso que golpea las tinieblas.

Por Melissa Cornejo

¿Qué significa ser mujer en la política?, me he preguntado en todos mis momentos libres la última semana, una, y otra, y otra vez, casi de forma obsesiva; al lavarme los dientes, antes de ir a dormir, al revisar mis redes sociales, al preparar mi participación en un foro... como una piedrita en el zapato. Como un chillido que se queda guardado en tus oídos todo el día.

¿Qué significa para ser mujer en la política? Primero que otra cosa quiero mencionar, casi con fines catárticos, el gran peso que representa. Lo escribo y respiro un poco mejor. Y ya que me permito ser vulnerable, puedo decir que gran parte del tiempo significa estar dudando de mí. No, no es que haya permitido que los comentarios negativos que leo todos los días me hayan llegado a la cabeza o al corazón, ni que tenga la piel delgada: es que ni siquiera hace falta leer esas cosas allá afuera cuando hemos sido educadas para dudar de nosotras mismas. Para escuchar y aprender en lugar de hablar. Para ser siempre la parte que busca conciliar y termina cediendo. ¿Síndrome del impostor? Síndrome de la impostora, acaso. Lo de afuera, lo malo, es sólo el eco de lo que llevamos dentro.

Antes de avanzar, quiero aclarar que cuando hablo de política no busco hacer alusión a tener un cargo de representación popular, o a ser funcionario público, o ser conocida, siquiera. La política, afortunadamente, va mucho más allá. Hablo de tener posturas políticas, de expresarlas públicamente, de defenderlas. Hablo de tomar decisiones políticas, de conservar amistades y desechar muchas otras.

Como si hubiera adivinado que tendría el privilegio de ocupar este espacio, estos últimos días me fui encontrando en — o fui buscando— situaciones que me recordaron el sacrificio constante y el precio que debía pagar por levantar la voz. A menor o mayor escala.

¿Qué significa para ser una mujer joven en la política? De entrada, darte cuenta de que no importa qué tanto sepas, qué tanto hayas hecho, qué tanto camino hayas andado, nunca tendrás la misma validación que tendría un hombre. Es recibir confrontaciones públicas y durísimas por la gente con la que eliges relacionarte; muy puro, muy tibio, muy sectario. Es ser cuestionada pública, severamente y en repetidas ocasiones por la pareja que elegiste; por el contenido que consumes; por la música que escuchas; por la ropa que usas; por tu edad; por tu carrera y tus hobbies; por las cosas que comes, porque claro, si un día comes fuera de casa estás promoviendo la obesidad, ¿y qué tanto puede importar la opinión de una mujer joven y gorda? Triple estigma.

Es ser descalificada todos los días, y si lo señalas, ser tachada de loca, de exagerada, de que usas la violencia de género como recurso para validarte. Ser mujer joven y hablar de política e intentar abrirte camino en ella puede ser muy solitario: ¿los amigos apolíticos? Esos se van muy pronto porque eres muy intensa y nadie quiere escucharte hablar de política. No, no importa si te dedicas a eso, ellos pueden hablar de su trabajo con total libertad, mientras tú... bueno, ese es un tema delicado, igualito que el fútbol. Igualito. Y mejor evitarlo. ¿Los amigos dentro de la política? La mayoría son un regalo, pero también con ellos hay que tener cuidado: no vaya a ser que se te ocurra tener una buena relación con alguien a quien ellos detestan, porque si lo haces, caes de su gracia; ya no eres la misma; mira, qué bajo has caído; cómo has cambiado; seguramente eliges relacionarte con ellos por interés. ¿Los amores dentro de la política? No hay tiempo. ¿Fuera? Ya veremos. Después de todo, debes recordar que pocas son las personas que querrían relacionarse con alguien que es tan pública con sus posturas políticas. ¿Qué va a decir la gente? Además, ¡qué flojera! ¡Qué mujer tan intensa! Ni que fuera para tanto, su ex novia no era así.

¿Qué significa ser mujer y conseguir, por fin, una voz dentro de la política? Que eres bonita. Que eres bonita y sólo por eso la gente te pone atención. Que te acostaste con alguien. No uno, ni dos; varios. Muchos. Los suficientes. Que de repente tus amigos, ya no son tus amigos: visto desde fuera, todos son tus amantes. Los casados, los solteros, los homosexuales, los asexuales, los viejos, los jóvenes, los viudos, los que ves una vez cada dos años. Ah, y que has sido conciliadora hasta decir basta. Que has soportado groserías y te has mordido los labios sólo por no pelear, sólo por el cariño, sólo por esta vez, sólo por.

Pero a pesar de todo eso, y para terminar este texto en una nota un poco más alegre y optimista, relataré lo que me pasó hace apenas unos días: Cuando me invitaron a formar parte de un foro organizado por una institución gubernamental —que para los fines a los que sirve este texto no vale la pena mencionar— con motivo del mes del orgullo LGBTIQ+ lo vi como una gran oportunidad y un enorme privilegio. No dudé ni un segundo en aceptar, aunque he de reconocer que me asustó un poco la idea por la enorme responsabilidad que representa ocupar un espacio de esa naturaleza. Recuerdo haber preguntado por qué yo, tal vez con otras palabras, o con algún silencio. ‘’Me pasaron tu contacto porque hablas de política, DDHH y eres activista.’’ ¿Activista? La segunda vez que me reconocían de esa manera en toda mi vida. Inmediatamente pensé, y gracias a la vida sólo pensé, la manera de descalificarme: bueno, pues no lo sé de cierto hasta el día de hoy; me definiría un poco más como una persona con acceso a internet y el enorme privilegio, —¿suerte?— de tener una plataforma con más de veinticuatro mil seguidores que tienen un profundo amor por el género humano y me ayudan a difundir en sus

perfiles injusticias de toda naturaleza para hacer eco, que no importa qué tan fuerte o débil sea: se escucha. Por otro lado, trabajo de calle tengo. He recorrido algunos estados de la república promoviendo la cultura; he bailado y he leído en diferentes espacios; he dado pláticas, he dado cursos y clases de manera gratuita; he participado en marchas, protestas, manifestaciones; he documentado en diferentes espacios casos de brutalidad policial. ¿Basta?

Suponiendo que la respuesta a la interrogante anterior fuera que sí, que sí bastaba, que lo mucho o poco que había hecho fuera suficiente para ganarme este tipo de espacios; que lo mucho o poco que supiera fuera suficiente para hablar al respecto, había algo más que me preocupaba: ‘’ajá, sí’’, supongo que respondí. ‘’¿Activista LGBT?’’, ‘’Eh... pues no necesariamente. O sea, no solamente. Lo que quiero decir es que siempre he puesto el cuerpo y mis redes al servicio de lo que necesite ser discutido, difundido, denunciado. Sean temas LGBT, desapariciones, brutalidad policial... Bueno, principalmente brutalidad policial.’’... Y ahí, en ese lugar donde esperaba una invalidación, descalificación, un ‘’ah, bueno, gracias, yo te llamo’’, recibí en cambio una respuesta que me llenó de esperanza: un cálido y fraterno: ‘’Ah, ¡ya! Entiendo perfectamente, no te preocupes. Ya, ya. Entiendo, entiendo. Bueno, ¿entonces ya apartamos la fecha y hora contigo? ¡Estamos muy emocionados de que nos acompañes!’’ Era válida ante sus ojos. Que sí, que la validez debe venir desde dentro, pero ¿qué les estoy diciendo?

Por último, y lo más importante, quiero recordarles a todas las mujeres que tropiecen con este texto, que vale la pena. Que debemos ocupar espacios a pesar de todo. Que debemos resistir. Que este tipo de dificultades las vivimos todas, y podremos cambiar las cosas ganando un espacio a la vez. Ah, y claro: que estoy muy agradecida con todas ellas por nunca dejarme sola, por inspirarme, por abrirme camino y abrazarme en todo momento. Ustedes me hacen un poquito más valiente.

Algún día, siempre y cuando resistamos juntas, la realidad material será distinta y podremos ocupar los espacios que nos pertenecen. Por ahora, como dijo Gabriel Celaya: seguiremos avanzando como un pulso que golpea las tinieblas.

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