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Flamenco: la historia de un pueblo que resiste

Por Melissa Cornejo

‘’Un extracto de fuego y de veneno, eso es el flamenco.’’Antonio Gades.

El flamenco es una tradición ante la que nadie puede permanecer indiferente; entre ayeos, falsetas y palmas, va colándose entre los huesos, cambiando para siempre la vida de todo aquel que esté dispuesto a escuchar y sentir. Y su historia, no puede ser distinta.

Respecto a su origen, algunos flamencólogos apuntan hacia 1492, cuando los reyes Fernando e Isabel ordenaron que todos se convirtieran al catolicismo. Gitanos, musulmanes y judíos resistieron juntos, y se cree que de esta mezcla cultural, y gracias a la rebeldía, surgió el flamenco.

Según Manuel García Matos, la palabra ‘’flamenco’’ procede del argot de finales del siglo XVIII, y significaba farruco, pretencioso, o fanfarrón. En resumen: una persona ‘’echada pa’lante.’’ De ahí surgen expresiones como: ‘’no te pongas flamenco.’’

Desde que aparece esta palabra en el folclor andaluz, se usa como sinónimo de gitano, pues este pueblo había sido marginado y perseguido por siglos, y no tenía igualdad jurídica con el resto de los españoles, por lo que incluso ser llamado ‘’gitano’’ era una especie de insulto. De ahí que todos comenzaran a llamarse ‘’flamencos.’’ El pueblo gitano debido a su historia, no tiene ideas imperialistas y no pretende someter a nadie, pero a cambio aspira a que nadie le someta.

Originalmente, el flamenco se transmitía de persona a persona, en las fiestas y en los funerales por igual, y era una forma de compartir en familia, de ahí que esté tan arraigado como tradición. El cante era visto como una actividad más espiritual y esotérica, y tenía como raíz profunda el compartir, no el competir; el disfrutar y no el demostrar.

‘’Cuando los niños en la escuela estudiaban pa’l mañana, mi niñez era la fragua; yunque, clavo y alcayata.’’

- Camarón de la Isla.

Ahora bien: ¿qué hace que el flamenco se estructure como lenguaje? Para empezar, la diversidad de palos (ritmos) que existen: se calcula que existen alrededor de 300 formas de cante, y cada uno expresa una emoción distinta a través de sus letras, su compás y su ritmo, lo que ayuda a comprender el flamenco como un espectro que va de lo festero a lo solemne. Por otro lado, también es un lenguaje en la práctica; es una conversación entre cante, toque (guitarra), baile y percusión (palmas y cajón). Si bien el cante es la madre del flamenco, los otros elementos lo acompañan, y ahí está la clave: el acompañar.

‘’El flamenco viene de dos fuentes: la emoción de la alegría y la emoción de la tristeza. Porque tanta fuerza tiene una como otra, y yo pienso: ¿en dónde más que en un cautiverio? Porque un cautiverio lo mismo espera la sentencia de muerte que la libertad. De ahí, de un cautiverio es el sitio más adecuado de donde ha podido salir esto.’’

- Emilio Romero, flamencólogo.

Otra condición que tuvo que existir para que el flamenco se convirtiera en el lenguaje de un pueblo entero, es que desde su origen fue la voz de los trabajadores: basta con analizar el pulso del martinete, que no es otra cosa que el sonido del yunque, el clavo y la alcayata.

Entonces, ¿cuándo se le inyecta a un arte tan puro y tan de abajo esa vena elitista? En primera instancia, esto sucede cuando se organizan fiestas -en cafés, bares o cuartos- que duraban hasta tres días. ¿Quiénes podían permitirse días enteros de fiesta? En su mayoría, los señoritos. De ahí que la fiesta flamenca comenzara a verse como cosa de privilegiados. Y esta narrativa se refuerza con el franquismo cuando este se aprovechó del flamenco e impulsó festivales para atraer al turismo. Eso sí: las letras –conocidas por su contenido político, de denuncia y protesta- tenían que ser revisadas y aprobadas para pasar la censura.

En esa época, el flamenco se consolidó como parte de la cultura española y la clase dominante comenzó a amenizar sus fiestas con el arte de personas a las que asesinó años atrás, por citar un ejemplo, mencionaré a Federico García Lorca: epítome de la flamencura y la sensibilidad.

Fue a mediados de los sesenta cuando comenzaron a surgir letras de protesta que reivindicaban lo rojo y se oponían al franquismo, apropiándose una vez más del origen y el sentido del flamenco, transmitiendo así el sentir del pueblo:

‘’Triana, Triana qué bonita está Triana cuando le ponen al puente banderas republicanas. Que cuando le ponen al puente las banderitas republicanas.’’

Ahora, como entonces, resulta imperativo volver al origen y recordar que el flamenco es mucho más que tacones de miles de pesos, pues bailamos con los pies y no con las marcas; que no hace falta llevar encima las telas más finas o los tocados más innovadores, pues se baila desnudo si hace falta; que no hace falta gastar todos nuestros ahorros en los cursos más caros, pues la sensibilidad y el sentido se llevan por dentro. Es momento de reivindicar el flamenco como la voz de los de abajo, como el arte que acompaña la resistencia, la lucha y la rebeldía de un pueblo entero.

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