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¿Cuál es la forma ideal de la relación Razón-Fe?

Por Maximiliano Cornejo.

En primer lugar, para responder al problema que nos atañe, enunciable bajo la pregunta “¿cuál es la forma ideal de la relación Razón-Fe?”, será preciso indagar en la definición de dichos términos para darles contenido conceptual, es decir: declarar aquello lo cual hace ser lo que son estos conceptos con el fin de evitar errar en los juicios que les contengan.

Grosso modo, la Fe es la creencia religiosa, o sea, la confianza en la palabra revelada; el compromiso en relación con una noción que se considera revelada o testimoniada por la divinidad. La Fe es afectiva y existencial: no es anterior axiológicamente a la elaboración del juicio adecuado, pues es, primordialmente, una disposición de ánimo hacia el mundo bajo la mirada mística, es decir, desde el principio gnoseológico que considera al fenómeno divino un acceso al conocimiento de la verdad; y, por tanto, la fe no es un juicio incompleto.

Mientras el término Razón puede ser enunciado con diversas significaciones, en esta ocasión le utilizaré como aquello lo cual le otorga orden, universalidad, grado de necesidad y omniabarcabilidad a toda representación de la totalidad de las cosas existentes. Además, me atrevería a decir que no sólo a su representación comprendida como juicio, sino que al mundo mismo, en tanto que la representación es, no solo la manifestación cognoscitiva de un objeto concreto, sino su misma fundamentación ontológica.

En sintonía con lo anterior, es posible enunciar que, mientras la Fe es una forma  que toma el ánimo hacia la representación del mundo desde la mística, la Razón es aquello lo cual lo sustenta bajo todas sus apariencias. En síntesis: la Fe es la disposición afectiva de confianza y de compromiso hacia la representación mística del mundo como acceso a la verdad, donde dicha apariencia participa y es constituida por la Razón, en tanto que ésta fundamenta la totalidad de representaciones del mundo, sea cual sea su forma.

En ese sentido, la Fe es, en consecuencia, una disposición al acceso a la Razón que toma el aspecto de revelación divina. Por otro lado, en el momento de su surgimiento, en el individuo que es filósofo y en la historia, la filosofía es una disposición de ánimo hacia el reconocimiento de y acceso a la Razón; es la intencionalidad existencial y afectiva de la captura de la armonía en las afecciones en el encuentro con aquello lo cual fundamenta al mundo, que, a ojos del filósofo, resulta problemático; que culmina con un discurso que apela a la necesidad de su propia racionalidad.

Declarado su contenido conceptual, es notable la cercanía entre la filosofía y la fe en la teología, que es la forma que toma la sistematización y teorización de la palabra revelada. Ambas son la disposición, intencionalidad o búsqueda que toman las afecciones de un individuo concreto, para con la enunciación de un discurso que capture, reconozca o revele la Razón del mundo por medio de la captación de fenómenos, apariencias y formas de ser que pueda tomar la totalidad de los entes existentes.

Dado lo enunciado, la filosofía y la fe en la teología, lejos de ser contrarias o simples doctrinas que se cruzan en determinados juicios sobre aspectos ontológicos, morales o éticos, son dos disposiciones afectivas y existenciales que tienden al acceso a la Razón, la cual sustenta al mundo en tanto totalidad de los entes que son y como objeto de estudio, bajo distintas apariencias fenoménicas del mismo.

No es solamente posible complementarles la una a la otra, sino conveniente, en tanto que todo fenómeno que muestre y acerque a la Razón es, en máximo grado, deseable. Por tanto, es por necesidad y obligación que el “amante de la sabiduría” y el individuo de fe, se mantengan en una relación de identidad; pues de esta manera el acceso a lo deseado, por medio de la riqueza de fenómenos y de su entendimiento e interiorización, se acerca a su culmen: el encuentro con la Razón.

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