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Bifurcación

Ángel Estrada

La tarde de este sábado salí de casa por dos minutos, tan solo para sacar la basura acumulada de una semana.

Sorprende demasiado ver cómo ha cambiado el ritmo de la Ciudad de México en una semana: el viaducto luce solitario, comparado con el acostumbrado flujo de automóviles que suelen transitar por él; y en el camellón, muy tranquila, una mujer recorre el pasto seco en compañía de sus tres mascotas. Está ausente el acostumbrado bullicio de los cláxones, y las voces de quienes aún transitan como fantasmas por las calles se evaporan como agua bajo el sofocante calor.

Aunque no ha llegado por completo, el silencio penetra profundo en mis oídos. De pronto se siente como Comala, aquel pueblo fantasmal dibujado en letras por Juan Rulfo.

¡Qué difícil es dejar todo atrás de un momento a otro! Sobre todo cuando nunca lo vimos venir; cuando en la cena de Nochevieja planeamos, pensamos e imaginamos un año lleno de proyectos; cuando trazamos metas superficialmente calendarizadas, cuando dijimos que todo sería distinto, que todo vendría para bien.

Es muy duro ver al horizonte y notar que lo que comenzó como un problema local, al que de inicio prestamos poca atención, ya nos ha absorbido, y al mundo entero, en solo cuestión de semanas.

¡Qué difícil es no poder contemplar el cielo más allá de lo que permiten las ventanas!

Duele ver parálisis, duele ver a esta ciudad tan viva en un estado de estancamiento. Es triste decirle “hasta pronto” a las calles que solíamos caminar a diario, a los lugares que añorábamos visitar llegado el fin de semana, a las plazas, a los parques, incluso a nuestras escuelas o centros de trabajo, al estilo de vida tan dinámico que llevábamos hasta ahora, y que no habrá de volver en un buen rato.

Se siente cruel aislarse, a sabiendas de que no podrás fundir en un cálido abrazo a un montón de personas importantes durante este tiempo. Y aunque absurdo, añorar esos momentos puede resultar un consuelo.

La añoranza es bífida, como la lengua de una serpiente: puede lograr que miremos este infausto escenario como algo pasajero, esperando que los tiempos venideros sean mejores, o puede hundirte, prolongando la desesperación, el dolor y la ansiedad que causan los encierros. ¿Qué sentirán las aves?

Frustra leer las cifras de contagiados de COVID-19 en el mundo, así como saber que día con día el número de decesos se eleva como cuervos emprendiendo el vuelo. Duele ver a una Italia o a una España atadas de manos, viendo cómo sus ciudadanos mueren por centenas a diario, haciendo colapsar panteones y crematorios, mientras piensan cómo decirle a sus deudos que no podrán darle un último adiós en un funeral a la altura, porque las desesperadas medidas sanitarias ya no lo permiten.

Ver a un mundo al borde del colapso, donde quienes menos tienen son, como siempre, los más vulnerables a enfermar y morir, mientras los poderosos continúan averiguando cómo sacar el mayor beneficio de la tragedia, es realmente desolador.

En nuestro caso, la pandemia ha llegado a México para quedarse un buen rato. Las autoridades de salud han advertido que no será nada fácil hacerle frente. Sin embargo, estamos en una etapa sumamente importante, donde se presenta ante nosotros una oportunidad única para actuar y marcar la diferencia entre permitir que el COVID-19 se expanda de manera acelerada y haga mucho daño, o frenar su paso con medidas duras, pero necesarias, como el aislamiento al que Hugo López-Gatell invita con desesperación en cada conferencia.

Quedarnos en casa es el acto de responsabilidad más puro, tanto para con nosotros mismos como para las personas que amamos.

Y sé que quedarse en casa resulta un privilegio de algunos, dado que millones de personas deben vivir al día para llevar comida a sus mesas. Pero no hay otra opción, y ante ello, el Estado debe garantizar que todas las personas puedan estar a salvo en sus hogares; esto es, exigiendo a la IP que detenga sus actividades y garantice a sus trabajadores el salario que les corresponde durante el tiempo que dure la pandemia; y subsidiando a las personas que trabajan en la informalidad o que no generan los ingresos suficientes para satisfacer sus necesidades.

Es todo un reto, pero al menos hoy no hay otro camino que no conduzca a la evitable tragedia.

***

Sin embargo, lejos de estas escenas tan terribles, tenemos una realmente gran oportunidad; una oportunidad que ojalá no vuelva a repetirse bajo estas condiciones, y sí en mejores:

Hoy podemos replantear todo lo que hemos vivido hasta ahora, todas nuestras acciones y sus consecuencias, todas nuestras metas y anhelos.

Es muy probable que te encuentres en estos momentos con tu familia, con tus padres, tus abuelos, tus hermanos, tu pareja, tus hijos, tus amigos. Voltea a verlos un segundo: ¿todo ha estado bien con ellos? ¿tienen asuntos pendientes por arreglar? Es tiempo. Dialoguen, siéntense a la mesa con un vaso de agua fresca, un té o un café; también pueden volver al pasado, a aquellos gratos recuerdos de las que han sido sus mejores épocas juntos. Jueguen, vuelvan a reír, llenen de lágrimas sus ojos y déjenlas ir.

Ahora es tiempo: si no han hablado durante largo rato, acércate e invítale a dialogar; limen asperezas y limpien sus corazones de todo el resentimiento, odio, rencor y enojo que pudieran guardar. Reconcíliate con ellos y contigo.

Si has sido violento con tu pareja, si has tenido comportamientos machistas que han puesto en riesgo la integridad física y psicológica de quienes viven, laboran o estudian contigo, enciérrate en tu habitación un momento y piensa en todos esos erráticos comportamientos que tanto daño han hecho: ¿acaso no te han lastimado también a ti? ¿no es ese machismo el que ha causado tanto dolor a tu círculo y a la sociedad misma? ¿no te ha alejado de quienes quieres? ¿por qué no decides terminar con él? Es tiempo.

Puede que incluso estés pasando esta cuarentena solo, sola. La oportunidad también se presenta para ti: escríbele a tus padres, con quienes puede que hayas tenido diferencias, y dialoguen. Escríbele a tus amigos, con quienes dejaste de hablar por malentendidos, diferencias, o porque el tiempo así lo dictó. Recuerden qué fue aquello que los unió y los convirtió en muéganos al principio: ¿no es aquello más grande que lo que les hizo alejarse? Piensa en ti mismo, en ti misma: ¿de qué tamaño será la luz que reflejen tus ojos cuando todo esto termine? ¿cómo será ese reencuentro con quienes amas? ¿qué será aquello que nunca les has dicho y que deseas hacerles saber con el corazón encendido?

Es nuestra oportunidad, y cuando la vida vuelva a la normalidad, no dejen ir todo lo que construyeron en esta cuarentena. Empaticemos más, queramos más, amemos más, seamos más serviciales. Eso es lo que este jodido mundo necesita: mejores personas. Y por lo que más quieran, por quienes más amen, ¡no salgan de casa!

Este es el mejor momento para reencontrarnos en la música, en una buena lectura, en la pintura, en un rompecabezas, en la comida, o simplemente en este silencio no pedido. Tenemos la capacidad de hacer las cosas nuevas, de perdonar y de pedir perdón, y si las usamos, todo puede ser mejor una vez que el sol de la mañana llegue y nuestras puertas al fin puedan abrirse.

Ojalá que esa esperada apertura llegue pronto, y que al salir seamos mejores hijos, mejores padres, mejores compañeros, mejores humanos.

Ojalá que el mundo sea mucho mejor, por más utópico que ello pudiera ser.

¿Qué camino elegimos seguir? ¿Qué haremos en el primer día del resto de nuestras vidas, cuando por fin podamos admirar el cielo a plenitud?

Saldremos de esto, y anhelo, será más fuertes que nunca.

Ánimo.

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