top of page

Rumbo al 6 de junio de 2021

Por Ángel Estrada

El problema de negar lo que a ojos de la mayoría es obvio es que, al final, no hay verdad que no sea revelada.

Cuando el actual oficialismo fungía como oposición en el país, en reiteradas ocasiones acusó que, aunque no fuera asunto oficial, existía una alianza bajo la mesa entre partidos históricamente opositores: el PRI; un partido de centro/derecha, el mismo que se perpetuó en el poder por más de 70 años hasta la alternancia democrática del año 2000, y el PAN; un partido conservador y de derecha que gobernó durante 12 años, dejando como resultado el crecimiento de la desigualdad heredada del PRI y una terrible crisis de violencia que sigue pasando factura al día de hoy.

Desde la oposición partidista encabezada por el hoy presidente, y desde la oposición ciudadana, se les señalaba de pasar leyes y reformas vía fast-track (es decir, sin parlamentos abiertos ni diálogos o discusiones) a través del poder legislativo, mismas que traerían beneficios económicos a las cúpulas políticas y empresariales, y prácticamente ningún beneficio —y de hecho, hasta siendo perjudiciales— para la ciudadanía.

Hay que regresar a 2013 para recordar el primer gran acercamiento entre estos partidos. Una gran alianza política nacía con el fin de darle rumbo e impulso a una serie de llamadas "Reformas Estructurales" que prometían darle un nuevo rumbo al país en materia fiscal, económica, energética, educativa y política. En ese momento, el priísta Enrique Peña Nieto, el impulsor de estas grandes reformas, acababa de tomar posesión un par de meses atrás como presidente de la República, y el panista Ricardo Anaya Cortés, un "joven promesa" para el panismo, fungía como presidente de la Cámara de Diputados.

Los resultados de la aprobación de estas reformas se tradujeron en descontento en prácticamente todos los sectores involucrados: el magisterio y la clase obrera comenzaron a movilizarse en contra, al no haber sido consultados ni advertidos acerca de lo que implicaban las nuevas leyes. Advertían, desde antes de su aprobación, que éstas eran una puerta de entrada hacia la privatización de la energía y la educación, etc.

Para no hacer el cuento largo, dicha alianza política logró posicionar y aprobar las reformas estructurales, pero éstas no rindieron los frutos esperados ni han concretado las metas trazadas, más allá de que sí se tradujeron en impactos positivos en la cuestión económica para las clases empresariales que entraron al juego. Muchas de ellas, incluso, ya han sido echadas para atrás por la actual administración

Llegado 2018, y acercándose las elecciones presidenciales, esa "amistad fructífera" entre PRI y PAN parecía moribunda o mal herida, luego de que el candidato panista, el propio Ricardo Anaya, marcó una línea entre su partido y el partido en el poder ante los crecientes escándalos de corrupción que manchaban la imagen del presidente Peña Nieto. El propio Anaya, quien cinco años atrás festejaba con enjundia la aprobación de las reformas y le daba mano y sonrisa a Peña, advirtió que lo llevaría a prisión de ganar la presidencia, y lo habría de juzgar por los hechos de corrupción de su sexenio (asunto que no le corresponde a un presidente de la república).

Es divertido analizar toda esta presunta relación de amor-odio entre el panismo y el priísmo ahora, cuando la Fiscalía General de la República ha abierto carpetas de investigación por hechos de corrupción como «La Estafa Maestra» y Odebrecht, ocurridos en el sexenio pasado, donde presuntamente hay personajes involucrados de la cúpula de ambos partidos. En otras palabras, de ser ciertas las acusaciones de la Fiscalía, ambos partidos fueron partícipes de los desfalcos al erario durante seis años.

Lo anterior quiere decir que es muy probable que el pequeño roce entre las dos fuerzas políticas en 2018 se tratara de una simple simulación en búsqueda de mantener el poder o no perderlo del todo ante el temor de que la justicia tocara a sus puertas. Situación que, como sabemos, no ocurrió porque Andrés Manuel y morena lograron avasallar las elecciones de una manera histórica y apabullante, concentrando la mayor parte del poder.

2018 fue el año en que el PAN quedó muy lastimado y el PRI herido de muerte. Imagínense a qué grado, que al día de hoy ninguno de los dos partidos ha podido recuperarse y convertirse en verdadero contrapeso al poder de Andrés Manuel López Obrador y la mayoría parlamentaria de morena.

2021 era el año en que ambos partidos tenían la oportunidad de recuperar parte del poder perdido, y digo que lo era, porque prácticamente, de antemano, ya han perdido dicha oportunidad.

En tres años no han logrado posicionarse como los partidos fuertes y sólidos que fueron todavía en 2015, previo a las elecciones federales intermedias, y no poseen la fuerza para llegar y aspirar a una mayoría simple.

El problema es que creyeron que con discursos elitistas y de poder lograrían llamar la atención de las masas; nuevamente, lección no aprendida sobre a lo que llevó a AMLO a ganar por una mayoría aplastante. No acercarse a la gente, no conocer sus ideas, sus sentires y sus situaciones les pasará factura una vez más.

Y el toque final: creer que la opinión pública respecto a ellos ha cambiado lo suficiente luego de tres años, y aliarse en un frente llamado "Va por México", con el fin de absorber la mayoría de votos para el congreso y las gubernaturas a disputarse, terminará por hundirlos, y no porque solitos se hayan quitado la máscara y mostrado un rostro que conocíamos desde hace años, sino porque con ello le dieron la razón al propio Andrés Manuel y a miles de mexicanos respecto a la existencia del PRIAN (hay que añadir al PRD, pero por cuestiones de tamaño, su participación resulta más insignificante aún) y demostraron que su interés no está en el bien mayor de las y los ciudadanos, sino en la protección de los intereses económicos que aún les quedan y que ven vulnerados en este gobierno.

Pero vamos, que sí habría que lamentar que no exista una oposición partidista real y fuerte que sirva como contrapeso al poder de AMLO y de morena, porque en dos años ambos han quedado a deber demasiado con su tibieza y sus repetidos comportamientos que se asemejan a la gestión del poder de gobiernos anteriores, como no abrir el parlamento y pasar leyes vía fast-track. Pero ante el escenario político de 2021, con sólo dos opciones en la boleta, habrá que definirse entre la continuidad de un gobierno tibio y torpe, pero que se ha mostrado más cercano a los intereses y derechos de las mayorías, o retroceder y elegir a quienes por años tuvieron la oportunidad de cambiar la vida pública de las mayorías y decidieron únicamente proteger sus intereses.

Aunque cuidado, porque a últimas, a la primera opción le ha dado por recoger cascajo y postular a lo peor de personajes del segundo bando, o aliarse con partidos políticos pequeños y corruptos, como el Partido Verde; aquí, ante una hipotética situación así, habrá qué estudiar bien a las y los candidatos y no repetir ciclos perjudiciales para el país.

Tenemos seis meses para elegir.

Ante el rápido pasar del tiempo, hará falta mucha reflexión y crítica para elegir lo mejor (o lo menos peor).

Mi pronóstico es Morena ganando por una amplia mayoría y manteniendo (e incluso aumentando) el número de asientos en la Cámara de Diputados, una vez más. Veremos qué sucede. Al tiempo.

bottom of page