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“Gray is the new green.”

Por Verónica González.

El eufemismo de “cambio climático” se ha convertido en un lugar común: Políticos y empresarios prácticamente se han adueñado del término, convirtiéndolo en un abstracto enemigo a vencer… Más que un enemigo, ha resultado ser un aliado ideal, al proporcionarles un peligro ante el cual posicionarse como protagonistas de una justa lucha, provocando la confianza y simpatía de varios sectores de la sociedad.

Sin embargo, esta labor es ejemplo, en la enorme mayoría de los casos, de la paradoja de la sobreexposición: Exaltar algo en cuanto a su superficie, invisibilizando su sustancia. Una banal “Ecología cosmética”. Por ello, no es sorpresa para nadie que estos actores suelan poner en marcha acciones inconscientes como introducir especies invasoras en sus campañas de reforestación, afectando a especies endémicas sólo porque “plantar árboles está bien”.

La forma en que estas políticas irresponsables afectan al ambiente cada vez es más conocida, por ello, en esta ocasión, preferimos enfocarnos en qué lógica pareciera operar tras las diferenciadas intervenciones de recuperación del espacio público, que, en su mayoría, ya ni siquiera buscan “reverdecerlo”, sino convertirlo en un gigante recinto de estéril pulcritud, llevando la “Ecología cosmética” al extremo, poniendo al espacio público al servicio de una mera racionalización estética e instrumental, para la cual los beneficios de un auténtico espacio ecoamigable quedan reservados para unos cuantos. 

Hablar en términos de espacio público resulta vital, ya que éste es una de las últimas fronteras de lo colectivo frente a la progresiva privatización de las calles, encarnada en las terrazas de restaurantes y bares, que disminuyen los espacios de libre acceso y dotan a la ciudad de una apariencia moderna y ordenada, pero despolitizada. Si a esto le añadimos la escasa infraestructura ciclista, la escasa inversión en transporte público y la proliferación de vehículos de uso individual, tenemos como resultado ciudades no sólo asfixiadas en contaminación, sino además evidentemente favorecedoras de las clases pudientes y despreciativas del peatón y el ciudadano sin posibilidad de acceder a los nuevos espacios de convivencia al aire libre que el capitalismo presenta.

Considerando este escenario, se vuelve evidente la urgencia de un auténtico espacio público, que no sólo facilite la socialización independientemente de la capacidad de gasto, sino que además propicie una relación más cercana y responsable con el medio ambiente, que permita no sólo disfrutarlo, sino además adquirir herramientas teórico-empíricas para aprender a preservarlo.

Lamentablemente, las políticas de recuperación del espacio público han apostado más por la rehabilitación y creación de áreas que satisfacen, a medias, exigencias respecto a la contaminación visual y a la inseguridad, pero que no contemplan una auténtica agenda ambiental. Entonces, así como las aceras se han “domesticado” a través de la intervención del capital, y el espacio destinado al desplazamiento se ha “domesticado”, ajustándose a las necesidades del automóvil, está lógica se ha extendido a los parques, ahora entendidos como gigantescas planchas grises de concreto, que no permiten a la humedad volver al suelo… Pero eso sí, son “modernas”, limpias y hay menos césped que cortar.

Ciudades como Mérida, por ejemplo, que llega a alcanzar temperaturas de hasta 36 grados, en los últimos años se han vuelto tristemente célebres por la irracional proliferación de nuevas plazas públicas a base de planchas de concreto, que, según los comentarios de los mismos residentes, se sienten como caminar “sobre un comal caliente”.

Esta situación, inevitablemente, nos obliga a reflexionar sobre la distribución desigual de los espacios verdes. La CDMX es un caso ejemplar: Por una parte, la Alcaldía Miguel Hidalgo, con un 0.917 en su Índice de Desarrollo Humano, posee un promedio de 12 metros cuadrados de áreas verdes por habitante; en contraste, la Alcaldía Iztapalapa, la más poblada de la ciudad, cuenta con un IDH de 0.813 y posee un promedio de un metro cuadrado de áreas verdes por persona.

Estos números nos presentan un indignante, pero normalizado panorama: Las áreas verdes se hallan focalizadas, las zonas periféricas y precarizadas las tienen a kilómetros de distancia. El acercamiento a la naturaleza sigue siendo un privilegio reservado a los pudientes, que gozan mejor calidad del aire, regulación térmica y todos los beneficios sociales y psicológicos de transitar por espacios que fungen como oasis de naturaleza dentro de la ciudad… Las clases trabajadoras habrán de conformarse con pasear por plazas semi desiertas, bajo el sol inclemente.

Por ello, sin ánimos de provocar, te invito a que, cuando inauguren el próximo parque de concreto en tu colonia, visualices árboles aumentando los niveles de humedad, a su follaje regulando el paso del sol… Moderando el calor para los habitantes de la colonia Condesa.

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