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El contrabandista

Por: Jorge Kahel Ruizvisfocri Virgen.

Los adultos mayores atesoran recuerdos, esperando a ser descubiertos con nuevas generaciones dispuestas a escuchar. Algunos son divertidos, otros trágicos; pero hay un selecto grupo de recuerdos que desafían toda noción de lo posible, y aun así son bastante reales. Esa lección la aprendí de un maestro de alemán que fue contrabandista en su juventud.

Aquel sábado había sido inusual. El salón terminó el examen sobre dativo bastante rápido, por lo que teníamos tiempo libre por delante. El maestro nos propuso que en lugar de irnos temprano, practicáramos nuestra comprensión auditiva escuchando una historia. En el salón aceptamos, y el maestro empezó su relato.

-Ich war ein Schmuggler- Tardamos en comprender, hasta que nos tradujo la palabra. –Schmuggler, contrabandista- Dijo, y nos guiñó el ojo. –Cuando era joven, estudié en Europa gracias a un programa de becas de los jesuitas- Hacia pausas en su relato para explicar lo que no entendíamos. –El programa me hizo vivir en diferentes países, y aunque incluía mis gastos de alimentación y hospedaje, yo quería más dinero para conocer el mundo- Se detuvo por un momento, en sus ojos se veía el aire del recuerdo.

-En algún lugar fui mesero, en otro trabajador de una tiendita. Pero en Alemania, de poco en poco terminé siendo contrabandista- El salón se encontraba estupefacto, cada quien imaginando al amable y gracioso viejito que nos enseñaba alemán en un personaje que cruzaba al amparo de la noche los alambres de púas, traficando quien sabe que cosas a la República Democrática Alemana.

Supongo que el maestro vio nuestras caras de sorpresa, porque nos reveló la mercancía que contrabandeo. –Pasé ropa de Alemania Occidental a Alemania Oriental. Cuando me sentía muy malo, llevé cigarros franceses al otro lado del muro- La sorpresa se apoderó otra vez de nosotros, pero ahora, en lugar de un superespía, nos imaginábamos a nuestro maestro como ropavejero.

-Empecé con los pantalones que quería mi primer comprador. Lo fui a visitar otra vez, para preguntarle la talla y acordar el precio. Cuando volví en mi tercera visita, me puse los pantalones que le vendería debajo de mi ropa de frío, y camine como un pingüino por la frontera-. Su voz tenía el tono pícaro de quien burla la ley. –Los Grenztruppen jamás se dieron cuenta que entraba gordo y salía flaco, para ellos solo era un muchachito inofensivo-

-Después vinieron los cigarros, porque a los alemanes del este no les gustaba la producción de su país. Con el tiempo, me hice de una pequeña clientela, a quienes les llevaba las cosas que compraba en mi lado del muro, y me cuidaban con su discreción, para evitar terminar en Hohenschönhausen- Pausó para ver nuestros rostros, y entonces soltó una bomba. –Era bastante gracioso, hasta que unos Grenztruppen me descubrieron-

Los Grenztruppen eran la guardia fronteriza de la República Democrática de Alemania. Formada por soldados profesionales y miembros de la implacable Stasi, tenía por función evitar que entrara la degeneración capitalista y que la gente desertara del sueño socialista. Para la mala suerte de mi profesor, los cigarros franceses y la ropa occidental eran parte de la degeneración capitalista.

-El par de Grenztruppen que me descubrío se dio cuenta de que mi ropa estaba demasiado abultada. Les dije que eran regalos para mi familia, pero como había perdido mi mochila, los llevaba así- La voz del maestro reflejaba la tensión que debió vivir en esos momentos. –Terminé convenciendo a los Grenztruppen con las cajetillas de cigarros que llevaba, que pasaron de ser regalo familiar a regalo militar. Les di a mis clientes toda la ropa que llevaba, y jamás volví a contrabandear ni cruzar por ese punto fronterizo-

Con esas palabras terminó el maestro la clase, y dejó de ser un viejo maestro de alemán para volverse un joven contrabandista internacional de ropa y cigarros.

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