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Las olvidadas

Por: Jorge Kahel Ruizvisfocri Virgen.

A todos nos han estremecido las noticias que revelan la precaria situación del personal médico y de enfermería frente al coronavirus. Es innegable que, por la falta de material de protección e infraestructura acondicionada para la crisis, han sucedido contagios entre el personal sanitario en hospitales de Tlalnepantla, Monclova, Cuernavaca y Cabo San Lucas. Sin embargo, estos hechos esconden una realidad más preocupante, que se desliza silenciosa sobre miles de trabajadores mexicanos y potencialmente podría ser el catalizador de una tragedia de proporciones mayores. Esas personas, las víctimas invisibles de la pandemia, serán quienes despachan en farmacias particulares.

Debido a la desigualdad socioeconómica en México, las farmacias particulares podrán ser puntos con alta afluencia de coronavirus en los siguientes días, ya que representan una alternativa de bajo costo a la carencia de servicios de salud. De acuerdo a datos del 2018 de Coneval, en el país hay más de 20 millones de mexicanos sin acceso a servicios de salud. Además, en México también viven 71 millones de personas sin accesos a los servicios de seguridad social, como el IMSS o el ISSSTE, lo que implica que su “acceso a la salud” es gracias al recién formado Insabi, el cual tiene en estos momentos problemas de insumos y operación.

Esta población, sin acceso a la salud provista por la seguridad social y probablemente sin la capacidad económica para costear servicios médicos privados de alta gama, va a volcarse en las farmacias-consultorios debido a que representan una alternativa de bajo costo con suministro de medicamentos que por diversos motivos no se encuentran disponibles en el Insabi. Pero estás farmacias tampoco cuentan con los materiales suficientes en equipo protector, gel antibacterial, desinfectantes, y tienen otro agravante, no son atendidos por personal que no clasifica como parte del sector salud.

El personal que despacha en las farmacias-consultorio no tiene entrenamiento formal sanitario. Probablemente, lo único que tienen es un certificado de bachillerato y una constancia de un par de horas de capacitación brindada por Cofepris sobre clasificación de medicamentos y la importancia de no vender antibióticos sin receta. Ese personal puede ser una señora de 50 años que busca ser financieramente independiente, una madre soltera que quiere darle lo mejor a su pequeña, o un joven estudiante que financia sus colegiaturas a través de un trabajo de medio tiempo.

Pensemos que es la señora de 50 años. Sin entrenamiento médico formal, tal vez no dimensiona el peligro al que está expuesta. Sin lugar a dudas, el riesgo que ahora enfrenta requiere que tenga una dotación de cubrebocas de calidad industrial, guantes, desinfectantes que pasen los requerimientos sanitarios, guantes de látex, y además sea capaz de identificar los síntomas que delatan coronavirus. Sin embargo, dudo que ningún curso de calidad Cofepris la haya preparado para esto, y estoy seguro que no ha habido protocolos de acción homologados para estás farmacias.

En el caso de que quede infectada dicha señora, bajo los lineamientos del triaje esbozados en la guía médica que el Consejo de Salubridad General presentó brevemente y luego retiró, no clasificaría para atención prioritaria. Si ella y un paciente joven necesitan el mismo equipo de intubación durante los días más críticos, será ella la que se quede sin atención, a pesar de haber sido parte de la línea de defensa contra el coronavirus.

El posible número de personas en la misma condición que esta señora es alto. En 2016 había 55,000 farmacias creciendo a un ritmo constante de 60 farmacias por mes. Estimando que las farmacias crecieran a un ritmo constante hasta 2020, ninguna farmacia quebrara y cada farmacia tuviera 2 turnos con un trabajador en cada turno, podrían haber 114,320 personas en las mismas condiciones que nuestra señora expuesta al peligro.

Tal vez hay más de 100 mil personas que, aunque están expuestas al peligro, se encuentran en el olvido. Pero ellas son importantes, tienen nombres, historia, familia; y aunque no pidieron ser parte de la línea de defensa, están ayudando en la atención de casos de Covid lejos del sector público y de hospitales privados.

Ellas son parte de la lucha del coronavirus, pero en este momento las tenemos olvidadas. Cambiemos esto, exijamos material de protección para quienes despachan en farmacias privadas.

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