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La subalternidad también construye

Por Paolo Sánchez

Las calles del país vibraron dos veces en  noviembre. Dos momentos; dos razones; dos ethos y dos perfiles. Es sobre todo esta última elemental diferencia la raíz del presente. ¿Quiénes marcharon el 27 de noviembre y quienes lo hicieron el 13?

 

El traer a cuenta los acontecimientos que marcaron la agenda hace un par de meses es tan solo el pretexto para ubicar un panorama político olvidado por un sector de la sociedad y que quizá sea fundamentalmente el origen de sus fracasos.

 

Hay una narrativa que me intriga. Aquella que sostiene que la manifestación en contra de la reforma electoral fue un ejercicio exclusivamente ciudadano, desprendido de cualquier interés partidista y una demostración de fuerza cargada de significado; por el contrario, el resto, quienes se movilizaron a finales de mes, son reducidos al acarreo, a una condición de súbditos (conclusión ya bastante frecuentada), sus intereses, se considera, fueron utilitarizados políticamente y su presencia sirvió tan solo para alimentar un mensaje unipersonal.

 

Este tipo de discursos no aparecen solamente en las coyunturas hasta ahora citadas. A la subalternidad se le pretende arrebatar, por lo menos en el relato, cualquier tipo de criterio que no responda a sus urgencias, como si sus urgencias no fueran articuladoras de procesos políticos.

Pero la subalternidad no se reduce a sus carencias, sino a sus potenciales. Está llamada a actualizar la memoria, construir paradigmas e imaginar y ser artífice de nuevas condiciones. Si es así, es porque sus identidades y garantías han sido vulneradas con recurrencia, arrastradas por disposiciones y violencias ajenas.

 

El sufragio; los derechos laborales; el usufructo de las tierras; el papel de las mujeres en la vida pública. Todos ellos intereses particulares que a su vez se enredan en equivalencias; todas ellas reivindicaciones que han conmocionado la semblanza de nuestra región y cuyo camino se cimienta en la lucha de grupos desarropados. Los desprotegidos lo son en función de desigualdades diferenciadas, pero a todos ellos se les puede entender desde la subalternidad como ubicación política. Querer estrechar sus alcances a una simpatía ideológica es un grave error que, a pesar de ser evidente, se comete reiteradamente. 

 

En un escenario de contrastes, tensiones y competencias, con la esperanza de dejar de serlo, los olvidados procuran politizar sus problemas y preocupaciones. Así lo han hecho aguantando las más fieras mareas. Nos han dejado un país que es huella de sus luchas y resistencias violentadas, atravesado por un acontecer en busca de un discurso que pocos ofrecen, por una brutal guerra contra la imaginación que insospechadamente recibe aún contraataques.

 

Vale la pena no comprar la mentira. En tiempos de disputa e incertidumbre, la subalternidad también construye.

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