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Vibra alto

Por Rodrigo Chávez

Hace un año lamentamos en este espacio y en todo el mundo el infame asesinato de George Floyd a manos de un policía, hablamos de racismo y de como la mal llamada «tierra de las libertades» solo era accesible para los hombres blancos, pues la raza sigue siendo un lastre en la sociedad americana, pero hoy hay que hablar de racismo en México.

El racismo es uno de esos temas que resultan especialmente espinosos para la sociedad mexicana, pues en cuanto se menciona, la respuesta inmediata es minimizar el problema: decimos abiertamente que «no podemos ser racistas porque acá todos somos mestizos», como si en esa frase no se escondiera ya un problema de invisibilizar a los afromexicanos y de negarles el pertenecer al «acá» como parte común y esencial de la cultura mexicana.

Si a la falta de perspectiva sobre un problema grave le sumamos además otros problemas como el clasismo o la xenofobia, que son también problemas bastante presentes en el día a día, desde el considerar que los indios necesitan que les lleven desarrollo a través de megaproyectos que atentan contra su forma de vida o los tan atrumpados discursos de odio contra los hermanos centroamericanos. El odio en México pasa de justificar la precarización y el abandono estatal a las regiones indígenas, al decir que «Acá hay mucho trabajo pero son pobres porque quieren», y culpar a las personas que viven en pobreza de su condición a simular que se tiene un legítimo interés en los problemas nacionales. Cuando los migrantes nos piden pasar por nuestro país, cuando las caravanas se acercan, de pronto ya no abundan los trabajos, ya es un tema de que nos van a quitar algo.

Todo esto es bastante difícil de asimilar, pues estas violencias atraviesan a más de la mitad de la población, sin contar además la violencia machista y misógina de la que Elsa y Ankaret hablan de manera profunda y detallada en sus espacias. Vivir en México es complicado, vivir en México siendo afrodescendiente es adverso, vivir en México siendo afromexicano y pobre es casi imposible, pero vivir en México siendo afrodescendiente, pobre y migrante es casi una disposición a la precariedad, aunque eso es menos difícil que ser una mujer migrante afrodescendiente y pobre, porque si eres esta última la policía podría matarte en Tulum por beber en vía pública.

Con respeto de los amigos quintanarroenses y admitiendo previamente la belleza de su estado, tenemos que hablar del problema que existe en Quintana Roo. Podríamos comenzar diciendo lo que se ha dicho ya, hablar de los policías rompiendo inhumanamente la espalda de Victoria, podríamos hablar de los pasivos espectadores que no tuvieron el valor de actuar, del deshumanizante vídeo y el cómo vulnera a la familia, podemos hablar de la policía como institución represora y los errores que urge corregir en la misma, y todo ello es importante  pero yo quiero ir a la raíz: a Victoria la mató un policía, la mató por ser mujer, afrodescendiente, migrante y de clase trabajadora, pero además la mató porque Victoria no estaba en Tulum para vibrar alto ni para vivir las «maravillas del Caribe mexicano».

Quintana Roo es uno de los estados más jóvenes que tiene la república mexicana, fundado en 1974 con un propósito claro, convertirlo en el centro turístico y paradisíaco de México, algo similar a lo que fue Acapulco en los 50 y 60.

Quintana Roo es y ha sido desde su primer día un desarrollo comercial-turístico planeado para el extranjero, es la carta de presentación a los viajeros europeos y norteamericanos, y como tal existe un profundo interés en «limpiar la imagen del Estado», limpiar, claro, de los mayas, de los migrantes, de los pobres y de los que no encajen en el concepto agringado de vida ideal, pues lo que queremos es que el turismo se sienta en casa, aunque sea a costa de los pobladores originarios de la península.

Porque hay que decirlo claro, si Victoria hubiera sido una whitexican o una turista americana en spring break poco habría importado que estuviera bebiendo en vía pública, tal vez si Victoria no hubiera hablado español, no hubiera sido una mujer racializada o no estuviera en el país porque El Salvador, su país no pudo protegerla ni darle una vida digna la policía la habría dejado vivir o mejor aún, le hubiera ofrecido drogas para disfrutar mejor de su experiencia en el país, porque tampoco vamos a negar que es lo que se hace en esas fiestas sin ley que los europeos, los gringos y los mexicanos ricos llevan a cabo en Quintana Roo.

A Victoria, al igual que a George la mató un sistema, un sistema social, político y económico que nos ha llevado a permitir que se tase la vida de las personas en función de su color o de sus cuentas bancarias, un sistema que le permite a unos cuantos mexicanos irse a Tulum a vibrar alto mientras consumen alguna sustancia y le juegan al yogui con el dinero de sus padres, mientras las comunidades nativas se ven desplazadas y orilladas a la precariedad para terminar trabajando en los lujosos desarrollos inmobiliarios y que son asesinadxs por la policía al tratar de relajarse después de un día  de trabajo.

A Victoria la mató la idea de que la vida de las y los migrantes es menos relevante que la de los connacionales simplemente porque decidió buscar una vida mejor para ella y sus dos hijas, a Victoria la mató la xenofobia mexicana, esa xenofobia que surge de sentirnos los mejores en todo y creer que las personas migrantes de países latinoamericanos nos deben algo, esa xenofobia ciega de las condiciones que el neoliberalismo dejó en centro y sudamérica.

A Victoria la mató la aporofobia, porque de haber sido una salvadoreña acaudalada, la policía difícilmente le habría tocado, el culto al dinero los habría dominado y la hubieran dejado ir con una mordida, o quizá ni siquiera eso porque «qué oso que el extranjero sepa que la corrupción existe».

A Victoria la mató el machismo que le permitió a los elementos de la policía someterla hasta la muerte mientras a un macho feminicida se le trata con delicadeza y apego a los derechos humanos.

A Victoria la asesinaron los problemas que no se hablan en la mesa, a Victoria la mató la sordera que la sociedad mexicana ha desarrollado para no enterarse del racismo, el clasismo, el machismo y la xenofobia que ejerce todo el tiempo.

Dejemos de justificarnos porque sí, somos clasistas y eso mata a muchas personas y encarcela cada año a miles de inocentes. Somos racistas y eso no se arregla siendo falsamente mestizos, somos xenofóbicos y eso no se soluciona diciendo que los migrantes deberían regresar a sus países.

De algún modo todos fuimos esa policía que mató a Victoria, y es momento de parar.

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