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Sobre los mitos del amor romántico

Por Melissa Cornejo

En los últimos años ha surgido un gran interés por la discusión que se ha generado en torno al amor romántico y la manera en que ha afectado la vida de muchas personas, principalmente mujeres. Por lo menos una tercera parte del motivo de consulta en psicoterapia suele ser algún fracaso amoroso o alguna inquietud relacionada con el amor. Tomando esto en cuenta, deberíamos comenzar a pensar en la posibilidad de abordar el amor como un problema de salud pública.

Mientras que un gran sector de la población alega que el amor romántico no tiene nada de malo en sí mismo, la información que se ha obtenido al respecto es suficiente para aseverar que muchas veces esta forma de relacionarse perpetúa la violencia de género y la desigualdad. Según datos recogidos por el INEGI, en México 66.1 % de las mujeres de 15 años y más sufrió algún incidente de violencia por parte de cualquier agresor mientras que 43.9 % de dichas agresiones proviene de su pareja (esposo o pareja, exesposo o expareja, o novio) durante su última relación.

Empezaremos sentando las bases definiendo el amor romántico, que no debe confundirse con el “ amor de pareja” que hay en un vínculo monógamo de afecto con encuentros erótico-afectivos. El amor romántico va mucho más allá: es el conjunto de ideas preconcebidas de lo que tiene que ser el amor, es el constructo social del amor dependiente, estrictamente monógamo y lleno de expectativas irreales y difíciles de alcanzar a través de una relación sana.

El amor romántico es impuesto a través de la educación afectiva que recibimos donde los valores hegemónicos y de la familia tradicional son los más importantes y son vistos como la única manera en la que una persona puede realizarse plenamente. Además, encuentra sus bases y se construye alrededor de mitos, discutiremos un par de manera breve:

1. El amor es para siempre.

Desde que somos chicos nos han hecho creer que, así como la vida, el amor es lineal y progresivo. Conoces a una persona, resulta ser tu alma gemela, se casan, tienen hijos y envejecen juntos. Y mientras en algunos muy contados casos puede que sea así de fácil, la realidad para el grueso de la población es otra. ¿Por qué? En primer lugar, los seres humanos estamos en constante cambio y constante crecimiento: el hecho de que una persona sepa y

pueda acompañarte en algún momento de tu vida, no quiere decir que podrá hacerlo por siempre y tampoco es justo esperar que así sea. Es más honesto aceptar que el amor durará lo que tenga que durar mientras sea sano para ambas partes. Y el final de una relación afectiva no significa el fracaso de esta: hay más amor en una despedida a tiempo que en el desgaste emocional que supone querer perpetuar la relación a costa del sufrimiento de una o ambas partes.

2. El amor es intensidad.

Este mito tiene como base el supuesto de que el amor debe ser intenso y apasionado todo el tiempo, si no, no es amor. ¿Cuántas veces hemos visto en películas a los protagonistas discutir y reconciliarse bajo la lluvia?, ¿dejar de dormir, comer, o funcionar por amor o desamor? Si lo que se busca es sentir emociones fuertes, siempre tenemos la opción de ir a un parque de diversiones y subirnos a la montaña rusa más alta. El amor trasciende el bombazo de los neurotransmisores que segrega nuestro cerebro en los primeros meses del enamoramiento. El amor deconstruido es compañerismo, complicidad, armonía, respeto, acuerdos relacionales, conversaciones incómodas... Y si esto último no parece tan divertido se debe, principalmente, a que no estamos comprometiendo nuestra dignidad, ni nuestro bienestar emocional.

3. Si no te duele no es amor y/ o el amor es sacrificio.

Este mito es concebido en muchas culturas, principalmente en la cosmovisión judeocristiana, como la piedra angular del amor real. El amor ni todo lo sufre, ni todo lo cree, ni todo lo espera, ni todo lo soporta. Nadie debe comprometer su salud mental, ni renunciar a su vida por amor. Si algo te duele, te aprieta, te oprime, no es de tu talla.

4. La exclusividad y los celos.​

Me mantendré al margen de la diversidad de modelos relacionales en la que ya profundizaré en otro texto, en parte porque los celos no son exclusivos de las relaciones monógamas como podría pensarse. Pero, ¿qué son? Habrá quien piense que no son otra cosa sino miedo a perder algo valioso y preciado, pero si lo analizamos un poco nos daremos cuenta de que además son inseguridad, necesidad de control —sobre la persona y sobre el curso de la relación—, apego y la falsa creencia de que nuestro compañero nos pertenece por sostener un vínculo con nosotros. Eso es falso. Nuestro compañero tiene derecho de salir, platicar, conocer e incluso sentirse atraído por otras personas. Pero, ¿entonces cuál es la línea entre eso y la

infidelidad? Bueno, eso dependerá del modelo, acuerdos y contrato relacional que cada pareja establezca.

5. Los polos opuestos se atraen.

Falso. Si bien es enriquecedor tener una pareja con intereses distintos a los nuestros por todo lo que podemos aprender en cada intercambio, hay diferencias que no son negociables. No lo son, y no tienen por qué serlo. Por ejemplo, la cosmovisión respecto a DDHH, valores políticos y sociales, plan de vida, etcétera. Que el amor se construye y es una decisión, sí, pero hay que saber dejar ir si los caminos no son compatibles.

6. El amor de la vida.

Nos han hecho creer que en toda la vida conoceremos una sola persona que nos llenará y logrará satisfacernos en todos los sentidos: esa persona es el amor de nuestra vida. ¿Y qué pasa si esto no es así? Si un día nos damos cuenta de que hay varias personas que nos atraen y nos hacen sentir bien de distintas maneras. ¿Eso quiere decir que no queremos realmente a nuestra pareja en turno? Es una pregunta que suele generar demasiada angustia y confusión y puede privarnos de disfrutar la relación que tenemos en ese momento al cargarla con todas las expectativas que tenemos sobre lo que debería ser nuestra pareja ideal: el amor de nuestra vida.

La búsqueda de la deconstrucción y desmitificación del amor romántico no tiene como propósito acabar con la ternura, el cuidado o la familia, sino concebir el amor de una forma más sana estableciendo relaciones horizontales y simétricas en las que se pueda llegar a acuerdos relacionales entre todas las partes involucradas.

Amar a la otra persona desde la elección, no desde la necesidad. Amar desde la dignidad y no desde la angustia. Saber que la persona que tenemos a nuestro lado es el amor en nuestra vida, no el amor de nuestra vida. Y que si acaba, confiemos en que somos capaces de volver a estar bien; confiemos en que seremos capaces de volver a amar.

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