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No sólo de llantos existen las criaturas.

Por Melissa Cornejo.

Las alegrías son uno de los palos flamencos —estilos de cante— más antiguos e importantes, pertenecen a la familia de las cantiñas, originarias de Cádiz, y tienen su raíz en las jotas. Este palo, como su nombre lo dice, es alegre y festero, y la mayoría de sus letras hablan del mar, la sal y el orgullo gaditano en el marco de la invasión francesa del siglo XIX.

Respecto a su estructura, tienen como base un compás de 12 tiempos que comparten con la soleá, aunque las alegrías tienen un carácter más airoso y alegre que contrasta con la solemnidad propia de la soleá. Las letras, por lo general, se componen de coplas de cuatro versos octosílabos; en algunas ocasiones se repiten los dos últimos a manera de cierre o remate. Cuando se acompaña al baile, se canta una coletilla inmediatamente después.

Una de las salidas por alegrías más comunes y más queridas es el tradicional “tirititrán’’, ante el que es imposible permanecer indiferente. Según contaba el cantaor Chano Lobato, tiene como origen una noche de juerga en la que el cantaor gaditano Ignacio Espeleta salió a cantar con unas copas de más y olvidó la letra, por lo que tuvo que improvisar esta salida.

Un ejemplo de la estructura tradicional de salida, letra y coletilla:

“Tirititrán, tran, tran

Tirititrán, tran, tran

Tirititrán, tran-trero

ay, tirititrán, tran, tran.

Que le llaman relicario

a Cai no le llaman Cai

porque por patrona tiene

ay, a la Virgen del Rosario

Con las bombas que tiran los fanfarrones

Se hacen las gaditanas tirabuzones.”

El baile por alegrías suele tener una estructura tradicional muy definida y muy completa, y es gracias a esto y a su compás amigable que suele ser uno de los primeros que se enseñan a las personas que comienzan a bailar flamenco. Los principales elementos que dan estructura al baile son: salida, llamadas, remates, marcajes, escobilla, silencio y salida por bulerías.

En suma, las alegrías surgen de la necesidad que tienen los flamencos de disfrutar y regocijarse, de cantarle a la vida como tanto le cantan a la muerte. Me gusta pensar en ellas como el mejor recordatorio de que no sólo de llantos existen las criaturas, como el ejemplo más amoroso de que hasta la caricia más tierna puede hacernos llorar.

La primera vez que bailé por alegrías no fue la primera vez que las ejecuté —a los tres años de edad— sino cuando comprendí su sentido profundo y el enorme privilegio de tener un estilo de cante lleno de sal para curar las heridas: solución salina en doce tiempos. Una tarde bailé por alegrías y ya nunca me detuve; un día bailé por alegrías y me cambió la vida.

Las alegrías son fáciles como navegar en una barquita marinera, naturales como la sal, cálidas como la sangre en las venas. Son pulso y vaivén, compuestas de accidentes felices y gratas sorpresas, como la vida misma.

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