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¿Política de clase?

Por Rodrigo Chávez

la noche del martes tuve oportunidad de ver el ejercicio de análisis sobre el debate de candidatos a cargos locales en Colima, en donde Jorge Ruisvizfocri participó. Un ejercicio necesario con aportaciones muy interesantes de parte de los panelistas, pero hubo en especial una participación que me quedó en la cabeza: el panelista proponía como medida para obtener idoneidad en las candidaturas revisar el historial empresarial de quienes aspiran a dirigir un municipio: la propuesta no suena tan lejana a lo que escucho en los salones de clase desde hace mucho tiempo. ¿Y si les hacemos exámenes de conocimientos? ¿Y si les pedimos escolaridad mínima? ¿Y si les dejamos la política a los empresarios?

Estas propuestas, insisto, no son nuevas. Por mucho tiempo ha imperado en la sociedad mexicana una despolitización impulsada por la clase política que a través de la ignorancia dominó por décadas, aunque este problema tiene también que ver con un proceso histórico de alienación en el que las clases trabajadoras han aceptado roles de producción sin posibilidades de injerencia política, un problema agudizado también entre las clases medias que se repartieron entre quienes anhelaban desesperadamente entrar en el juego político y quienes creían que rendirse al juego del mercado era la única opción viable. Sin embargo, este segundo grupo nunca se separó en realidad del primero y terminó generando una especie de mutualismo entre el poder económico y el político.

El grave error con estos fundamentalismos de mercado, en los que suponemos que una de las partes está desligada de la otra, es que terminamos con empresarios que ejercen políticas de presión a través del dinero y políticos que ven la función pública como una manera de hacer negocios, mientras la sociedad despolitizada no comprende porqué nada cambia para bien pese a las propuestas de campaña. Terminamos, quizá sin quererlo, reduciendo el ejercicio democrático a depositar votos en una urna cada 3 años.

La idea de que se pidan requisitos podría sonar algo natural dentro de la lógica de cualquier empleo, pero es una realidad bastante lejana de alcanzar en un país en el que cosas básicas como la educación superior es un pleno privilegio de clases. De igual forma es un privilegio que alguien posea medios de producción en el país, además la idealización de la educación ha sido un lastre más que un potenciador político, es decir, tenemos una cámara de diputados, que se supone que representan al pueblo, graduados de las mejores universidades del país, pero que desconocen la realidad de las personas a las que representan. Muchos no han vivido jamás en los distritos por los que fueron electos, y aunque lo sean, su sesgo de clase se ve muy presente a la hora de proponer o votar las leyes.

La creencia de que las personas de clases altas hacen mejor política no solo resulta complaciente a una élite que se ha incrustado en el ejercicio público, sino que hace que las personas que no han tenido las mismas oportunidades se sientan menospreciadxs y decidan no participar. Es así como un campesino que no pudo acudir a la escuela, pero que sabe de primera mano sobre el abandono al campo, no puede protegerlo de manera efectiva a través de las instituciones; o los trabajadores de primera línea del Estado, quienes no pudieron defenderse de la terrible reforma a la ley general del ISSSTE que les costó al menos un lustro más de trabajo para obtener una pensión y una precarización terrible.

Hace poco, el propio Jorge proponía en una columna maravillosa la opción de rifar las diputaciones para obtener un ejercicio de representatividad más honesto, pues el ser aleatorio podría poner en el encargo público a un vendedor ambulante así como a un universitario recién egresado o una madre soltera, una propuesta arriesgada pero mucho más amplia que darle el poder a los empresarios.

Las habilidades empresariales son muy específicas en la actualidad, en el perfil de empresario se busca una persona capaz de tomar decisiones en beneficio de obtener mejores ganancias, casi sin tener en cuenta las afectaciones que eso implique; se buscan personas que sean capaces de tener buena estrategia de ventas y funjan como motivadores de sus empleados explotados, que son quienes realmente hacen el trabajo. El empresariado actual es más un producto que otra cosa, tenemos su propaganda en TV con shows como shark tank y sus charlas y libros que no dicen nada sustancial. Además la cantidad de nuevos ricos en el país ha ido disminuyendo estrepitosamente desde la década de los 80, es decir, desde hace 40 años que no hay “historias de éxito” considerables en el sector empresarial. Tenemos una serie de herederos ricos que creen saber hacer negocios por no quebrar empresas, ¿de verdad deberíamos darles el timón del barco?

Valorar las candidaturas de acuerdo con cuestiones que no son una realidad para todes es una manera de asegurarle a los que siempre nos han gobernado que lo sigan haciendo, es permitir que los negocios al amparo de la hacienda pública sigan prosperando solo porque la o el candidato estudió en una universidad o porque nació en una familia adinerada.

Estos complejos clasistas son muy comunes dentro de la lógica partidista en la que se busca que sean «los niños bien» y no «los indios venidos a más» quienes tomen los puestos de poder, pero también lo son fuera de las instituciones en donde la sociedad, sobre todo la de la CDMX no logra comprender que existen narrativas y modos de vida bastante diversos. Considerar que está mal que alguien sin privilegios llegue al poder es ignorar la diversidad, y con ella imponer una visión imperialista y de clase.

La lucha a esto es buscar trascender nuestro clasismo interiorizado y poder comprender que las aptitudes gubernamentales no son necesariamente cuestión de tener dinero sino de tener principios éticos - ideológicos.

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