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Necesitamos las aulas

Por Rodrigo Chávez

Las discusiones sobre el regreso a clases se han desarrollado mayormente entre adultos que, preocupados por la salud, se han posicionado en contra del regreso a las aulas. Los argumentos son básicamente el miedo a que las personas en la etapa de infancia se vuelvan las principales víctimas del virus que lleva asolándonos casi dos años.

Si bien los miedos de los padres y madres de familia son fundados y lógicos, debemos centrar nuestra atención en los recientes datos que el INEGI nos proporcionó acerca de temas que pocas veces abordamos y que rara vez vemos como un problema presente en la infancia.

El suicidio es una realidad que cada vez es más díficil ocultar. Desde las infancias hasta la vejez los problemas psicoemocionales se han  impregnado en nuestra sociedad casi como si nadie se diera cuenta de lo que está ocurriendo, y digo casi porque, siendo honestos, todos sabemos o hemos vivido el descenso de alguien cercano a las más profundas mazmorras de su mente.

La depresión es un tema que nadie ha querido afrontar y la ansiedad se ha vuelto un arma en contra de quienes la padecen, si bien estas enfermedades son del campo de estudio de la psicología, sus consecuencias y quizá sus orígenes son de interés sociológico y político desde tiempos anteriores a Durkheim.

Advertía con mucha razón y miedo de por medio Emile que una sociedad industrial y carente de moral y de fuerza social podría derivar en sentimientos negativos de la persona, no solo hacia lo estructural o lo económico, sino hacia su propia persona. Analizando sociedades como la británica Durkheim descubrió que ahí en donde el individuo enfrenta solo la vida es más común la decisión del suicidio.

Esto es importantísimo de entender porque creo que debemos comenzar a despatologizar la decisión del suicidio, no todo suicidio se da por depresión o ansiedad, sin embargo la depresión, la ansiedad y el suicidio sí tienen en su composición social un ingrediente especifico y ligado a estos problemas, la Hiperindividualización.

Este último concepto no es más que poner la plena y única responsabilidad de la vida de una persona en sus manos, olvidando nuestras necesidades sociales que van desde los servicios de cuidado hasta una simple interacción o el acompañamiento silencioso. El modelo de hiperindividualización es notable en cosas tan sencillas como el creer que las personas son prescindibles, que el éxito es la acumulación o que podemos resolver cualquier problema solo con desearlo.

Estas ideas tan comunes en los discursos de los gurús de facebook nos plantean como única necesidad el deseo de felicidad propio pero ignoran las condiciones contextuales en las que vamos desarrollando nuestras vidas. Claro que uno no puede simplemente desear ser feliz cuando hay un virus mortal ahí fuera, cuando la incertidumbre económica o los mitos destructivos del amor romántico se nos van colando a la cabeza.

Un día te descubres con insomnio, temblores involuntarios, llantos repentinos o irritabilidades, te encuentras en un pleno estado de desencanto total y encima tienes que simular que eres lo suficientemente fuerte y autosuficiente como para sobrellevar esto. Nada más lejos, es el sistema llevándote al límite. Como adultos hemos aprendido que existen paliativos que nos alejan de esto. No es raro que ante el sentimiento de inseguridad muchos de nosotros tomemos un cigarrillo y lo encendamos, algunos se sirven un trago, otros consumen sustancias y hay quienes tienen sexo solo para sobrellevar esta carga emocional.

Vaya complejidad en la que estamos metidos, ¿no? ahora imagínense no tener al alcance estos paliativos, imaginen por un momento ser une niñe de entre 10 y 14 años, con la ansiedad y angustia de un virus mortal afuera, la adolescencia y la búsqueda de identidad, de por sí difíciles, siendo vivida encerrados entre 4 paredes que además podrías estar compartiendo con violentadores o con ausencias físicas y emocionales. El único contacto semi humano que reconoces es a través de zoom y eso hablando de contar con los medios económicos suficientes.

Generamos un ambiente tenso y alejamos a la infancia de sus procesos naturales bajo el argumento de salvarles la vida, con el miedo de un virus poco conocido les pedimos quedarse quietos, cerramos la puerta huyendo de un potencial virus mortal sin tener en cuenta que dentro de nuestras cabezas había ideas peligrosas que nos acompañan en todo momento.

278 niñxs de entre los 10 y 14 años de edad se quitaron la vida el año pasado mientras 95 personas infantes de esa misma edad murieron a causa del Covid-19. Los salvamos de la enfermedad física a costa de que sus emociones y fantasmas nos arrebataran a 278 niñxs.

Esto, como todo no fue una decisión unipersonal, es decir, lxs niñxs no se levantaron de la nada a matarse como seducidos por hadas o bruja mitológicas, esto tiene que ver con décadas de educación carente de cuidado emocional, de empatía y de reconocimiento del otro. Esto tiene que ver con la violencia emocional, psicológica, física y sexual que existe en nuestra sociedad.

Solemos vendernos el cuento de que lxs niñxs son todo felicidad todo el tiempo y es que, en el ideal, debería ser así, pero esta pandemia nos permitió pasar tiempo en casa y darnos cuenta de que quizá no sabemos mucho de las personas con quienes compartimos casa y vínculos familiares, quizá el desencanto de no saber tratar este desconocimiento se tornó violento.

Volver a las aulas no es solo una necesidad académica ni un capricho gubernamental, volver a las aulas significa para muchas de las personas que hemos padecido problemas así una posibilidad de escape, un paliativo necesario, un distractor justo que nos ayude a aferrarnos a la vida.

Volver a las aulas nos podría contagiar y podría hacer que niñes se contagien pero seguir obligándolos a estar en espacios en donde la responsabilidad de mantenerse con vida y felices es únicamente de ellxs es poner sus hombros una carga inhumana. Volver a las aulas es compartir con un amigo desde la horizontalidad el hambre, el dolor, las lágrimas y las alegrías. Volver a las aulas podría significar para muchas personas un intento de calmar esas ideas.

No queremos volver a la escuela y aprender y teorizar y realizar el ejercicio académico, pero sí necesitamos las aulas en las que pueda acompañar a amigues y compañeres y pueda sentirme acompañado. Necesitamos las aulas para sostenernos en vida y 278 niñes no podrán volver.

Mi recomendación es sencilla, seamos adultos responsables y empáticos, preguntemos a las personas en infancia cómo se sienten, aprendamos a escuchar y validar sus vidas y sentimientos, preguntemosles pues, si es que él, ella o elle quiere volver a clases, expliquemos los riesgos y medidas a seguir y confiemos en que hará lo correcto.

Dejemos de lado el postureo, el miedo y la insensibilidad antes de que eso cueste más vidas.

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