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Morir gritando

Por Rodrigo Chávez

El asesinato de periodistas, presentadores de noticias, comunicologos e investigadores no es un tema nuevo, en lo absoluto. Existen registros de que esta es una práctica bastante común en México, al menos desde los años más cruentos de la guerra sucia. Yo incluso me atrevería a decir que esta es una tradición mucho más añeja. ¿Cómo olvidar la persecución del periodico “Los hijos del ahuizote” durante el periodo final del porfirismo. ¿No es a caso que parte de la sentencia de ejecución a Hidalgo se debió a la publicación de la abolición de la esclavitud en un diario?

No quiero decir con esto que debemos de asumir que, de algún modo, existe dentro de nuestro genes un deseo de asesinar a periodistas incómodos o a quienes se atreve a emanar posturas, investigar o decir lo que no deberían, en lo absoluto. Bueno, al menos no entre nosotros, entre tú que lees esto y yo que lo escribo espero que eso no sea así pero si nos atrevemos a hablar de un actor político que no camina como nosotros… Bueno, la historia parece otra.

Desde antes de su nacimiento como Estado Nación ya existía una manera de frenar a quienes se atrevían a lo que no se debe, a indagar los asuntillos oscuros de quienes tienen el poder, de quienes ventilaban a los demás las artimañas que pasaban, y así desde antes de nacido el Estado mexicano ya había comenzado a asesinar periodistas, opositores y todo lo que le pareciera incómodo.

México es el país del mundo en el que se asesinan a más periodistas, justo por encima de naciones en conflictos bélicos internacionales como Irak o Afganistán, un dato nada prescindible pues en un país en el que no existe un conflicto abierto, en el que la democracia pareciera comenzar a madurar debería parecernos cuando menos impensable que eso suceda con quienes ejercen la profesión de informar e investigar.

Lourdes Maldonado pidió en 2019 la protección al presidente por una rencilla laboral que tenía en el estado de Baja California con el entonces gobernador Jaime Bonilla, el presidente le concedió desde 2019 no un programa de protección sino dos. Dos mecanismos de protección a periodistas para poder ejercer su labor y, aún con ello, fue asesinada afuera de su domicilio. Un acto que no puede entenderse sin la complicidad u omisión de los agentes a cargo de la protección de la periodista.

La violencia a los profesionales de la información es uno de los pendientes de la cuarta transformación y hay que decirlo con todas sus letras, no podemos ni debemos voltear a otro lado, no podemos actuar como si ignorando la situación ésta se resolviera de manera misteriosa, no podemos simplemente comportarnos como lo hicieron en el pasado porque si bien es cierto que esto no comenzó apenas es cierto, también, que la administración actual ha fallado en ponerle un fin al riesgo de muerte que significa informar en el país.

Muchas veces he criticado el actuar de los medios masivos de comunicación, su mercenarismo, su ruindad, su amarillismo y todo aquello que es evidente que debe de superarse pero honestamente comprendo el actuar de los Loret de Mola, de los López Doriga, siempre será más fácil ponerle precio al micrófono que arriesgar el pellejo. Porque acá hay de dos sopas, o uno se alinea o a uno lo matan.

¿Cómo esperamos un periodismo libre, combatiente e independiente si la forma, ya no digamos de vivir, de sobrevivir es no tocar los cotos de poder? Es cierto que en este sexenio se acabaron las pautas pagadas con una millonada de por medio para financiamiento y eso es de aplaudirse pues, en efecto, no existe periodismo libre con contratos en juego pero tampoco existe si nuestros periodistas caen como si su labor no fuera necesaria.

Uno va aprendiendo más pronto que tarde que hay cosas de las que no se puede hablar, van pasando algunas advertencias o incluso situaciones que nos llevan a reconsiderar si lo que hemos escrito o dicho está muy subido de tono o si es que de algún modo eso pone en peligro la vida de alguien amado o la propia, poco a poco esos mecanismos de presión nos van llevando a un estadio de autocensura que es francamente difícil.

Quizá, más que una columna esta sea una especie de catarsis personal en la que les hago participes porque no puedo concebir cómo podría mirar a los ojos al equipo y decirles que no tengan miedo de decir lo que quieran, que se puede y se debe ser incisivos, ir sin miedo y a por todas, porque no encuentro la forma de mirar a mis compañerxs de clase y decirles que el periodismo que anhelan hacer es urgente y que se necesita. Porque el asesinato de Lourdes es el constante recordartorio de que estamos a una mala cuartilla de ser los siguientes.

No conocí a Lourdes, como no he conocido a ninguno de los periodistas asesinados desde que este proyecto comenzó ni a los que murieron antes pero sé que es insultante y desmotivante saber que la libertad de expresión y el derecho a la información en este país puede tener como precio la muerte. No es normal, no está bien, no debería ser así.

Tampoco coincido con los que quieren hacer uso de la muerte de Lourdes como una moneda de cambio para el golpeteo, principalmente Felipe Calderón quien no solo fue el que recrudeció estas situaciones sino que abiertamente dictaba línea editorial a los medios durante su muy sufrible usurpación en los pinos. Es francamente vomitivo verle ir con la bandera del respeto a la libertad de expresión cuando por orden presidencial salió Carmen Aristegui del aire.

Voy a cerrar este texto con un reflexión que no me parece esperanzadora. No se mata la verdad matando periodistas y aunque intenten infundir miedo y terror, aunque su política sea terrorista contra quienes desde sus espacios, grandes o pequeños, deciden ser incisivos, ser provocativos y decir la verdad; quiero decirles que tampoco se obtiene silencio. Porque así como Lourdes murió gritando por la verdad y con la verdad en la boca han muerto muchas personas antes de ella y sé que habemos muchos que estamos dispuestos a seguir gritando. Porque ese grito de verdad, es halo de esperanza en que algún día uno pueda escribir o hablar sin pensar en que lo van a matar va a llegar, aunque cueste la propia vida.

#NoNosCallan, #NoSeMataLaVerdadMatandoPeriodistas

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