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Ecatepec

Por Ángel Estrada

Ecatepec es un municipio mexiquense ubicado en la periferia de la Ciudad de México; desde luego, pertenece a la zona metropolitana del Valle de México. Es el municipio con mayor índice de pobreza urbana del país, con más de 786 mil personas en situación de pobreza. En él, como en los municipios más marginados y desiguales, habita un sector poblacional históricamente segregado, marginado y olvidado. En Ecatepec no hay muchas oportunidades desde la niñez, ni de educación, ni de trabajo, ni de servicios básicos ni de prácticamente nada. Se mantienen en un limbo entre una situación precaria de la que desean salir, y una serie de topes y barreras gubernamentales y del poder económico que los relegaron a la lista de asuntos menos importantes, los “para después”.​

Bajo esa situación, lo sucedido ayer es motivo de alarma, es escandaloso, y hasta ruin, pero no por los motivos que «les privilégiés» han expuesto con aires de superioridad todo el día, sino porque nuevamente ha quedado evidenciado que hay una población allá, lejos de lo que se discute en twitter y facebook, que no vive la misma realidad que vivimos muchos de quienes nos dedicamos a lanzar señalamientos indiscriminados en esas plataformas, y que padece de un abandono institucional que tiene viviendo a sus habitantes en el ojo del infierno mismo.

A los habitantes de Ecatepec, ¿cuánta confianza hacia las instituciones del Estado les ha quedado, luego de que éste siempre les ha cerrado las puertas? ¿Por qué habrían de creerle a lo que dicen?

Muchas personas en Ecatepec, y en muchos lugares del país, han decidido confiar solo en sus allegados, con quienes conviven a diario y en quienes ven y perciben un eterno acompañamiento pese a las circunstancias, quizá porque también viven en la misma situación y la comparten (hay una idea generalizada, en gran parte de la población, de que los gobiernos nunca van a cambiar, y que estos mienten). Por eso es entendible que crean en la información falsa que reciben vía facebook o whatsapp (porque suelen recibirla de esas personas, que a su vez la recibieron de otras personas bajo la misma situación); información que es generada por terceros con fines lucrativos, turbios, morbosos o golpistas, que saben que es a esa población a quien tiene que ir dirigido su mensaje, porque son quienes más lo van a replicar sin cuestionarlo demasiado.

Y no estoy diciendo que las personas que replican dicha información sean estúpidas, o que no tengan la capacidad de discernir y cuestionar lo que ven, leen y oyen, pero tristemente, y otra vez, juega el papel de la falta de acceso a la educación en todos sus niveles y a la información verídica dirigida hacia ese sector en específico.

Muchas personas hemos visto decenas de mensajes donde gente graba vídeos diciendo que el COVID-19 es falso, que los médicos son quienes matan a la población por órdenes gubernamentales, que todo es una estrategia del gobierno, etc. Aquellas palabras que se escuchan en el vídeo en cuestión, de boca de la señora y las personas que entran con dramatismo al hospital, son una réplica exacta de lo que dicen los vídeos con información falsa que circulan a toda hora por redes sociales.

Aquel mensaje ya estaba grabado en la mente de esas personas, ya lo daban por hecho. Aquella era su verdad en el preciso momento en que su familiar ingresó al hospital con síntomas de COVID-19, y también fue su verdad cuando supieron que éste había muerto un día después. Al ingresar al hospital en medio de gritos y agresiones hacia el personal de salud, ésa era su verdad. Al buscar con desesperación y hallar una veintena de cadáveres en la morgue del hospital para buscar el de su hijo, ésa era su verdad. Al encontrarlo y manipular la bolsa que lo contenía sin ninguna medida de seguridad, ésa era su verdad: “el COVID-19 no existe”, decía.

Con esto no quiero decir que estuvo bien lo que hicieron estas personas en el Hospital Las Américas, de Ecatepec, porque en definitiva no estuvo bien. Fue un acto irresponsable, mal pensado, y decidido bajo sentimientos de enojo, impotencia y rabia mal dirigida hacia el personal médico, porque uno de sus familiares acababa de fallecer. Fue un acto pensado desde la ignorancia, si se quiere ver así, pero una ignorancia no pedida, sino impuesta desde las estructuras del poder que se olvidaron de los pobres decenas de años atrás, y aprovechada por quienes decidieron que era buena idea dirigir hacia ellos mensajes cargados de mentiras. ¿Ya alcanzan a ver lo que puede provocar la irresponsabilidad de crear contenido falso?

Pero precisamente por la situación en la que viven, por los sentimientos de angustia y dolor que prevalecieron en ellos en esos momentos, y por todo lo que ya mencioné atrás, no me atrevería a referirme a ellos de un modo despectivo, no me atrevería a juzgarlos por su nivel socioeconómico, por la educación que recibieron (o no), o por su ignorancia sobre este u otros temas, y sería vil condenarlos de por vida a la opinión pública desbocada, como muchas personas ya han hecho.

Cometieron un gravísimo error, donde además de agredir física y verbalmente al personal médico que se ha partido el lomo los últimos meses para cuidar a la población, expusieron sus propias vidas y las de muchas personas al entrar en contacto directo con cadáveres de personas que fallecieron por COVID-19, pero de ahí a caer en el peligroso juego de las condenas, hay una distancia mayúscula. Si las personas agredidas decidieran denunciar las agresiones y comenzar procesos penales contra sus agresores, adelante, están en todo su derecho, pero ahí que cada quien se rasque con sus uñas.

En lugar de linchar sin pensarlo dos veces, hay que repensar las formas en las que la comunicación llega a los grupos poblacionales más vulnerables, y pensar en reestructurar también las estructuras educativas existentes, para garantizar el pleno acceso a ellas de manera permanente. El Estado debe acordarse de sus abandonados, trabajar por ellos y brindarles todas las garantías de que pronto podrán comenzar a vivir una vida digna, con educación, servicios, empleos seguros y bien remunerados, seguridad pública y social, y todos aquellos elementos que hacen que una sociedad sea más justa.

Ese es el camino. Reducirlo a un linchamiento público sólo devela ignorancia e inconsciencia. Es más fácil pensar en soluciones simplistas y autoritarias, dignas del fascismo, que pensar en soluciones que impliquen poner en la mira a los más pobres y trabajar por ellos. Es más fácil pensar desde el privilegio.

Este período de cuarentena puede estar sacando lo mejor, lo peor, o ambas cosas de todas las personas. Resulta peligroso cuando se trata de lo peor, ¿pero qué puede ser “lo peor”? Que cada quien responda aquello como mejor le convenga; pero mientras tanto, a juzgar por el alboroto visto a lo largo del sábado en la opinión pública, puedo asegurar que “lo peor” que muchas personas han sacado es su clasismo, su odio hacia los sectores de la población más pobres, más marginados.

¿Dónde están paradas las personas que ya han condenado al infierno, desde ahora, a quienes grabaron el vídeo que circula en redes sociales en Ecatepec? ¿Qué posición privilegiada es la que ostentan al momento de escribir y hablar despectivamente de aquella mujer y sus acompañantes, que con desesperación exigían respuestas porque su hijo había muerto? ¿Aún son capaces de empatizar con el dolor ajeno, o son tan egoístas que sólo piensan en el suyo?

​Quien nunca haya compartido información falsa de cualquier tipo, quien no se piense capaz de dar todo por algún familiar o amigo, quien no crea a conciencia que el trasfondo del problema es la pobreza, quien no sienta que vive en un país marginado y desigual, y, en síntesis, quien esté libre de pecado, que arroje la primera piedra.

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