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Estética popular

Por Rodrigo Chávez

Pocas cosas en el mundo y en la vida son elitizadas como el arte, desde el fundamento histórico de las propias disciplinas hasta la práctica de las mismas. El arte es un cúmulo de privilegios y de desarrollos de autoconsumo entre élites, sin embargo esto no quiere decir que el arte como expresión o como medio de comunicación sea propiamente elitista. Quizá ha quedado un poco revueltx con estas primeras líneas pero permítame explicar.

La diferencia entre algo elitizado y algo elitista es que lo primero es absorbido por las élites en un claro ejercicio de apropiación y en un deseo de exclusión de las mayorías mientras que lo segundo es un producto hecho y consumido solo por una minoría, por ejemplo las marcas como Gucci son o históricamente han sido elitistas dado que están pensadas, diseñadas, producidas y dirigidas en ventas a una minoría identificada por una clase social. Por otro lado la fotografía, por poner un ejemplo, es algo que puede provenir de cualquier lado (siempre y cuándo contemos con los medios para hacerlo) pero que desde espacios de academia artística comienza a elitizarse, ¿quién sino un grupo de pretenciosos calificadores determina el valor de una fotografía? Ese proceso en el que algo pasa de provenir a cualquier lado a considerarse como “artístico” o “no artístico” es el proceso de apropiación del arte.

Esto nos importa hoy porque unos baños, sí así como lo lee, unos baños han desatado una dura polémica en los últimos días. Muchos usuarios de oposición en Twitter han salido a clamar dolencia, desprecio, clasismo y mucha rabia por el diseño de los baños del Aeropuerto Felipe Ángeles, próximo a inaugurar en marzo. ¿Es acaso que la arquitectura de los baños es inadecuada? Quizá un error en la construcción; pues no, en realidad es una crítica aún más burda de lo que podríamos pensar. El problema es el decorado de los baños.

Lejos de lo ridículo que pudiera parecer fijarnos en la decoración de un lugar en el que, literalmente, vamos a depositar cosas nada agradables de la naturaleza humana el problema con los baños del AIFA es que la oposición considera “vulgar” y de “mal gusto” que la decoración de los baños, insito y seré reiterativo LOS BAÑOS. Sea sobre lucha libre.

En palabras de algunos tuits que he encontrado en la red social “No es esa la cultura mexicana, no deberíamos mostrarle eso al mundo, que oso que este gobierno crea que no tenemos otra cosa que mostrar”. Algunos incluso hacen recomendaciones que, aunque en lo personal disfriutaría, tampoco suenan tan brillantes. ¿Por qué no Remedios Varo o Frida? Bueno, Martín, porque vas a hacer pipí no a un museo, propiamente.

Ahora centrémonos en la pregunta esencial de la que parte esta columna; ¿por qué el revuelo? La respuesta corta, que no incorrecta, sería que es porque no es un arte bello. Primero porque la lucha libre, a pesar de lo que los románticos de la misma digan, no es un arte per se. Vaya, no cumple las características para ser arte y está bien, la lucha libre es un deporte, un espectáculo y contiene un valor cultural pero no es un arte.

En segundo porque es una muestra de fuerza y técnica que, al estilo romano, conjuga la bestialidad humana con el deseo de técnificarlo y embellecerlo pero que en definitiva lograr la estetica no es el eje fundamental de la lucha libre, mucho menos de la mexicana.

Sin embargo la lucha como un conglomerado de situaciones, ritos y símbolos que lo rodean sí contiene dentro de su composición mucho arte, cuando logramos romper la relación básica y reduccionista de “hombres semidesnudos golpeandose-gente gritando” podemos ver los detalles y es ahí, como en muchas otras actividades y disciplinas, en donde radica el sentido artístico.

Los detalles tan básicos como los carteles que se usan en la lucha, que aunque sencillos gozan de una estética específica y sumamente reconocible, al punto de incluso tener su propia tipografía. El cocido y la hechura de máscaras para lucha libre conlleva un proceso artesanal de diseño, de curtido, de pintado y de bordado único por máscara. De igual modo los pantaloncillos, las botas e incluso los guantes son cosas que, vistas desde el proceso se convierten en arte.

Aún dentro del acto del ring podemos equiparar las coreografías que los luchadores tienen como parte de una danza, una danza que combina o trata de combinar la brutalidad corpórea de quienes la interpretan y de la propia violencia en un acto que, al igual que el arte teatral se divide comúnmente, en 3 episodios. Los efectos visuales y auditivos de las entradas y de la propia danza dan cabida a poder ejercer la fotografía desde ángulos que muestran el esplendor de las capacidades humanas al salir por los aires o aterrizar, incluso las historias que acompañan las luchas o rivalidades son muchas veces escritas a guión incluyendo dentro del derroche de la lucha libre a la literatura.

Pero entonces, ¿por qué la lucha libre no es un arte si goza de tantas bellas artes en sí? Pues porque es popular, por mucho tiempo la academia nos ha dicho que el arte es algo exclusivo, que no podemos ni debemos considerar lo común como parte del mundo artístico, que para crear o percibir el arte debemos estudiar por años o debemos apartarnos de lo que a todos gusta, que solo teniendo una gran capacidad de abstracción, conocimiento de técnica y de teoría podemos comprender y ser parte del arte.

El deseo de quienes se consideran superiores por pretender saber, entender o ser parte del arte los lleva a querer señalar todo lo que es popular como despreciable, en su concepción no cabe la idea de que algo que no pase por un riguroso proceso de selección y un absurdo listado de cosas sin sustento pueda ser catalogado como cultural o artístico. Este pensamiento surge de la necesidad de ser especiales, de ser diferentes, hay personas afuera que no pueden concebir perder la capacidad de distinción entre los demás.

Lo que estas personas no toman en cuenta es que la capacidad estética está, aunque el reducido grupo académico no le reconozca como tal, aunque los clasistas lo desprecien la estética popular está y resiste y reivindicar esta estética brindandole un sentido cultural que pueda servir como carta de presentación al mundo es francamente algo que me parece no solo justo en su dimensión sino urgente cuando lo que deseamos es salir de las lógicas del clasismos y de los grupos reducidos al mando. No por ser popular debe dejar de ser bello, no por ser elitista es arte.

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