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Fue violación

Elsa Flores 

No hay una sombra larga esperando en la esquina para hacernos soltar un grito antes del silencio y volverlo fin, porque nunca el silencio nos ha dicho algo en concreto, solo esparce fragmentos de lo que un día fue, de lo que no volverá. ¿Qué fuimos antes? Hemos perdido el cuerpo de la mente en esta guerra y ya la mente razona con lógicas inconclusas. ¿Qué seremos? Con el alma pisoteada y una experiencia amarga. Se nos acusa de sentimentales por la carga humana que llevamos metida entre las neuronas, no somos más que manos capaces de fregar los platos, doblar la ropa, quedarse quietas ante el mundo, no somos más que manos, no somos más, no somos manos, no somos, somos.

Dónde se termina y empieza una persona existe el silencio, no es acaso este fiel compañero de la violencia patriarcal en que la ropa se nos arrebata del miedo y somos penetradas sin consentimiento para después quedarnos con una sensación incoherente de vergüenza por esta ansiedad verdadera, por este juzgar social donde la sexualidad de los cuerpos femeninos de las mujeres es accesible para todos, pero negarse significa una provocación jamás proclamada. ¿Mujeres o fuentes de placer masculino? ¿Mujeres o cuerpos? ¿Mujeres o sexo? ¿Por qué siguen en querer borrar la diferencia? Con este olvido se busca causar menos impacto ante las aberraciones que los varones ejercen sobre nuestros cuerpos cuando estamos dormidas, o muy borrachas, o simplemente cedemos después de mucho insistir por ellos, después de decirles que no, después que mostrar miedo, cuando comenzamos a llorar, o se quitan el condón sin consentimiento, cuando eyaculan dentro, cuando no sabemos porque nos sentimos heridas. 

Las mujeres desde que somos niñas sabemos que lo peor que podría pasarnos es una violación, el cuento de la sombra larga en la calle nos lo sabemos y jamás nadie nos ha dicho de quién es el rostro, porque en realidad puede ser cualquier hombre, aunque no lo dicen, hacen una separación entre los varones buenos y malos donde estos últimos son quienes están fuera de la familia, no sé puede confiar en nadie más ¿y qué pasa cuándo tu abuelo por las noches mete su mano por las cobijas para tocarte? ¿qué pasa cuándo tu primo es quién se monta sobre ti paralizándote y quiere penetrarte? ¿Acaso ahí no es violación? ¿Y por qué, aunque entre los varones se cataloguen como buenos y malos nadie menciona que no importa eso en cuanto al acceso del cuerpo femenino de la mujer? Sigo sin entender cómo es que somos nosotras quienes participamos en la mentira sobre consentimiento y libertad sexual en vez de decir ‘‘sí, me violo’’, porque cuando entendamos que somos más que fuente de placer masculino, un cuerpo o sexo será cuando recuperemos la sexualidad femenina y control sobre nosotras, será cuando dejemos de priorizarlos acosta de nuestro bienestar emocional, psicológico y físico, será cuando esa experiencia extraña se convierta en una verdad sobre que los varones violan y nosotras callamos, por miedo a la carga social establecida y el papel de victimas que se nos otorga cuando ellos están reproduciendo sus violencias con otras mujeres solo porque se les ha enseñado que sus necesidades son más importantes que la dignidad de nosotras las mujeres. 

¿Cómo es posible que, en un país con la tasa más alta de feminicidio, embarazo adolescente, violencia en pareja, violencia familiar, y en general violencia contra la mujer se siga repitiendo la frase ‘‘el hombre llega hasta donde la mujer quiere”? Como si por arte de magia las mujeres tuviéramos poder de parar la dominación que se ha ejercido sobre nosotras históricamente para así descartar que el varón, por socialización, ha aprendido a violar, a matar, agredir, etc., y al mismo tiempo dejar claro que la mujer es siempre una manifestación de la lujuria provocativa que no tiene razonamiento ni se puede confiar en ella por las mentiras de la idea puritana que, supuestamente, debemos tener. 

Debemos hablar, no para llamar la atención como piensan, sino para crear redes de comunicación y contención emocional entre nosotras, que cada vez más mujeres sepan que esa experiencia extraña que las dejo con el corazón marchito, el cuerpo triste y la mente en vergüenza fue por culpa de una violación, que no fue su culpa, que están en todo su derecho de sentirse enojadas o decepcionadas o traicionadas o simplemente sentir, que sepan sobre su autonomía y decisión en la sexualidad y que no son las únicas que han pasado por eso, que no están solas, y sobre todo que comencemos a recuperar nuestros cuerpos como territorio para aprender a sanarnos en conjunto. 

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