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De los privilegios

por Rodrigo Chávez

 

En días recientes las protestas y movilizaciones sociales en la Ciudad de México se han satanizado de forma más violenta e incluso radical de lo que habían sido en años anteriores. Podemos atribuir esto a que los sectores más moderados de la izquierda se encuentran hoy en el poder y en su imaginario creyeron que la consolidación del movimiento de las izquierdas en la formación del gobierno resolvería los problemas de fondo de manera espontánea, cosa que no es así.

Podemos ver, por ejemplo, lo ocurrido en la marcha del 26 de septiembre en la que recordamos de manera colectiva el crimen de Estado que supone el caso de los 43 Normalistas de Ayotzinapa. Un crimen que marcaría a toda mi generación.

En años anteriores, y como ya he mencionado en reiteradas ocasiones, la derecha ataca las movilizaciones sociales tachándonos de “huevones, vagos, revoltosos, mugrosos, etc.”. Pero algo que creó una severa discordia entre la población fue el saqueo y robo a una sucursal de una librería en el Centro Histórico. A la voz de “educación primero al hijo del obrero, educación después al hijo del burgués” y “leer es para burgueses”, los encapuchados rompieron la cortina, incendiaron la entrada y saquearon libros de dicha sucursal; las consignas de los encapuchados no han sido del todo comprendidas pues con mala intención se comenzó a reducir la consigna a “leer es para burgués” en redes sociales. Esto despertó el malestar de toda una clase social: comenzaron a circular posicionamientos pobres en el fondo y violentos en la forma, y se señaló, contradiciendo a los manifestantes, que leer no es para burgueses, que la lectura está al alcance de todos; algunos comentarios raciclasistas tachaban a los encapuchados de ignorantes, de poco estudiados o de “pobres mentales”. Lo que los interlocutores de estos posicionamientos no lograron y no logran vislumbrar es que muchas veces podemos disentir con los encapuchados por la forma de accionar, pero pocas veces por el fondo de la acción.

A lo largo de mi vida política y social he logrado conocer a grandes amigos y personas que comparten el anarquismo, no sólo en la ideología, sino también en el accionar, y en mi experiencia personal, sesgada, unidimensional y subjetiva, los anarquistas tienden a ser personas mucho más estudiadas y comprometidas con su corriente política en comparación con las tibias corrientes centralistas.

Ahora bien, hablemos de un tema sensible para muchas personas, pero necesario: el privilegio. Uno de los mayores problemas de la sociedad mexicana es su incapacidad de reconocer los privilegios que le otorga su clase social, y por supuesto, esto no es gratis. Los pensamientos negacionacionistas del privilegio no son tan nuevos, al contrario, son el resultado de una mentira repetida sistemáticamente y de una ideología hermana a la que se le nombra de manera coloquial “echaleganismo”. Básicamente este pensamiento es creer que el “echarle ganas” es suficiente para poder sobresalir y tener oportunidades que brindan al individuo una estabilidad económica y un reconocimiento social por sus talentos, pero esto no es tan real pues uno de los primeros pasos para romper con esta tradicional mentira es cuestionar nuestra propia vida. Por ejemplo, he leído al respecto de la consigna “leer es de burgués” argumentos como el precio de los libros, o el acceso a la educación pública…  argumentos válidos, sí, pero finalmente sectorizados, pues, en el caso del primer argumento señalado, los precios de los libros poco importan cuando no se sabe leer, es decir, no importa si un libro cuesta cinco pesos o cero cuando la persona que lo tiene en la mano no sabe leer.

Creer que todo México es como la gran CDMX es muy utópico, pues a pesar de que en nuestra propia ciudad hay complicaciones para el estudio, tratar de equiparar nuestras dificultades como capitalinos con las comunidades más pobres de Oaxaca, Guerrero, Chiapas o el propio EDOMEX en donde muchos niños tienen que viajar cientos de kilómetros para llegar a una escuela que muy probablemente no cuente con el material adecuado resulta incomparable. Cerca del 40% de estas escuelas no cuentan ni siquiera con baño, ¿cómo le hacemos entender a estos niños que la educación es elemental si ni siquiera podemos brindarles un espacio y ambiente dignos? ¿O qué pasa, por ejemplo, con los niños que se ven forzados por su necesidad económica a conseguir empleo en el campo y tienen que abandonar su vida académica?, ¿podemos culparlos por no saber leer?, ¿debemos señalarlos y decir que no saber leer es una decisión personal? Suena incluso absurdo, ¿verdad? Entonces es cuando caemos en cuenta: la lectura no está realmente al alcance de todos, saber leer es un privilegio de clase, el haber podido acudir a una escuela (pública o privada) en dónde nos enseñaron a leer y a escribir ha sido un privilegio por el cual ni tú que lees esto ni yo que lo escribo nos esforzamos realmente, quizá nuestros padres sí o quizá fueron nuestros abuelos, pero, ¿nosotros?

En años anteriores, cuando los encapuchados saquearon tiendas y robaron artículos de primera necesidad se hacían bromas entre los hoy indignados sobre robar libros “para ver si así aprendían algo o se educaban tantito”. Qué irónico que cuando lo hicieron se enojaron aún más.

Y este no es el único privilegio que nos cuesta trabajo comprender, solemos también pensar de manera recurrente que nuestras aptitudes son las que nos brindan las oportunidades que tenemos en la vida escolar y/o laboral pero esto tampoco es así. Pensemos por ejemplo en los empleos comunes para los jóvenes, muchos de nosotros hemos tenido nuestro primer acercamiento al mundo laboral a través de empresas de entretenimiento como los cines, parques de diversión o alguna tienda de ropa: empleos que parecen en el pensamiento privilegiado sencillos de conseguir pero que resultan imposibles para las personas con mayores carencias. Por ejemplo, una persona en situación de calle estaría completamente segregada de estas oportunidades de empleo pues lo primero que se solicita es “excelente presentación”, pero, ¿cómo tengo una excelente presentación si únicamente tengo una playera vieja y unos jeans rotos y sucios?, ¿cómo me presento a una entrevista de trabajo si mi colonia se quedó sin agua hace un mes, o peor, si nunca ha tenido? En el caso los cines te piden que puedas recomendar a los clientes alguna pregunta o que recomiendes alguna de las “experiencias” o productos que se venden, pero, ¿cómo podemos recomendar algo que jamás habíamos visto? ¿O como hablamos de un sitio en el que nunca hemos estado?

Nuestro privilegio de poder pagar una entrada de cine, unas palomitas, un chocolate o simplemente de pasar un día en casa viendo televisión nos da la oportunidad de conocer muchas cosas que para cerca del 50% de la población en México son imposibles.

Quiero terminar esta columna invitándolos a reflexionar sobre lo que hay enfrente de ustedes, sí, su teléfono celular, piensen en el costo, piense en los datos que pagan mes con mes y trate de traducir ese dinero a comida. Muchas veces las familias en México con problemas tienen suficiente para comer. También quisiera recomendarles un par de canciones al respecto, no son difíciles de encontrar: “Por qué los ricos”, “El Baile de los que sobran” y “Nunca quedas mal con nadie”, espero que puedan comenzar a dimensionar que la vida no es igual para todos nosotros y que nuestra experiencia de vida no determina la experiencia de las mayorías. Además, claro, de poder empatizar en mayor medida con los demás, comprender sus carencias, sus necesidades y sus problemas.

Una profesora una vez nos dijo en clase “Si tus derechos y lo que tú tienes no lo tienen todos, entonces son privilegios”… Los invito a reflexionar esa frase y a poder interiorizarla.

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