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La visión capitalista del sexo y el consumo de cuerpos

Por Melissa Cornejo

Miércoles, 6:16 pm. La tetera emite su característico chillido. Preparo la prensa francesa. La segunda taza de café está lista. Reviso los apuntes que he realizado sobre esta columna que pretende hablar un poco de la visión capitalista del sexo y hacer una especie de crítica que no va dirigida al individuo, sino al sistema. En cuarenta minutos he llenado una página entera con precisiones, todas desde la negación: “esta columna no se trata de prostitución, ni pretende abordar el tráfico de personas, ni caer en lo moralino, ni hablar del mundo de la pornografía o las tiendas de juguetes sexuales que tanto se han enriquecido vendiéndonos nuestro deseo...” La lista sigue. Hago una pausa. ¿Podemos ver el sexo desde un lugar fuera del capitalismo? Estoy a punto de rendirme cuando surge la pregunta: “¿hay una visión anticapitalista del sexo?”

El freudomarxismo (corriente que ha intentado unir la teoría freudiana y el marxismo) ha revisado, entre muchas otras cosas, la sexualidad humana y cómo esta es afectada por el capitalismo que reprime y rechaza las pulsiones sexuales resultando así en la génesis de la neurosis. Wilhelm Reich, uno de los autores más importantes de esta corriente, habla del sujeto sexualmente reprimido como alguien que fácilmente podría ser víctima de opresión política y explotación económica porque se le ha domesticado: desde la infancia se le ha enseñado a ser obediente, a reprimir sus pulsiones, a postergar y sublimar.

El capitalismo atraviesa nuestras vidas no sólo en cuanto a las relaciones de producción, sino también en lo que respecta al mundo interpersonal, afectivo, y por supuesto, erótico. En el sistema capitalista, el consumo es la principal forma de pertenencia e integración social, y si el consumo es un campo de ejercicio del poder, los cuerpos son la materia prima. Foucault veía el cuerpo como un texto donde se escribe la realidad social que encarna un micro-poder que a su vez está en contacto y establece vínculos con otros micro-poderes y es de este modo como el poder se inserta en la cotidianidad.

Las apps de citas y la —cada vez mayor— aceptación de los modelos relacionales alternativos, facilitan nuestro acceso a una gran cantidad de personas, a las que podemos seleccionar como en una especie de catálogo (el consumo y la subjetivación del valor estético) sin tener que elegir a una sola. Podemos salir con dos, tres, cuatro personas al mismo tiempo. ¿Cuál es entonces el límite? ¿La ética?, ¿la responsabilidad afectiva?, ¿nuestros recursos económicos?, ¿el tiempo que podamos dedicarle a cada una de nuestras parejas o citas?

Sin darnos cuenta, nos encontramos rodeados de mensajes que dañan nuestra representación de la vida erótica: vemos el encuentro erótico-afectivo —coital, o no— como un medio para alcanzar el orgasmo, no como un intercambio importante y satisfactorio en sí mismo. Se ha cargado al erotismo de un sentido económico: se busca que los encuentros sean más breves y para ello el mercado nos ofrece estimulantes, juguetes sexuales y un sinfín de productos con la finalidad de llegar al orgasmo más rápido. La sexualidad humana ha sido reducida a una carrera en la que basta pulsar aquí, tocar acá, morder allá y usar aquel vibrador para terminar rápido porque hay que dormir temprano, o regresar el trabajo, o no hay suficiente dinero para pagar un cuarto de hotel y tenemos poco tiempo para el encuentro antes de que alguien más llegue a casa.

Hemos cargado del más rancio individualismo cada encuentro —que no es lo mismo responsabilizarnos de nuestro placer que ser individualistas— al interesarnos poco por el placer, el disfrute, las fantasías y el deseo del otro. Sin darnos cuenta, nos estamos masturbando con el cuerpo que tenemos enfrente, porque no sabemos compartir, no sabemos acompañar, no sabemos estar presentes. No hay encuentro con el otro, si acaso, estamos sosteniendo un encuentro erótico con las representaciones mentales que tenemos de él, con nuestras fantasías.

Se ha disfrazado al erotismo con ropas de una transacción más en nuestro día: estamos consumiendo cuerpos y dejando cadáveres afectivos a nuestro paso. Hemos aprendido a priorizar la novedad, lo emocionante y lo sencillo antes que reparar y cuidar los vínculos. Hemos aprendido que podemos intercambiar sexo por bienes, estatus, protección, compañía, amor, dinero... y no por placer. Esto no quiere decir que sea un intercambio negociado explícitamente —por lo menos, no en todos los casos—, sino que se ha convertido en una transacción inconsciente: la mercantilización de la sexualidad nos impide ser dueños de nuestro placer.

Es aquí donde es pertinente enlistar todas las precisiones que mencioné al principio: este texto pretende ser una reflexión y una herramienta para explicar cómo el capitalismo atraviesa la sexualidad, más que encontrar la verdad o responsabilizar al individuo, porque si incluso después de la deconstrucción, el trabajo emocional y la responsabilidad afectiva esto del sexo, las relaciones abiertas y el poliamor nos sigue saliendo mal, es porque es imposible ser congruente al estar insertos en un sistema que no lo permite, y retomando las propuestas del freudomarxismo, es hora de aceptar las contradicciones propias del sujeto, pues son las mismas que se encuentran en lo colectivo, y sólo siendo conscientes de estas podremos modificar la realidad material y nuestra forma de relacionarnos pues no puede existir un cambio objetivo si este no va acompañado de un cambio subjetivo, en el que el deseo juega un papel fundamental. Como decía Tzara, la historia de la humanidad es la historia de los deseos del hombre.

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