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Mujeres fuertes 

Elsa Flores

No he sabido cómo empezar este texto sin hablar de mi abuela, quien a los 13 años fue vendida para casarse con un señor 40 años mayor que ella, siendo éste su segundo matrimonio. Indudablemente la violó cuantas veces le apetecía,  tuvo dos hijos, mi propia abuela decía que le temía a ese hombre, porque la golpeaba para casi matarla, los nervios aparecían para hacerla temblar al oír su voz y aunque, allá en el campo, los atardeceres parecen cobijar la siembra ella sabía qué el horizonte también lo traía de trabajar. Hubo un día, donde vio la muerte encarnada en su rostro, huyó. Aunque mi abuela  llenó de flores sus casas, porque vivió en muchas ya que el sentimiento de ser encontrada por él nunca se fue, y los cantos melodiosos aparecían con la luz, en realidad, no volvió a ser la misma. Murió con el rostro endurecido, cargando navaja para defenderse y una soledad que duele en silencio. Por otro lado, mi mamá aprendió una lección que la marcó toda la vida: el trabajo te hace independiente, eso hizo, tal vez más por necesidad que por realmente ser independiente, pero un día se dio cuenta que no era libre, estaba en un matrimonio obsoleto que resultaba ser una carga, el trabajo no dejó espacio para disfrutar la maternidad que tanto había deseado, ella quien aprendió hacerse oír sin las necesidad de un varón, quien da soluciones a los conflictos de la vida y quien trabaja para no depender de nadie… seguía sin ser libre. Esa fuerza que había aprendido de mi abuela resultaba no ser suficiente, sucede lo mismo conmigo.

Las mujeres aprendemos de otras mujeres, así como naturalizamos el ser servil también lo hacemos con esa sobrecarga que posee el ideal de mujer fuerte que hemos construido en nuestra legítima defensa, el problema radica en que no existe espacio para desenvolvernos como personas y exclamarnos humanas, porque en un mundo capitalista heteropatriarcal somos nosotras quienes por sobrevivir sacrificamos el alma. Tanto es nuestro sacrificio que esta supuesta fuerza se masculiniza, porque debemos ser igual de fuertes que ellos para que sepan estamos ahí, dejamos a un lado nuestra conexión de la cuerpa porque eso ha significado debilidad y es lo contrario a lo que deseamos ser, así que los sentimientos no son expresados, ni razonados ni aceptados, hasta que se llega a un límite donde terminamos en un mar de lágrimas sin entender nada y se nos acusa de histéricas.

Hemos materializado erróneamente la fuerza con esta impenetrabilidad del exterior a nosotras, como si el mantenernos firme sea la única solución existente para que el caos no nos encuentre o para huir de él, como si el trabajar excesivamente nos salva de un matrimonio infeliz, como si cargar con la cotidianidad de manera parcial sirva para que no nos alcance la verdad. Todo, por la creencia de que somos débiles, la imagen de mujer fuerte que aspiramos ser nos mantiene dentro de la explotación, solo que una nos conduce a la masculinización y otras a la sumisión total — aunque estas dos características no significan que sean autónomas, sino que la masculinización (de acuerdo a la explicación que se ha dado) puede poseer una base de sumisión. Esto porque la sumisión no solo la ejercen los varones, sino que hablamos de una estructura que la refuerza — , cualquiera es altamente capitalizable dando la opción de que mercantilizar la independencia de nosotras las mujeres, normalizando los empleos mal remunerados y con jornadas laborales extenuantes, las relaciones heteronormativas donde la violencia en sus diferentes formas siguen apareciendo,se mantiene el ser madre como algo que se debe cumplir. Terminamos enfermando, de una depresión por no hablar de nuestros sentires, de una ansiedad por sobrepensar todo ya que no preguntamos lo suficiente por no parecer intensas, de una gripe por trabajar demasiado, de anemia  por no comer bien.

Enfermamos, porque no solo es la cuerpa quien se cansa de sostener tanta carga que no nos da paz, sino el alma y mente se infecta por no lograr saber quien es. Aprendemos de otras mujeres, y siempre es bueno agradecer su lucha pero continuar es parte nuestra. No nos dejemos a un lado a pesar de intentar rescatarnos, están en lo cierto cuando dicen que no somos fuertes porque realmente somos valientes.

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