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De los poderes en México y latinoamérica 

Por Rodrigo Chávez

Hace dos semanas nos enteramos que dos sacerdotes jesuitas fueron asesinados dentro de la iglesia por miembros del crimen organizado en Chihuahua. La noticia conmocionó al clero y a una gran parte de la sociedad mexicana entre los que me incluyo de manera personal. Quizá sea raro leer que la noticia me conmocionó pues, no es secreto ni sorpresa para nadie que me adscribo a la corriente política del marxismo y que soy un defensor de la separación de la iglesia y del Estado así como mi renuncia a cualquier tipo de religión.

Mi conmoción no deviene sino de una cuestión de estudio y análisis realizado a lo largo del tiempo, he de advertir a lxs lectorxs que esta columna será un tanto académica en razón del análisis  que intentaré sintetizar y hacer simple de leer y comprender en medida que sea posible.

Después de mis primeros acercamientos al marxista, después de haber renunciado a la fe católica impuesta familiarmente llegué al lugar común que cualquier marxista o persona que fluctúa entre el socialismo y el anarquismo llega: “La religión es un medio de opresión de las masas a través del cuál un grupo consigue concretar el poder y derrota ideológicamente a otro”. Marx y Bakunin apuntaban a la eliminación plena de las teologías para obtener la liberación sin embargo ambas teorías provienen del seno de Europa y sus conceptualizaciones se centran en los problemas que aquejan a aquel continente.

En Latinoamérica no puede ser esta la ruta de la liberación o al menos no de manera tajante e inmediata. El poder en la región no se obtiene ni a través de la eliminación del Estado como propone el anarquismo puesto que es el único instrumento que se interpone entre la barbarie capitalista e imperialista y las masas oprimidas. Del mismo modo, tomar las instituciones estatales por parte de las masas no es la única respuesta como plantea Marx, al menos en latinoamérica existe un desdoblamiento del poder en el que tomar el Estado no es proporcional a tomar el poder.

¿Y entonces? Pues hay que hacer precisamente un esfuerzo teórico y metodológico en el que podamos recuperar aquellos elementos que nos sean útiles de dichas teorías y contextualizarlos a la materialidad latinoamericana. La relación del poder con el Estado es innegable, quién concentra el Estado y sus instituciones goza de un cierto nivel de poder pero es también innegable que existen fuertes poderes fácticos e históricos en la región. Es este el caso del poder económico y el poder eclesiastico.

Mientras en otras latitudes las luchas principales se dan entre facciones de Estado y medios de comunicación en México y América Latina es fundamental que quienes representan al Estado negocien constantemente con el poder económico y con el poder eclesiastico. A menudo creemos que el primero es el único poder medianamente formal reconocido y es común, desde la CDMX, creer que la iglesia ha perdido fuerza en la toma de decisiones y manejo de masas que es capaz de alcanzar, sin embargo esto es un sesgo que es importante romper para comprender la complejidad del poder.

Ahí en donde los negocios no son lícitos y el Estado concesiona (por elección o por incapacidad) el poder al crimen organizado es dónde uno solo de estos tres grandes poderes puede actuar. No podemos negar que hay una iglesia en cada barrio del país, no tiene que ver con nuestro gusto individual sino con una tradición de colonización que ha sabido mimetizarse y colar profundamente en la sociedad. Es la iglesia quién ha recibido grandes cantidades de dinero y un desarrollo prometedor por parte del dinero del crimen organizado.

Es común encontrar entre los miembros del crimen organizado un profundo arraigo cultural a la religión católica así como el uso de sus simbologías y rituales,el crimen organizado es entonces una alianza entre el desentendimiento del Estado, los negocios millonarios del poder económico y finalmente se sujeta (o sujetaba) al único poder que reconoce como legítimo, la iglesia.

Para continuar con ésta idea de la importancia de la iglesia dentro de los procesos de poder y de identidad regional es importante recordar que a lo largo de la historia las independencias latinoamericanas fueron motivadas, realizadas y/o impulsadas por una parte disidente de la iglesia católica, mayormente jesuitas así como el rol fundamental que ésta orden toma en los procesos revolucionarios del siglo XIX en la región. Fueron los jesuitas, a través de la teología de la liberación, quienes ocultaron revolucionarios en Argentina aún a costa de sus vidas, quienes casaron a Zapata y quienes terminaron impulsando estos procesos.

Es en estos puntos en donde uno encuentra que desaparecer la religión como proponen las grandes teorías de izquierda resulta insuficiente, si concentramos el poder clerical a través de alianzas políticas es más fácil concretar procesos de revolución o de cambios institucionales en Latinoamérica; la influencia de los jesuitas (que son la orden más allegada al pueblo desposeído) y de la teología de la liberación para el movimiento de masas es irrenunciable y se vuelve incluso deseable.

Volvamos al tema del crimen organizado. Como el único poder legítimo que reconocía o reconoce es el clero entonces una negociación clara entre Estado-Empresariado-Iglesia podría ayudar a mitigar la violencia, mantener al pueblo activo económicamente y salvaguardar a la población. La ecuación es fácil, si alguno de los tres poderes es capaz de controlar o mitigar un problema entonces podemos actuar.

El problema deviene acá cuando no solo murieron dos sacerdotes, que ya de por sí es atroz el hecho de minimizar estas cosas aunque sea por practicidad metodológica, sino que fueron asesinados dentro de la iglesia. Esto magnifica el hecho por la violencia implícita que tiene no solo desconocer el poder legítimo del clero sino por violentar toda norma y código de ética y honor en el hecho.

Ante esta coyuntura valdría la pena, desde las ciencias sociales, seguir de cerca cuales son las repercusiones del hecho en el seno de los grupos del crimen organizado. Si el hecho comienza a replicarse de manera constante entonces estaríamos, por primera vez, ante un pleno vacío de poder y la imposición de un poder fáctico nuevo que surge y se sostiene de la violencia. Si esto queda solo como un hecho aislado hay que ver cómo responde o se resuelve la tensión natural entre los tres poderes por el suceso. En lo personal espero que haya sido un hecho aislado y que no estemos enfrentándonos a un vacío de poder o el comienzo de uno nuevo dado que eso tendría resultados desastrosos para la sociedad.

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