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Pulgar por pulgar, hay que salir a votar

Por Ángel Estrada

Contrario a lo que deseaba que sucediera al iniciar las campañas electorales en el país, este no ha sido un proceso electoral civilizado, respetuoso, con alto debate y mucho menos pacífico. En términos generales, este no ha sido un proceso electoral ejemplar ni diferente a lo que estamos acostumbrados a ver, salvo sus destacables excepciones.

Todos deberíamos estar lamentando que, nuevamente, las campañas se vean manchadas de sangre de aspirantes a un cargo público de prácticamente todas las fuerzas políticas. Desde septiembre (cuando empezó el proceso electoral) a la fecha, han sido asesinados al menos 88 políticos, incluso a plena luz del día y durante actos públicos. Aún para un país como México donde cada campaña está marcada por la violencia, esta es una cifra de vergüenza y debe marcar el inicio de un serio planteamiento y debate sobre el papel que juegan y el que deberían jugar las autoridades federales, estatales y municipales respecto a la seguridad de las y los aspirantes. Más aún cuando, como señalé arriba, muchos de los ataques que terminaron con la vida de las y los candidatos han sido perpetrados durante eventos públicos y a plena luz del día, poniendo en riesgo la vida de decenas o cientos de civiles que acuden a estos.

Debería preocupar mucho que exista un vacío de seguridad en este sentido, que además se suma al de por sí gran vacío y abandono de seguridad pública que viven cientos de comunidades, pueblos y ciudades desde hace muchos años. El ideal de una democracia participativa reside en que las y los ciudadanos puedan ser libres de emitir su voto con certeza, seguridad y, valga la redundancia, libertad, con la garantía de que el sufragio que emitan será respetado y contado en beneficio de sus convicciones. Pero esto solo puede ser posible combatiendo todos los vicios que suelen opacar nuestras elecciones: la compra del voto, la guerra sucia, la corrupción y por supuesto, la violencia. Es fundamental que pongamos la mira en estas cuestiones; no es normal ni debe ser permisible que se asesinen a las y los candidatos en los que una buena parte de la población pretendía depositar su confianza. Las elecciones se ganan con votos, pero existen quienes conciben que la única manera de conseguir la victoria, según sus oscuros intereses, es a través de estos crímenes que violan los derechos de los ciudadanos de votar y ser votados.

Por otro lado, no podemos dejar pasar los episodios de violencia política vistos a lo largo y ancho del país, atribuida a la clásica pero no menos vergonzante guerra sucia. No es posible que sigamos presenciando niveles de debate tan bajos entres las y los candidatos que pretenden representarnos; la carrera se ha vuelto un boomerang de señalamientos, acusaciones, descalificaciones y golpeteos entre unos y otros, con muy poquísimas propuestas y sin ejes de trabajo definidos. De una parte, el bando que perdió el poder en 2018 sigue sacudido, sin rumbo, sin planteamientos, sin propuestas y sin cohesión, al punto en que tuvieron que formar una alianza política para tratar de frenar al otro bando, incapaces de levantar el ánimo ciudadano por sí solos. El otro bando, el oficialismo, se mueve lento, tibio y preocupado más por ensalzar la figura del presidente de la república que por fortalecer y agrandar el alcance de su propio proyecto de nación, sin permitir mayor crítica y perpetuando la presencia de personajes de viejos regímenes que lejos de sumar, restan y ralentizan el proyecto por el que 30 millones de mexicanos votaron en 2018.

No obstante lo anterior, no puedo dejar de insistir en la importancia de que todas, todos y todes participemos activamente en estos comicios, y en los próximos, y en los próximos a estos.

No hay democracia perfecta, en cambio existen ciudadanos que la pueden y la deben aproximar a una condición idónea, y esos somos nosotros. La única razón por la que aludo todo lo anterior es porque es urgente que nos involucremos en los asuntos de un país que se desangra, que requiere atención, pero no la atención de los políticos de siempre, sino la de los ciudadanos de nunca, de aquellos que caminamos las calles todos los días, preocupados por la comida de mañana o por llegar a casa a salvo, por llegar temprano al trabajo, aunque debamos cruzar la ciudad entera, o por conseguir un empleo dignamente remunerado. El país necesita la atención de quienes queremos vivir en bienestar y ver a quienes amamos viviendo en bienestar. Pero para ello es urgente que sepamos que hay una clase política y económica hostil que todavía desea seguir teniendo dominio en todo el país, peleando por intereses particulares a costa del dolor de miles de madres de personas desaparecidas o de mujeres asesinadas, a costa de quienes viven al día, a costa de todas las víctimas de violencia cuya sangre regada en las avenidas y callejuelas es pisoteada a toda hora por sus zapatos en piel bien lustrados.

La desigualdad sigue siendo terriblemente enorme, pero los grupos poderosos que la perpetuaron y la hicieron crecer todavía más siguen ahí, siguen vivos dando patadas, tratando de recuperar la totalidad de un poder que han visto mermado desde 2018. Como señala Jorge Zepeda, su llamado hoy es un balazo en el pie, un “no voten por ellos, son tan malos como nosotros”.

Insisto y les exhorto a que más allá de todo lo aquí expuesto salgamos a votar, a que lo hagamos con entusiasmo, con enojo, con esperanza, con alegría, con una mezcla de sentimientos, pero hay que acudir a votar. Después de una reflexión interna y externa, con base en nuestros intereses pero también con base en el bien común, votemos por las candidaturas con las mejores propuestas, con los mejores trabajos previos, con historiales de trabajo real por la comunidad, con compromiso, con frescura. No dejemos esta decisión en manos de unos pocos, hagamos la diferencia, sembremos la semilla del fruto que queremos cosechar, y ojalá que el fruto cosechado sea dulce, fresco y suficientemente bueno para todxs.

Así que tomen su cubrebocas, lleven a su familia y voten este 6 de junio. ¡Voten!

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