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¡Cuidado con olvidar!

Por Ángel Estrada

Dicen que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo aguante. Todos los días imploro que quienes tanto lo afirman tengan razón, pues al menos en México, después de 13 años de haber sido declarada la guerra contra el narco, no parece que los altos índices de violencia quieran irse pronto.

Aunque es importante señalarlo para no olvidar y no repetir, en este espacio ya se ha hablado del principal responsable de la barbarie que hoy vivimos: aquel hombre pequeñito que se sintió militar por seis largos años y que ahora pretende regresar a la escena política sin vergüenza alguna en su rostro. Por lo mismo, lo que quiero decir hoy tiene más relevancia que mencionar el nombre de aquel.

Hoy la violencia nos tiene con el vital líquido en el cuello, muy próximo a rebasar nuestras barbillas y tocarnos los labios. Nos estamos hundiendo, muy cerca de ahogarnos, y parece que hemos estado tanto tiempo sumergidos y pataleando que ya se ha vuelto rutinario, y que cada día nos hemos resignado más y más a morir ahogados por aquella sangre que ha inundado nuestras calles y avenidas, cual lluvia de huracán enfurecido.

No es exageración, querido lector, querida lectora: cuando hablamos de cifras de violencia en el país, hablamos de más que sólo números; y específicamente, al hablar de cifras de homicidios y feminicidios, hablamos de seres humanos, de vidas que fueron arrebatadas por una bala, por una cuerda, por un arma blanca o por cualquier otro método inhumano utilizado con ese fin.

Lejos deben quedar ya las excusas absurdas con las que se intenta darle la razón a estos números. No es porque estaban “metidos en algo”, no es porque “ellxs se buscaron esos problemas”, no es que “ya le tocaba”, o cualquier absurda justificación. No hay justificación. Sin duda hay quienes capitalizaron la violencia y la volvieron un instrumento “cultural” que, de una u otra manera, y luego de años, terminó por normalizarla entre varios sectores de la sociedad. La violencia no es normal. Ella, como muchas otras conductas, es una conducta aprendida. Nadie nace siendo violento, nadie nace sabiendo disparar un arma de alto calibre, nadie nace odiando a sus semejantes.

Necesitamos con urgencia desterrar las conductas violentas de nuestra vida, de nuestras relaciones interpersonales y de nuestro entorno. Es hora de que empecemos a condenar cada acto violento, tanto los propios como los de los demás, por pequeños que estos sean, y que actuemos en consecuencia; que nos apresuremos a cerrar las llaves que siguen derramando tanta sangre, y convirtamos en una exigencia permanente que quienes conducen los asuntos de seguridad en el país asuman su responsabilidad en el momento histórico que hoy nos atañe.

No es a través de políticas de mano dura que habremos de llegar a un lugar seguro; no es a través de criminalizar a quienes consumen drogas, y condenando su uso, que el narcotráfico perderá terreno; no habremos de alcanzar la paz si no se impulsa el cambio desde abajo, con la educación, con la cultura, acortando las brechas de desigualdad y garantizando una vida digna a todos los ciudadanos de este dolido país, donde todo mundo tenga acceso a servicios tan básicos pero aún tan ausentes, como la salud y la educación, y donde la tasa de desocupación se reduzca a los mínimos (obviamente, generando empleos bien pagados y con todas las garantías que, por derecho, debe tener el trabajador).

Esta violencia no da tregua; aún cuando estamos en un momento histórico para el mundo y para el país, enfrentando un desafío con pocos precedentes en la Edad Contemporánea, y que ha exigido que dejemos nuestras actividades cotidianas de lado para quedarnos en casa, lejos de disminuir, al menos en respuesta a este obligado aislamiento, se ha incrementado.

El informe de seguridad publicado por el gobierno federal señala que en el mes de marzo fueron asesinadas 2,585 personas en México. Es la cifra de homicidios más alta de la actual administración.

Insisto, esta cifra no va a disminuir si seguimos en el silencio, si permitimos que nuestros pies sigan pisando charcos rojos sin que esto nos cause pavor y un mínimo de empatía. Los más de 200 mil muertos acumulados que la guerra ha dejado tenían nombre, tenían familia y quizá muchos planes. Muchos de ellos apenas empezaban a vivir. ¿De verdad esto no es suficiente motivo de alarma? ¿En serio nos vamos a dejar ahogar por el sabor metálico de la sangre?

Que esta crisis por la que hoy atravesamos no nuble nuestra mirada. Necesitamos ver más allá de lo que la agenda marca como prioritario, y fijar nuestros ojos en los grandes problemas que lastiman nuestra dignidad como personas desde hace mucho tiempo. Que el COVID-19 no sea pretexto para dejar de ver el terrible problema en el que unos cuantos poderosos, con afán de más poder, nos metieron hace más de una década.

Empatía, hace falta mucha empatía. Esto no puede seguir así. La tregua y la paz deben llegar cuanto antes, antes de que el tejido social termine por desgarrarse, como trapo desgastado y olvidado.

¡Cuidado con olvidar!

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