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Lecciones de la anarquía relacional

Por Melissa Cornejo.

Este texto, a diferencia de entregas anteriores donde abordé la diversidad relacional desde una perspectiva teórica, lo escribiré desde la experiencia que tuve al practicar la anarquía relacional por más de seis años e intentaré hacerle justicia plasmando algunas lecciones que me deja. Porque sí, esta es una especie de carta para decirle adiós, y como casi todas las despedidas es un poco confusa, llena de reproches y de agradecimiento. ¿Por qué dedico mi espacio semanal a publicar esto? Pues la respuesta es más sencilla de lo que parece: sentí la necesidad de escribir esto después de coquetear por meses con la idea de abandonar este modelo relacional, y si he escrito lo teórico y lo bonito, justo es que escriba también desde las entrañas, pues a pesar de todo, no quiero que sea una ruptura fría, de golpe y sin mirar atrás.

La primera vez que me acerqué a los modelos relacionales alternativos me encontraba saliendo de una relación en la que sufrí violencia psicológica por meses. Rompí mi compromiso —sí, iba a casarme así de joven— y decidí explorar mi afectividad aprendiendo a relacionarme desde otro sitio. ¿Tenía claro que la anarquía relacional era lo que buscaba? No, para ser sincera pude etiquetar mi forma de relacionarme hasta varios años después, y creo que de cierta forma las circunstancias me orillaron a cuestionarme todo. ¿Orgánico? Por supuesto. ¿Deseado? A veces. ¿Formaba parte del plan? Ni de broma.

Existen para mí dos grandes momentos en esta exploración: los primeros tres años fueron confusos y cometí muchos errores, pero en mi defensa puedo decir que nadie me enseñó a relacionarme de otra manera que no fuera desde la ansiedad, los celos y la angustia, tuve que irme arrancando las capas de piel para poder mirar dentro; en contraste, los siguientes tres años fueron iluminados por una gran claridad, que si bien no me acompañó siempre, me hizo más fácil el camino.

Aunque no siempre practiqué la no monogamia y elegí tener vínculos exclusivos, me tranquilizaba sentir que la exclusividad era eso: una elección, no una imposición, y eso me brindó la oportunidad de relacionarme desde la libertad. Agradecía también poder coquetear con otras personas: personas que tenía claro no volvería a ver jamás, pero que me hacían sentir guapa, viva, visible y mía.

¿Por qué decirle adiós a algo que me iba tan bien, entonces? Porque no todo es blanco o negro, y hay matices dolorosos. Si bien la anarquía relacional me permitió amar sin conceder privilegios y relacionarme desde el mismo sitio con todos, también me puso en franca desventaja en la mayoría de mis vínculos. ¿Desventaja? Sí, porque aún teniendo claro que en el terreno de la afectividad no existen las competencias, y que no debo tener expectativas de cómo la gente decida quererme, ahora soy capaz de reconocer que no todas las personas con las que me relaciono consideran igual de importante su vínculo conmigo, y eso también está bien. Entenderlo me ayuda a gestionarlo, gestionarlo me ayuda a sincerarme: sí quiero recibir lo que doy, sí quiero saber qué sitio ocupo en la vida de los demás.

Y fue así, de necesidad en necesidad que fui poniendo un pie delante del otro, y antes de saberlo estaba frente a la salida de emergencia. Di un paso por mis ganas de tener un amor de frente y en voz alta, otro paso por todas las etiquetas que necesito en este momento de caos, y que, en la alacena desordenada de mi afectividad ayudarán a ir poniendo orden: cada frasquito con su nombre, sin búsquedas extra, sin frustración, sin tener que sentarme en el piso a contemplar todos los frascos revueltos, e irremediablemente, terminar con la piel llena de lágrimas. 

Y me gustaría decir que no es la anarquía relacional, que soy yo, que en este momento de mi vida no puedo darme el lujo de gestionar todo, todo el tiempo; que en este momento necesito algo fácil, y que la única radicalidad a la que aspiro es a la de un abrazo. Sin embargo, llevaré siempre conmigo algunos de los regalos que me dio, como la capacidad de amar desde la libertad, con mayor profundidad y responsabilidad. Y me gustaría decir que me cambió la vida al darme la oportunidad de conocerme a través de mis vínculos, y que le agradezco enormemente el tiempo, el espacio y la perspectiva que me dio, pues sin ellos difícilmente me hubiera experimentado plenamente.

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