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A favor de la transformación, pero…

Por Ángel Estrada

Hace pocos días, el presidente Andrés Manuel López Obrador pronunció estas palabras: “[...] Se acabó la simulación y las medias tintas. O se está por la transformación, o se está en contra de la transformación del país”

En el sentido estricto, la disyuntiva que pone sobre la mesa es dominada por la propia razón. Con aquella bifurcación planteada sobre continuidad o cambio, el hoy presidente se presentó a las elecciones federales de 2018; la inclinación en las urnas fue hacia el cambio. A Andrés Manuel lo llevó a la presidencia un hartazgo generalizado por la imperante corrupción, por la incesante violencia y por la creciente pobreza y desigualdad. La esperanza de millones de mexicanos fue puesta en un proyecto político que ofrecía una salida del atolladero en el que el país estaba sumido desde décadas atrás. Así, millones votamos por un cambio de régimen que pudiera sentar las bases de una reestructuración del Estado de Derecho, reducido a ruinas por regímenes anteriores; votamos por un proyecto que prometió la transformación del país

Es innegable que se necesita transformar al país de manera profunda, en todas y cada una de sus estructuras, pero a la fecha hay decisiones y acciones, tomadas por el gobierno lopezobradorista, que no tendrían que tener lugar en un proyecto de gobierno que prometió construir desde la izquierda.

Aún con ello, da la impresión de que muchísimos simpatizantes y militantes que hoy apoyan al presidente, y que toda su vida han apelado a un cambio desde la izquierda, han decidido pasar de largo tales acciones con tal de entregarse ardorosamente a su defensa, sin dejar lugar a cuestionamientos y críticas.

Estas personas tendrían que entender que apoyar el proyecto de gobierno vigente no significa que se deba tomar una posición de sumisión o sometimiento. Apelar a la transformación tan necesaria del país no implica apoyar incondicionalmente al presidente, como si éste fuera una suerte de salvador o todopoderoso; Andrés Manuel no es infalible. Por el contrario, apoyar un régimen que busca transformar la vida pública del país implica exigirle más de lo que nos está dando a quien lo lidera, y apelar a la congruencia que debería caracterizar a un régimen “progresista”.

AMLO ha limitado los bandos entre quienes lo apoyan sin cuestionarlo y entre quienes él considera que buscan que todo continúe igual. En su pensamiento parece no haber espacio para quienes toda su vida han luchado por causas justas, por un país más equitativo, menos corrupto y menos violento, pero que se muestran críticos de las políticas con las que busca la “transformación”. Para él y para quienes lo adulan sin cuestionamientos, este sector juega en el mismo bando de quienes quieren que todo siga igual, haciendo que en el ideario público todo parezca ser o blanco o negro, sin matices. Esta es una visión errónea que debilita al mismo Estado, al considerar que toda decisión gubernamental es acertada, y que deben cerrarse los oídos a activistas y miembros de la sociedad civil que plantean que tales o cuales no son las mejores decisiones o los mejores caminos a seguir.

A quienes han asumido esta posición de defensa inflexible les quisiera preguntar: ¿Qué corriente de la izquierda puede permitir que un presidente niegue, desde las conferencias matutinas, que existe la violencia contra las mujeres, o que las víctimas de secuestro son únicamente personas adineradas? ¿Qué presidente emanado de la izquierda es capaz de perpetuar al ejército en las calles y darle facultades extraordinarias, acrecentando la militarización del país? ¿Qué presidente desconoce a ambientalistas, con tal de justificar proyectos que atentan contra el medio ambiente? ¿Qué izquierda concibe recortar presupuesto a universidades y centros de investigación?

Quienes hoy defienden a capa y espada a éste régimen, en el pasado criticaron a regímenes anteriores por exactamente las mismas acciones. Por ejemplo, que un gobierno anterior hubiese planteado explícitamente la desaparición de instituciones tan fundamentales como el CONAPRED, hubiera sido suficiente motivo de críticas y movilizaciones para impedirlo. Hoy que Andrés Manuel lo plantea, no faltan las justificaciones.

Otro ejemplo: en 2017 marché junto a muchísimas personas, varias de ellas afines a AMLO, protestando contra la aprobación de la Ley de Seguridad Interior, que daba facultades de seguridad pública a las fuerzas armadas y legitimaba la militarización del país. Recientemente el hoy presidente expide un decreto que permite exactamente lo mismo, y son pocas las voces que protestan. ¿Dónde quedó, pues, su voz, tan importante en estos tiempos?

Los contrapesos son necesarios para vigilar al poder, criticarlo y poner sobre la mesa mejores alternativas de política pública, e incluso ser contrapeso dentro del mismo proyecto, o teniendo afinidad con él, es enriquecedor para el Estado y para toda la población; así los errores se corrigen y el buen rumbo se retoma. No escuchar esas voces es un error que puede costar caro.

Por otra parte, quienes desde antes de las elecciones de 2018 ya habían tomado una posición total e invariablemente anti lopezobradorista, hoy continúan centrando las críticas única y exclusivamente en sus errores, sin dejar lugar a reconocimiento alguno a sus aciertos, como la redistribución del gasto público, las políticas de combate a la corrupción llevadas a cabo desde la SHCP, el aumento del salario mínimo o la creación de programas sociales con miras en la población más vulnerable, a la que no se le había considerado antes. Todas ellas, acciones perfectibles y con áreas de oportunidad.

Pero el odio de muchos de quienes manifiestan su repudio a AMLO se ha basado constantemente en discursos muy pobres y clasistas, ya sea por su origen, su tono de piel, su manera de hablar, la “imagen que proyecta”, contrastante con la de presidentes anteriores, o bien, en el discurso del “AMLO comunista” o del “peligro para México”, surgido de las clases medias y altas. El mayor error de esa parte de la oposición es pensar que tienen razón cuando basan sus críticas en lo anterior, pues comprueba la tesis de que los regímenes anteriores eran elitistas, que servían a los intereses de las clases altas y que dejaban en el olvido a los pobres. De esta manera, no han entendido que fue precisamente ése uno de los elementos que llevó al poder a Andrés Manuel: la desigualdad y el elitismo del poder.

Ahora bien, buscar que se remueva del cargo al presidente sin proponer un después, con alternativas reales que resuelvan de manera integral los muchos problemas de la sociedad mexicana es evidenciar que su discurso es hueco, y que vela exclusivamente por sus intereses. Se han atrevido a tanto que incluso han apelado a la posibilidad de un golpe de Estado, dejando entrever su ignorancia de la historia y de la propia etimología del término. De esta manera, este grupo opositor ha apelado al contraste de ideas basándose en sus privilegios y en el desconocimiento, más allá de la puerta de sus casas, de una sociedad profundamente desigual, desesperanzadamente violenta e históricamente marginada.

Esta oposición no sirve, no funciona, no aporta en absolutamente nada porque ignora los verdaderos problemas que aquejan al país y a su gente.

Centrar el discurso opositor en cómo luce el presidente, en cómo habla, en “la imagen que proyecta al mundo”, en su desconocimiento del inglés, en falsos discursos que lo acusan de “comunista”, y echando culpas y calificativos como “resentidos” a los más de 30 millones de votantes que lo eligieron significa que no han entendido absolutamente nada. Si buscan ser una verdadera oposición, lo ideal sería escapar de los privilegios por un momento y mirar más allá de la barda que separa al México minúsculo, rico, blanco y privilegiado, del México real, el de los 100 homicidios diarios, el de los +50 millones de pobres, el de los 60 mil desaparecidos.

La verdadera oposición condena hechos violentos, como los vividos recientemente en Sonoyta, Sonora, donde fueron apilados varios cadáveres en plena carretera. La verdadera oposición critica la exagerada austeridad, y con ella los recortes a dependencias primordiales. La verdadera oposición, como la que demostró la presidenta de la Cámara de Diputados, Laura Rojas, interpone controversias de inconstitucionalidad contra decretos presidenciales que permiten a las Fuerzas Armadas participar en tareas de seguridad pública. Ésa es la oposición que el país necesita, no una cargada de prejuicios y odio a lo diferente.

Para concluir, hoy puedo decir que le tomo la palabra al presidente: estoy a favor de la transformación del país. Pero para lograrla necesitamos evaluar a nuestros gobernantes con base en las acciones que realizan hoy, y que pretenden cimentar las bases del mañana. Necesitamos cuestionar las acciones de Andrés Manuel y su gobierno, ponerlas en la mira y alzar la voz cuando la congruencia no se haga presente. En ese sentido, me preocupa que la base para conseguir la seguridad tan anhelada y urgente sea mantener al ejército que viola derechos humanos en las calles; me preocupa que la base para terminar con la pobreza sea la puesta en marcha de programas sociales, que son muy necesarios, pero que no tienen un instrumento real para medir su efectividad, y que estos no vengan acompañados de mayor generación de empleos bien remunerados y otras políticas públicas de desarrollo integral; me preocupa que las bases para una educación de calidad vengan acompañadas de recortes presupuestales a universidades y centros de investigación; me preocupa que no se vislumbren todavía políticas progresistas que vean por los derechos de todos los sectores, como los de la comunidad LGBTTTIQ+ o los derechos reproductivos de las mujeres; y desde luego, me preocupa que el presidente dé la impresión de que, por momentos, sólo se escucha a sí mismo.

No obstante, el compromiso es sumar, en pos de que éste gobierno pueda realmente sembrar las condiciones para un futuro mejor, porque por eso votaron millones, y es lo que hay que impulsar desde nuestras posiciones, tanto desde la simpatía como desde la oposición. Sobre ello se le habrá de juzgar al presidente y se nos habrá de juzgar a las y los ciudadanos.

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