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Reflexiones desde el silencio y sobre él.

Por Melissa Cornejo.

Cada vez que me siento frente a la hoja en blanco y me dispongo a escribir, tengo claro no sólo el tema del que quiero escribir, sino lo que me llevó a hacerlo. Pero esta tarde todo es distinto: el tema llegó solito y a hurtadillas, caminando sin zapatos que dejaran rastro tras de sí que me ayudara a intuir siquiera de dónde venía. Lo cual al mismo tiempo me consuela que me inquieta, pues la falta de certeza es agobiante al intentar brindar un contexto al lector. Hablar del silencio: bendita contradicción.​

Debido a lo complejo y extenso del tema me limitaré a esbozar un par de ideas que he logrado aterrizar y comenzaré haciendo un apunte: el silencio no existe; existen los silencios, siendo los dos principales el silencio interno y el silencio externo. El primero es visto como un privilegio, pues usualmente es decisión nuestra y lo buscamos activamente, pero el segundo, especialmente cuando viene del otro y no del entorno, casi siempre tiene connotaciones negativas. ¿Por qué?

Antes de empezar a escribir este texto tuve la oportunidad de platicar con algunos de ustedes y la mayoría de respuestas que recibí coinciden en que el silencio del otro asusta. Y asusta porque vivimos a la expectativa, contando los likes, los comentarios, los mensajes, los minutos que el otro tarda en responder, si ve nuestra historia, si la responde... La época de la inmediatez nos dejó como herencia la terrible necesidad de estar comunicando todo el tiempo.

La primera precisión que haré es que una cosa es el silencio que surge en el espacio natural en cualquier vínculo, ese que nos brinda claridad, que nos permite alejarnos para ver el panorama desde otro sitio y nos da la oportunidad de extrañar al otro. Ese silencio es bondadoso y respetuoso, pues estamos dejando que el otro exista en sí y para sí, y me atrevería a decir que como extensión o consecuencia surgen las despedidas amorosas seguidas por el silencio de los que habiéndose amado protegen al otro desde la discreción y el sosiego. Muy distinto es cuando dentro del vínculo, desde la crueldad, el punitivismo y la frialdad, se recurre al silencio como castigo.

Hay cosas que nos alejan del silencio y cosas que no existirían sin él, como la reflexión, la meditación, la intimidad, e incluso la música. El lugar común reza que el que calla otorga, y por esta ocasión no pienso desarticular esa expresión, pero sí quiero reestructurarla: el que calla se otorga la posibilidad de ir hacia dentro.

Dos silencios más caben dentro de la política. El primero indica prudencia y habilidad. Hay momentos para callar y no caer en provocaciones e intercambios infértiles. Hay momentos para callar y aprender, no siempre tenemos que opinar de todo. Sin embargo, el silencio en la política puede convertirnos en cobardes traidores de clase: no disfracemos de prudencia el callar ante la injusticia.

Los silencios están llenos de matices, y por ahora me gusta pensar El silencio como un espectro. Si me preguntan lo que pienso de él, como buena psicóloga respondería: ‘’depende.’’

Dejo estos apuntes ahí para que los hagan suyos si los creen valiosos y juntos podamos apropiarnos del silencio y repensarlo como una gran oportunidad o una gran responsabilidad. Depende. Lo que sé de cierto, es que el silencio es de las pocas cosas que hasta ahora nadie nos puede arrebatar.

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