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Breve historia de un país pobre

por Ángel Estrada

Había una vez un país muy pobre donde eran pocos quienes tenían el privilegio de ir a la escuela desde pequeños, y donde eran aún más privilegiados quienes lograban terminar sus estudios de licenciatura.

 

La razón no tenía que ver, en la mayoría de los casos, con la ganas y voluntad de estudiar de las personas. No, no, no. Las principales razones no se trataban de las ganas. Estas en realidad eran, por ejemplo, los altos niveles de pobreza en la que vivían las mayores masas poblacionales, quienes desde pequeños fueron educados en oficios para trabajar con el fin de que pudieran generar ingresos y su familia aspirara a vivir precariamente en la línea límite de bienestar. Con ello debían olvidar sus sueños guajiros de estar sentados en un aula aprendiendo quién sabe qué y para quién sabe qué.

 

Otra razón por la que no podían estudiar era, en el caso del campo, por las largas distancias que existían entre las comunidades y las escuelas, ¡incluso de nivel básico! Ya no hablemos de bachilleratos o universidades: los niños y niñas que querían estudiar tenían que caminar hasta dos horas a través de veredas y terrenos difíciles que llegada la lluvia se volvían espesos fangos, con todos los riesgos que ello implicaba. A veces, al no ser algo factible, terminaban por desertar desde temprana edad para inmiscuirse en las labores del campo u otras actividades económicas no menos riesgosas para ellos.

 

Además, en el caso de las niñas prevalecía un machismo de dimensiones mayores tanto en el campo como en la ciudad, donde sus padres no les dejaban estudiar más allá de la primaria —o a veces ni eso— por ser la educación "un asunto de hombres", condenándolas así a las labores del hogar y al cuidado de sus hermanos menores o de sus hijos, y/u orillándolas al precoz matrimonio como si de bienes de intercambio se trataran. Etc.

 

Este país atravesaba también por una crisis mayor: su sistema de salud no tenía la capacidad de cubrir al total de la población, por lo que no llegaban medicamentos o médicos a las zonas más pobres y alejadas del país. La población de esas regiones eventualmente tenía una menor esperanza de vida que la población concentrada en las grandes ciudades y sus periferias; además todo el país cruzaba por un intenso mar de violencia desatada intencionalmente por intereses económicos turbios; por si fuera poco, imperaban las violaciones a los derechos humanos de muchas personas y grupos, el olvido del Estado hacia las comunidades indígenas y pobres del país, y la negación de derechos fundamentales a sectores como las mujeres y la comunidad LGBTTTIQ+.

 

Pero una vez, una niña nacida en una comunidad lejana a la ciudad creció y comenzó a cuestionarse por qué su realidad era así. A ella le parecía que muchas cosas a su alrededor no estaban bien, que no eran correctas: no era correcto que papá golpeara a mamá hasta moretear su ojo. No sonaba bien que desde su habitación mamá gritara a papá que la soltara, que no quería, que la lastimaba, en medio de la noche. Sintió tristeza y enojo cuando el vecino golpeó a su propio hijo hasta la muerte porque lo vio caminando con otro chico en la calle. Pero sobre todo, no se le hacía justo que tuviera que quedarse en casa mientras su hermano iba a la escuela, solo porque ella era mujer.

Y siguió creciendo, y un día se propuso marcharse a la ciudad y luchar porque todo lo malo con lo que creció terminara.

 

Una tarde en la ciudad conoció a más personas con quienes compartía las mismas preocupaciones, y comenzó a planear con ellas posibles maneras de cambiar las cosas. Leyó, conoció, se informó e hizo activismo con los demás en favor de causas justas. La gente la conoció y la quiso. Ella era alguien que conocía los problemas que tenían las comunidades que caminó y sabía escuchar a los demás. Entonces un día, acercándose las fechas de las elecciones, decidió postularse a un cargo público en el legislativo, mismo que ganó con amplia mayoría.

 

Una vez en su curul comenzó a trabajar en foros de escucha, propuso reformas a ciertas leyes ambiguas o que no respetaban derechos humanos, combatió a organizaciones que dañaban la dignidad de las personas y, en su posición de mujer, luchó porque los derechos sexuales, reproductivos y humanos de las mujeres fueran plenamente respetados.

 

Pero un día, un médico de por ahí preguntó a los demás el por qué había una persona sin estudios en el poder legislativo, siendo que ellos como médicos debían prepararse por años. Señaló que no era justo que tuvieran representantes sin estudios o preparación, porque su cargo era demasiado importante al influir sus decisiones directamente en la vida pública de los ciudadanos. En pocas palabras, la ninguneó.

 

Infortunadamente este cuento no es un cuento, es una cruda y vergonzosa realidad: en México un problema mayúsculo es el clasismo que abunda en la opinión pública de muchos ciudadanos. Un clasismo, por cierto, que solo deja ver una profunda ignorancia, curiosamente reproducido por "personas preparadas".

 

Queda evidenciado que un título universitario no es estrictamente sinónimo de menos ignorancia. Quienes repiten discursos meritocráticos, como el de @luis_gj en twitter, son ignorantes no solo de las leyes que rigen a este país, sino de su propia realidad (más triste todavía). Les encantaría ver un poder legislativo ad oc para su clase social únicamente, que dentro del privilegio genere más privilegios, y que afuera, donde todo es oscuridad para los que carecen de oportunidades, todo siga oscuro.

 

A su vez llenan sus bocas de hipocresía al exigir que los poderes de la Unión estén llenos de gente educada en grados universitarios, pero oponiéndose un sinfín de veces a que se construyan más universidades y se les dé oportunidad de estudiar a quienes no nacieron en las mismas condiciones de comodidad que ellos. Carecen de congruencia, de empatía y de razón. Ahora que si el caso es hacerse de un cargo público y ostentar el poder bajo sus propias ideas y conceptos del mundo exterior, adelante, postúlense y ganen una elección.

 

El Artículo 35 constitucional otorga a todo ciudadano mexicano el derecho a votar y ser votado para cualquier puesto de representación popular. En el caso del poder legislativo no existe un requisito que indique la necesidad de un grado mínimo de estudios para ejercer el cargo de diputadx local, federal, senador o senadora.

 

Para ser representante en un cargo público no basta conocer una realidad con la que nos familiarizan a medias de forma teórica. La realidad se conoce bien hasta que se vive en carne propia, hasta que mostramos empatía con quienes sufren, hasta que nos atrevemos a quitarnos los zapatos para caminar en la tierra seca y caliente como lo hace quien va a nuestro lado. El conocimiento proviene de muchísimas fuentes, maneras y medios. En el poder de nada sirve un título si con él no vienen convicciones, conocimiento de lo que es injusto y de las áreas que se deben cambiar, empatía, humildad, respeto, honestidad y responsabilidad.

 

Y de verdad me da muchísimo gusto por quienes tienen y tuvieron la oportunidad de estudiar donde querían (ya fuese una universidad pública o privada) y han recibido un gran apoyo de familiares, amigos o del gobierno o de quien sea. Qué bien, lo celebro. Felicidades.

Pero su realidad es la realidad de un sector poblacional muy pequeño. Allá afuera, lejos del calor de su hogar, hay millones de personas que no tuvieron las mismas oportunidades que ustedes, y hay muchos niños y niñas naciendo que tristemente tampoco las van a tener.

En México la educación superior sigue siendo una utopía para la mayoría de los mexicanos. Antes de preocuparse por quiénes los representan en el Senado o la Cámara de Diputados, preocúpense porque esa realidad que duele se logre cambiar lo más pronto posible, y que por el bien de todos, en poco tiempo no haya un solo niño o niña sin oportunidades de estudiar.

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