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¿Por qué es tan inseguro el país?

Por: Jorge Kahel Ruizvisfocri Virgen

Desde hace algún tiempo, cada año cierra como “el año más violento del que se tenga registro”. Y no es para menos: el número de homicidios por año desde el inicio de “la guerra contra las drogas” es comparable a las poblaciones completas de algunos municipios del país. Hay una funesta pregunta que nos aqueja como país: ¿Por qué, si han cambiado los colores de los gobiernos, sus discursos y algunas de sus estrategias, no podemos reducir la violencia en México?

Es probable que el México en el que vivimos sea un país tan violento porque coexisten dos situaciones problemáticas que nos impiden generar soluciones efectivas al problema de violencia: Por un lado, el país arrastra una dependencia histórica a la regulación política de la violencia fraguada durante la época del priismo autoritario; mientras que los retos modernos de inseguridad se han abordado de una manera caótica, pues se trata de “resolver un problema” sin diagnósticos adecuados.

De cierto modo, este país siempre ha sido un lugar violento. De hecho, es muy seguro que en México la violencia haya sido un componente central para la articulación de la vida política y pública. La política posterior a la revolución mexicana fue política de revólveres, ametralladoras y cuchillos: Paul Gillingham cuenta que Gonzalo N. Santos, tal vez el más representativo de los políticos-pistoleros, escribió en sus memorias que las negociaciones en el congreso solían terminar en balaceras, por lo que la cámara de diputados olía a pólvora. Sin embargo, esta violencia no se limitó al turbulento periodo posterior a la revolución: Rubén Figueroa Figueroa, cacique guerrerense arropado por el PRI, alguna vez contó que en Guerrero ya no había presos políticos ni desaparecidos, porque todos estaban muertos. Durante la transición electoral de los 90’s, la muerte de políticos de oposición fue una constante en lugares como Puebla o Guerrero, donde las dinámicas se repiten hasta estos días. Y la historia no solo se limita al asunto político electoral: Luis Astorga relata que los políticos-emprendedores ilegales han sido una constante de la historia mexicana: Al menos desde la década de los cincuenta pueden encontrarse historias en los periódicos -por ejemplo, sinaloenses- de síndicos que se enfrentan a balazos con policías por cargamentos de mercancías ilegales.

Es factible que la violencia fuera parte de las estrategias gestionadas políticamente dada la falta de estado de derecho y la capacidad de las autoridades para decidir quién sería objeto de represión y quién de impunidad. Así, las autoridades del priismo autoritario se asociaban con emprendedores violentos para movilizar votos y obtener recursos, el cual podía terminar en las arcas públicas o en los bolsillos de los involucrados. La asociación entre emprendedores violentos y autoridades terminó en la famosa charola de la DFS, el uso extorsionador de la operación Cóndor en Sinaloa, la creación de los distinguidos empresarios con fortunas misteriosas, y otras formas de transacción entre políticos y actores violentos que persisten hasta nuestros días.

En suma, parte del andamiaje político de este país se construyó para gestionar y utilizar la violencia, no para reducirla. En parte, nuestros esfuerzos por tratar de reducir la violencia han sido infructíferos porque no hemos sido capaces de acabar con los incentivos para que los actores violentos y las autoridades establezcan negociaciones que conlleven pactos de impunidad y tolerancia de la violencia.

Sin embargo, la violencia en México no puede explicarse solamente desde la perspectiva histórica. Aunque partes del modelo que se desarrolló en el pasado aún subsisten, las condiciones que le permitían operar cambiaron, pues ahora tenemos un sistema político más fragmentado, lo que reduce la certeza de los acuerdos entre emprendedores violentos y autoridades. Además, el escrutinio público ha incrementado y la nueva competitividad electoral generan incentivos para “hacer algo respecto a la violencia”. Y lo cierto es que las estrategias que se han implementado han fallado, porque probablemente no han partido de diagnósticos adecuados para identificar cuáles son los retos que enfrentamos.

Frente a la situación de la violencia y la inseguridad, la respuesta gubernamental desde hace más de veinte años ha sido desplegar a los militares: Zedillo lo hizo al nombrar como su “zar antidrogas” a un militar, Fox lo hizo mediante los operativos conjuntos, Calderón lo hizo con el despliegue militar de la guerra contra el narco, Peña lo trató de legitimar con la Ley de Seguridad Interior y AMLO lo ha continuado mediante la militarizada Guardia Nacional. A pesar de que estas intervenciones no han reducido la violencia y han proporcionado nuevos espacios para la violación de los derechos humanos, la estrategia persiste.

La estrategia persiste porque los diagnósticos del problema se han simplificado en una suerte de corolario compartido por las autoridades y la sociedad: La debilidad del estado requiere una estrategia de alarde de fuerza y ocupación territorial. Pero este razonamiento simplista tiene un problema: no nos permite saber que pasa en los diferentes lugares dónde sucede la violencia. ¿Por qué se utiliza la violencia? ¿Quiénes la utilizan? ¿Por qué utilizan la violencia y no recurren a otros métodos? ¿Qué tipos de estructuras -pirámides, franquicias, redes, etc.- adoptan los grupos que despliegan violencia de manera más organizada? Y más importante: ¿Qué podría incentivar a que los actores violentos dejen de utilizar la violencia en donde operan?

No es ocioso hacerse estas preguntas para generar diagnósticos de la violencia. Ya son dos décadas en qué hemos utilizado variaciones de la misma estrategia de desplegar militares para atender problemas qué no vislumbramos, mientras que las pulsiones de un pasado menos lejano de lo que creemos llevan a que distintos niveles de autoridades aún traten de negociar algún tipo de acuerdo de paz por impunidad. Si la inercia continúa, lo único que sucederá será que la violencia prevalecerá: Las autoridades y los emprendedores violentos son demasiados, más fluidos y poco estables cómo para establecer acuerdos de paz al margen de la ley, y la estrategia de contener el problema mediante el despliegue de fuerza ha probado no ser útiles. Necesitamos cambiar eso o resignarnos a convivir con una situación creciente de sangre y plomo.

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