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México Bárbaro, parte X.

Por Ángel Estrada

Tal como en 1900, donde la barbarie porfirista inundaba al país en una tremenda desigualdad, mientras permitía que la esclavitud y la violencia del Estado cobraran la vida de miles de personas entre mexicanos, yaquis y chinos en Valle Nacional o en la península de Yucatán, o como en 1968 y las siguientes tres décadas, donde comenzó una guerra sucia del régimen contra la corriente opositora de la izquierda (y de la misma derecha, cuando Maquío fue asesinado), que dejó centenas de muertos y desaparecidos; o quizá tal como en 2010, cuando el Estado ya había abandonado a merced de los grupos criminales a la población mexicana, causando masacres como la de Villas de Salvárcar o la de San Fernando, donde quienes perdieron la vida no la debían ni la temían, hoy se documentan otros tristes episodios del México Bárbaro que no se ha ido y que nunca se fue.

Apenas hace un par de días, unos vídeos se hicieron públicos: en uno de ellos se ve a un grupo de hombres de un anexo de Irapuato, en torno a una mesa llena de platos con comida caliente y bebidas. Se disponían a comer, pero antes, a una voz y con las manos juntas, lanzaban una plegaria agradeciendo por sus alimentos, y le pedían a Dios que se lo diera a quienes no lo tenían, como apelando a su compasión hacia un mundo afligido. En un segundo vídeo dentro del mismo anexo, aparecen los jóvenes acompañados de muchas personas, entre familiares y amigos, mientras conviven con bailes, alabanzas cristianas y abrazos.

Aquellas dos constituían imágenes invaluables para quienes les habían acompañado en su proceso de rehabilitación, pues, como sabemos, las adicciones no sólo son un problema de salud pública, sino que también implican un deterioro de los vínculos interpersonales, del tejido social mismo. Puedo imaginar la alegría que habrán sentido los familiares de las personas partícipes de los vídeos, justo en ése momento, al ver su prometedora evolución. Puedo sentir la esperanza que llenaba sus corazones, como si se tratara de la esperanza que se deposita en uno mismo cuando sabe que está a punto de lograr algo importante, algo que habrá de cambiar el rumbo para bien. Imagino lo difícil de las primeras noches, la intranquilidad que llenó las habitaciones de sus casas cuando sintieron la ausencia de aquella persona que estaba dispuesta a recuperarse y empezar de nuevo, aunque en el fondo hubiera una llama de fe ardiendo en lo profundo de sus seres, misma que les daba fortaleza a ambas partes. Es como aquel anhelo que mantiene a una madre en la puerta, esperando el regreso de sus hijos después de un viaje largo.

En un parpadeo, todo aquello se apagó; el 1° de julio, en medio de las celebraciones por el segundo aniversario del triunfo democrático del hoy presidente, llegado al poder con el mandato de traer de vuelta la paz y la seguridad después de década y media de horror, en aquel centro de rehabilitación no hubo más bailes, no hubo más cantos, no más plegarias, no más esperas de un regreso. En un pasar efímero del tiempo, un ruido ensordecedor cubrió todo el salón, y después no hubo nada más que un silencio de muerte, testigo de la evidencia más clara de un odio sembrado desde tiempo atrás en lo más profundo de las entrañas de éste insufrible México.

La sangre derramada de veintiséis cuerpos sin vida corrió veloz entre los canales de los azulejos, formó un charco que se extendió dramáticamente y se unió al río rojo que recorre todas y cada una de las calles del país.

Así terminan las ganas de rehabilitarse de veintiséis personas; así se esfuma la esperanza de veintiséis familias de ver volver con bien al hogar a sus hijos, hermanos, esposos o amigos. Así se destruyen sueños y anhelos. Así se ha destruido el tejido social de este país, al menos de manera más acelerada, de catorce años atrás a la fecha.

Calderón llamó "daños colaterales" a las personas muertas y por morir, al justificar su tétrica estrategia de seguridad.

Con un: "Se matan entre ellos. [...] Eran criminales", se lavó las manos cuando 15 estudiantes de Secundaria y Bachillerato, que se encontraban en una fiesta, fueron brutalmente asesinados por una célula criminal en Ciudad Juárez, aún cuando ninguno de ellos tenía vínculos con organización criminal alguna.

En el último mes, Guanajuato se ha convertido en un infierno, donde, literalmente, las calles arden en fuego y las detonaciones de armas largas remplazaron los sonidos más habituales de un día cualquiera

Ni la Fiscalía estatal ni el gobierno de Sinhué han estado a la altura de las circunstancias, porque parece que estar peleados con la federación es más entretenido. Las disputas políticas deben quedar atrás cuando el interés por salvaguardar la vida de tantas personas se pueda está en primera instancia. La coordinación entre las autoridades, justo en estos oscuros momentos, es indispensable.

AMLO ha replicado el discurso de Calderón, el de "Los involucrados eran criminales / peleaban entre ellos", como si la vida de tal o cual persona valiera más o menos que otra por su estilo de vida. La historia y el tiempo nos han enseñado que el camino de la criminalización no es el correcto, sino el de la búsqueda permanente de justicia por la vía institucional.

Francamente, muchas personas nos hemos cansado y fastidiado de discursos que criminalizan a las personas sin antes conocer sus historias particulares, que fomentan la impunidad y que debilitan aún más el Estado de Derecho. Estamos hundidos hasta el cuello entre tanta sangre; no es momento mas que de buscar todo aquel camino que nos saque de este atolladero, que apague este infierno, que refresque nuestros cuerpos, nuestras mentes, nuestras vidas. Es momento de explorar las vías que por cobardía, por prejuicios, o por incapacidad, el Estado se ha negado a explorar.

El país ya no aguanta más violencia

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