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EL MONSTRUO QUE ENTRA A LA CAMA

por Elsa Guadalupe Flores Hernández

Me han contado la historia de cómo es que el monstruo que vaga por la casa en la noche entra al cuarto de Samantha, la hace reír antes de comenzar a quitarle la ropa, le dice lo hermosa que es mientras que con la garra le acaricia la piel, sus ojos brillan al ver la inocencia en las pupilas. Samantha tiene 6 años y desde los 4 el monstruo la frecuenta. A veces llega oliendo putrefacto, otras está sudoroso, pero siempre le pide que juegue con él, y aunque ella es tan joven ya siente el cansancio de la vida.

Samantha no entiende porque el monstruo la lastima. Aunque eso sea un juego, no le ve lo divertido, pero sabe que no puede escapar pues le prohibió decirle a mamá. Samantha tampoco entiende cómo es que el monstruo es su papá.

México es el primer lugar en abuso sexual infantil, según la OCDE. Y de acuerdo a las estadísticas, solo se denuncia 1 de cada 10 casos, de los cuales las niñas de entre 6 y 11 años de edad son más propensas a sufrir esta violencia ejercida, mayormente, por algún familiar o cercano. Nuestras niñas desde que nacen se ven obligadas a desarrollarse en una sociedad patriarcal, donde, por ser mujer tenemos una carga histórica de todo el dolor, opresión, violencia y muerte por el que hemos pasado, y que con los años logramos entender la telaraña sistemática en la que vivimos. Sin embargo, venimos a este mundo a aprender y entender el ambiente del alrededor pues somos parte de un ciclo natural. De acuerdo a la organización social, se muestra una relación de poder jerarquizando a todos los individuos de según que tan optima resulta su explotación o la posesión de sus bienes a la acumulación de capital, poniendo a las mujeres siempre por debajo de los hombres; aunque estos sean los más explotados o ridiculizados.

Si bien, las mujeres ya nos encontramos pisoteadas por los hombres, notamos que las más vulnerables de nosotras son las niñas, puesto que a ellas, ante la constante limitación que vivimos, se llega a quebrar de manera más sencilla los derechos al tener como parte de sus agregados capitalistas el adultocentrismo, haciendo este caso omiso a la voz de todas ellas que quieren gritar y visibilizar el daño que llevan cargando. Así, cuando un familiar logra romper con la confianza que una menor le ha brindado, pues se cree que es él quien debe protegerla y cuidarla de estos abusos, también se le es silenciada y revictimizada por la madre al no creer en sus palabras por la presión de mantener la familia unida a cualquier precio. Aunque estas violaciones pueden durar meses y hasta años antes de que la menor sea consciente de esto y se arme de valor para decirlo, manifiesta el impacto en pesadillas, bajo rendimiento escolar, rechazo por ir a lugares o personas en específico, las marcas de golpes o araños son recurrentes, baja autoestima, depresión y aislamiento social. Estas consecuencias que se hacen visibles en un corto plazo también llegan a trascender a lo largo de la vida generando problemas alimenticios, problemas para relacionarse socialmente, rechazo por su cuerpo, consumo de drogas y hasta intento de suicidio.

Cuando se vive un abuso sexual en la infancia, se visibiliza la sexualización que un sector de la población le hace responsable a las niñas, a pesar de que ellas aún no son suficiente maduras para poder embarazarse, cosificándolas de igual manera siendo utilizadas solo para el placer masculino e imponiéndoles de forma violenta la heterosexualidad. Se normaliza la sumisión de la mujer y el silencio que deben cargar a lo largo de su vida. Se les priva de un desarrollo pleno a lo largo de vida porque llevan una etiqueta que la sociedad les ha puesto y nunca serán vistas de otra manera, cómo si eso las definiera, como si no pudieran hacer o ser más.

El abuso sexual solo reafirma la apropiación que los hombres quieren ejercer sobre nuestros cuerpos y si es desde la menor edad posible mejor, pues la forma en como arrancan nuestra voz y decisión sobre lo que queremos o no de nosotras mismas ya no existe cuando alguno de ellos entra en la noche o aprovecha cuando mamá no está para pensar sobre cómo quieren satisfacer su placer engañando y obligando a las niñas a llevar a cabo este acto. Generando asco y rechazo al cuerpo, teniendo pensamientos constantes de culpabilidad por tener cierta forma física que ¨provoco¨ el abuso. Si el cuerpo es visto como el culpable de este suceso, entonces, se rechaza cualquier interacción que este tenga, se rechaza la vida pues esta solo se concibe de una manera corpórea donde se puede existir.

El abuso sexual se da en todas la clases sociales afectando, aproximadamente, a un 20 o 30% de todas nosotras. Aunque hay medidas para prevenirlo como hablar con las niñas sobre la existencia de esta violencia, mencionarles su derecho hacia la privacidad de su cuerpo, enseñarle que deben hablar si les sucede este tipo de cosas; entendemos que la mayoría de las familias mexicanas están construidas a base de costumbres machistas que no son identificadas, entorpeciendo la disminución de esta problemática. Entonces, el cambio que se debe comenzar a generar debe ser por parte externa, hablando de este tema en las escuelas, en la tele, en la radio, en el internet, etc., y no solo difundiendo esta información para identificarlo sino rompiendo, a la vez, también tabús que existen alrededor de este tema y por parte nuestra, exigiendo que sean cambiadas, poco a poco, las leyes para dejar de favorecer al hombre.

Luchamos con nuestras hermanas, con nuestras mamás, con nuestras amigas, con nuestras vecinas. Luchamos con nuestras niñas porque resistimos juntas y transformamos al mundo tomándonos de la mano, rompiendo la jerarquización y todo lo construido por el hombre. Luchamos porque no somos culpables de nada, porque somos libre desde que nacemos y nadie tocará nuestros cuerpos nunca más, luchamos por las que vienen y por la que no están. Luchamos, porque somos mujeres que desde niñas hemos sido vendidas, violadas, asesinadas, calcinadas y tratadas a golpes. Luchamos porque las niñas no se tocan.

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