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Regular las redes sociales

Por: Jorge Kahel Ruizvisfocri Virgen.

En días pasados, la Secretaria de Gobernación Sánchez Cordero declaró algo que gritaba censura: antes de dar su mensaje de año nuevo en una rueda de prensa, dejó abierta la posibilidad de regular la comunicación en las redes sociales, para terminar con las noticias falsas, críticas desmedidas y ataques contra figuras públicas sin consecuencia alguna; un modo elegante de llamar al control de contenidos en redes sociales.

Hay que señalar que Sánchez Cordero hizo un análisis correcto del efecto que tienen las redes sociales en el entorno sociopolítico mexicano. Como instrumentos de comunicación masiva al alcance de cualquiera, las redes sociales se han convertido en el espacio perfecto para linchamientos mediáticos alimentados por el odio, juicios paralelos que declaran culpables a individuos sin presentar argumentos ni evidencia y extienden desinformación que se propaga como un incendio por la pradera.

Es indudable que las redes sociales explican la creciente polarización en la que vivimos porque crean cajas de resonancia de ideas donde los individuos se rodean de otros con pensamientos similares, se aíslan de quienes piensan distinto y expresan ideas sin que existan filtros contra ideas descabelladas como fueron tradicionalmente los productores de radio y televisión; por lo que en la práctica las redes sociales son espacios donde cada usuario tienen más incentivos para crear, creer y compartir cosas sensacionalistas que refuercen sus creencias de los que tienen para interactuar en conversaciones donde el intercambio de evidencia y el diálogo razonado sean la constante.

Empero, el problema del mensaje de Sánchez Cordero no está en el análisis de la situación, sino en la solución que da, pues su respuesta al reto que presentan las redes sociales es buscar la forma de controlar el contenido. Bajo el eufemismo de “regular” conductas que promueven desinformación, odio y sensacionalismo, podría impulsarse una normativa destinada a castigar expresiones que sean “dañinas”; en otras palabras, encontrar modos para censurar contenidos incómodos en nombre del bienestar social.

Regular el contenido en las redes sociales no es una solución para los retos que estas les presentan a nuestras sociedades, porque parte de una visión restrictiva de la libertad de expresión. Si el gobierno tiene la facultad de delimitar que contenido es aceptable y cual es ofensivo, nos encontraremos en una situación donde perdemos más de lo que ganamos como sociedad, debido a varias razones prácticas. Por una parte, estamos quitándoles a las personas el derecho a decidir qué cosas pueden escuchar y cuáles no, por lo que en la práctica serán prisioneros de una caja de resonancia que repite ideas sin tener objeciones impuesta por la autoridad en turno. Serán el sueño de cualquier propagandista hecho realidad.

Asimismo, crearemos las bases para políticas de censura que después podrían afectarnos de modo irreversible a todos y cada uno. Incluso aunque resolviéramos la dificultad de determinar qué cosas son admisibles y reprobables mediante criterios objetivos que distingan lo bueno de lo peligroso, aún tenemos un dilema que afrontar: ¿Quién va a ser el censor? Porque, ¿Qué pasará si algún político un día decide que su visión es la única válida y sus críticos son enemigos del estado? En casos así, es mejor defender paranoicamente la libertad de expresión que atestiguar silenciosamente la construcción de armas soñadas por autócratas dispuestos a acallar a sus adversarios.

La solución no radica en regular los contenidos en las redes sociales, sino en fomentar una cultura cívica y racional. Una alternativa mucho más eficiente, democrática y comprometida con crear ciudadanos sería promover campañas de formación cívica con un enfoque en la importancia del pensamiento racional y crítico en todos los niveles de educación, así como talleres y espacios públicos que fomenten ideas de este tipo.

En lugar de plantear acabar con contenidos incomodos, las autoridades deberían dar a los ciudadanos la opción de decidir por sí mismos que cosas les resultan creíbles y cuales son paparruchas, así como las herramientas de comprensión cívica y pensamiento crítico para poder evaluar la información con la que entren en contacto. En lugar de acallar lo incómodo, debemos apostar por formar ciudadanos tolerantes que resuelvan sus discusiones mediante la razón.

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