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Clase media

Por Rodrigo Chávez

En días recientes el presidente López Obrador ha dicho desde su conferencia matutina que hay ciertos sectores de clase media que son individualistas y aspiracionistas. Esta crítica no ha sido bien recibida por quienes se autoproclaman clase media y por quienes al parecer no terminan de entender qué es el aspiracionismo y lo usan como sinónimo de aspiración.

Deberíamos comenzar por definir y aclarar que la clase media no es tan hegemónica como el discurso priista y el mercado nos han hecho creer, la idea de que tener un carro o un teléfono medianamente reciente es sinónimo de ser clase media es cuando menos un error conceptual y un vicio de pensamiento. Tener estas cosas es tener acceso a bienes de consumo, un punto elemental en la economía y la forma de producción actual. Es decir que estas cosas no demuestran un status social sino más bien una relación de consumo.

Al igual que con el tema de la invisibilización afromexicana el negar la existencia de distintos estratos sociales nos impide comprender la desigualdad. La mayoría de las desesperadas defensas alrededor de la auto percepción de ser clase media van en un sentido despótico e ilusorio de acumulación, “yo soy clase media porque a diferencia de otros yo sí tengo una vivienda”. En esta pequeña aseveración perdemos de vista algo fundamental, la vivienda es un derecho humano y no un privilegio. La desarticulación de los satisfactores necesarios para una vida digna fue uno de los efectos más devastadores del neoliberalismo y ha sido esto lo que nos ha hecho creer que el acceso a la vivienda es de algún modo ser superior al resto.

En México solamente el 12% de la población puede ser considerada como clase media, sin embargo más del 60% se autopercibe como tal. Para ser verdadera clase media habría que percibir un ingreso de $64.000 por una familia de apenas 4 integrantes. Una realidad que en México suena más a un sueño que a una cotidianidad. Apenas el 10% de la población alcanza estas percepciones.

La rareza de la clase media en México es tan grande que hemos asumido que mejor todos lo somos, que acá nadie es pobre excepto los que nosotros creemos que lo son, mayormente lo determinamos con connotaciones racistas, “pobres los de la sierra de Chiapas, los de Ecatepec, los de Guerrero, los de Oaxaca”, pero yo, jamás voy a ser pobre.

La generación de precariedad en cualquier nivel es una prueba de la falta de clases medias, durante los últimos 30 años se ha impulsado desde el gobierno un esfuerzo por desprenderse de los derechos laborales y constitucionales básicos, por ejemplo, el outsourcing era una forma en la que se podía pagar un sueldo mínimo a trabajadores especializados y se deslindan de responsabilidades a la empresa que recibía el trabajo. La idea del outsourcing generó un sector laboral desprotegido y a merced de los bajos salarios en el mercado, contratos eventuales y violaciones a derechos laborales. Casi nadie que trabaja en outsourcing gana lo suficiente para ser clase media, sin embargo muchos de estos trabajadores defienden los intereses de la clase media como si fueran suyos.

Perder de vista el hecho de que no pertenecemos a la clase media nos hace creer que nuestros intereses están más cerca de los de los grandes empresarios que de los del campesinado y esto nos genera un síndrome de estocolmo en el que preferimos darle el poder a quién apoyan los empresarios y que suelen perseguir metas que apremian la acumulación y la economía de mercado por encima de derechos humanos o intereses de justicia social.

Es precisamente este pensamiento de élite el que significó el triunfo del partido conservador mexicano (PAN) en la Ciudad de México en las pasadas elecciones, la idea de que se ha dejado de ver por las clases medias en la ciudad asume que dentro de la urbe no existen las personas pobres. Esto último es una mentira fácil de erradicar cuando vemos los ingresos promedio de zonas como Álvaro Obregón, Cuajimalpa y Magdalena Contreras. La pobreza en la CDMX es abundante pero el vivir en la urbe nos ha hecho creer que los pobres viven fuera de este punto diminuto en el mapa.

Otro de los problemas fundamentales que ha tenido esta administración es no saber hacer digerible el discurso para las mayorías, si bien las concepciones ideológicas de Andrés son caso de estudio por lo buenas que son, a menudo parece imposible convencer de buena manera a las personas de la Ciudad de México a asumir su propia precariedad.

La idea de un gobierno que trabaja para los pobres se conjuga con el aspiracionismo que niega de manera rotunda su propia pobreza y da como resultado un choque de identidad en el que muchas personas se sienten lejanas a las acciones de gobierno cuando, en realidad, están dentro de la concepción natural de la 4T. El desprecio abierto a que se brinden “becas a los ninis” proviene en muchas ocasiones de personas que no pudieron concluir sus estudios por cuestiones estructurales de desigualdad y tuvieron que asumir empleos poco esperanzadores a futuro.

Otro de los pensamientos falsos al respecto de la clase media es asumir que el tener una licenciatura o algún grado profesional nos hace implícitamente acreedores de una clase social más alta sin embargo esto termina contrastando con el arrollador dato de que el 47% de los egresados de licenciatura se encuentran en el desempleo.

La ilusión de que el grado de estudios nos asegura un futuro y una vida digna ha quedado en el olvido, casi la mitad de los egresados y egresadas en México terminará aceptando empleos primarios como el transporte o las ventas para poder subsistir. Estas personas, egresadas, certificadas en sus áreas pensarán que son diferentes al campesino en Chiapas, pero al menos el campesino puede ser dueño de su tierra y empleo, mientras la supuesta clase media citadina tendrá que enfrentarse al despojo total.

Asumirnos precarizadxs es complicado porque es, de cierto modo, atentar contra toda una concepción de la vida y del propio sistema que nos invita a soñar con ser algo que no somos al módico costo del producto que esté anunciando pero la realidad nos alcanza, este problema no ha sido generado por la 4T sino por un modelo económico pensado y sustentado en la idea de que el sufrimiento de unos es el goce de otros, somos la primera generación condenada a no conseguir un ingreso siquiera igual al de nuestros padres, la clase media está destinada a desaparecer por sistema y aún así nos asumimos como parte de lo que hoy no es más que un amargo suspiro de la historia.

Somos obreros, somos trabajadores, somos la base de la pirámide y somos el motor de cambio en la historia, aunque a veces nos guste soñar, tomados de un vasito de sirena y de un teléfono de manzana que estamos cerca de ser el próximo Slim o Salinas Pliego….

¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?

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