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El arte es político

Por Rodrigo Chávez

Todo, absolutamente todo lo que hacemos y vivimos tiene dentro de sí una tremenda carga política, desde hace mucho tiempo se ha teorizado entre las diferencias de lo político y la política. Porque claro que lo que entendemos como “política” tiene que ver con ejercicios institucionales de poder. Dentro de todo esto se componen los gobiernos, los cuerpos de estado e incluso las representaciones populares pero, por desgracia, este aspecto de la vida pública está cooptado por un reducido grupo de individuos en cada país.

Por otra parte lo político tiene que ver con lo que todxs hacemos en nuestra cotidianidad, cosas mínimas como usar el transporte público o privado, estudiar una u otra carrera, comprar en un supermercado transnacional o en un comercio local, todas esas acciones están cargadas de política y por ende son enunciados políticos no proclamados. Dentro de este entendimiento el arte juega un papel fundamental.

En mi vida he tenido la fortuna de relacionarme con artistas de distintas índoles, desde artistas plásticos hasta escénicos y siempre he llegado a vislumbrar una parte esencial que me hace conectar con ellxs, sus entendimientos sobre lo político son profundamente disruptivos. Porque aún cuando pareciera que el arte tiene como propósito “hacernos sentir lo que sea” éste esconde dentro de sí una intencionalidad al crearse. El que crea crea porque tiene una inquietud o un deseo de gritarnos algo a la cara. Ese algo se compende, siempre, desde lo político.

Por eso no puede resultarnos ajeno ni extraño que las personas involucradas en el arte sean activistas, que les resulte no sólo fascinante sino urgente el tener sus simbologías políticas a la vista y trasladarlas a lo que ha creado. La sensibilidad tiene la ambivalencia de ser refugio pero también de ser arma. Por un lado sostiene y apapacha y por el otro golpea y rompe lo que resulta doloroso.

Toda esta reflexión sobre lo político y el arte viene a la conversación (o debería venir) porque en la semana vimos, primeramente, un triunfo arrasador del movimiento feminista y de la digna rabia cuando Pedro Salmerón fue exibido de nueva cuenta por sus acusaciones de acoso y abuso ante la noticia de que sería el próximo embajador mexicano en Panamá. Nombramiento que duraría poco pues las mujeres salieron a dar una muestra implacable de organización y presión social. Ésta demostración de músculo hizo recular al gobierno mexicano e hizo que Andrés Manuel propusiera a Jesusa Rodriguez como la candidata natural a tomar el puesto de embajadora.

Jesusa Rodriguez es una actriz y directora de teatro egresada del hoy Centro Universitario de Teatro. Su trabajo en teatro consta de más de una veintena de obras y performance que abordan distintas temáticas pero con un cierto contenido sociopolítico implacable. Su vida como militante (más abierta y más práctica) está ligada con el origen y desarrollo del EZLN.

Insisto en que no es nuevo ni casual que una artista haya estado involucrada con un movimiento tan reivindicativo como lo fue el EZLN y que, desde su espacio artístico haya tenido un legítimo interés en involucrarse en los procesos políticos de una manera más frontal. Del mismo modo Jesusa formó parte del plantón por la democracia en 2006 hasta terminar siendo una de las fundadoras del partido MORENA.

Jesusa estuvo en el senado como suplente de Olga Sánchez Cordero y en su desempeño como legisladora tuvo un paso bastante firme en cuanto a sus convicciones. Fue una de las principales promotoras de la ley de regulación de la marihuana, de la ley de defensa del maíz y no dudó en hacer públicas sus posturas veganas y su orientación sexual.

Como de costumbre la oposición no tardó ni un segundo en tratar de desacreditar a Jesusa por “ridícula” pues en su concepción el servicio exterior mexicano debería estar representado por “gente decente”. Además de apelar a un falso sentido de preparación tratando de hacer creer que la militancia política histórica que ha hecho Jesusa no es suficiente curriculum como para tomar el puesto de embajadora.

Los argumentos de la oposición no sólo pecan de clasistas sino que son abiertamente indefendibles, podemos hacer una revisión histórica en el servicio exterior mexicano y encontrar, sin mucho esfuerzo, que Octavio Paz fue embajador en la India al igual que Rosario Castellanos fue embajadora en Israel. El conflicto real con Jesusa no es que una artista no pueda ser embajadora sino que la oposición, infantilizada y emberrinchada como desde hace tres años, no concibe la posibilidad de que el arte sea político.

A este reduccionismo habría que agregar además lo profundamente contradictoria que resulta su postura pues es precisamente la oposición quienes se han encargado de marcar una profunda distinción que, aferrados a sus mitos de clase, incluye entre otras cosas la idea de que el arte y la cultura son cosas de élites. Se proclaman defensores del buen gusto y de la cultura y el arte pero se sorprenden cuando ven a una artista performática en el senado y ahora en una embajada.

Desconozco que tipo de productos culturales consumen los senadores y diputados de la oposición pero me queda claro que han quedado muy por fuera de los espacios críticos, análiticos y reflexivos que el arte nos brinda. Sin el afán de menospreciar ningún tipo de creación o de corriente artistica podría recomendar a los legisladores y diputados de la oposición a darse una vuelta por la basta oferta de teatro UNAM, los circuitos del Centro Cultural del Bosque, La Capilla, La Gruta y otros espacios que nos permiten ver arte de profundo valor y fondo.

Jesusa Rodriguez no solo debe ser respetada por su trabajo artístico sino también por su militancia política. Jesusa no es una ocurrencia después de que se cayó (de manera aplaudible) la propuesta de Salmerón, Jesusa es una representante de Estado más que digna. Jesusa entendió desde hace mucho tiempo que las artes ni bellas ni apolíticas. ¡Críticas y combativas!

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