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De la historia de la infancia a la historia del niño como representación según Beatriz Alcubierre Moya

Por Ankaret Alfaro

El debate sobre la infancia, abordado desde la visión historiográfica, ha girado entorno a la idea del “descubrimiento de la infancia” sugerida por Philippe Aries, junto con el concepto de infancia que prevalece incluso actualmente. Esta idea del “descubrimiento” plantea que el concepto de la infancia surge como un “producto de la modernidad” junto con el devenir histórico y que es relativamente reciente, en ese sentido, parte de que durante la Edad Media no había una distinción entre el niño y el adulto y por lo tanto, no formaba parte de una etapa particular en la vida de las personas. Consecuentemente, durante la Europa moderna, con el surgimiento de las clases burguesas y su deseo de brindar educación especifica a sus hijos con el motivo de prepararse como futuros ciudadanos.

El problema que diversos autores han encontrado en la propuesta de Aries se encuentra fundamentalmente en su metodología, pues señalan sus fuentes como limitadas y “tremendamente secundarias” al basar su análisis sobre las representaciones de la infancia de aquella época en las pinturas francesas de los siglos XVI-XVIII, existiendo así problemas de análisis al estar estas fuentes verdaderamente limitadas en cuanto a realidad y contexto.

Historiográficamente, se encuentran problemas de perspectiva parcial al intentar rescatar una realidad completamente lejana y ausente, por lo que metodológicamente se hacen análisis desde la perspectiva de los adultos, incluso hablando de su propia infancia, pero precisamente, lejana. Entonces, de lo que se habla es de una historia de las representaciones entorno a los niños, no estrictamente de una historia sobre la propia niñez (…) se parte de la idea del niño no como un ente concreto (…), sino como una construcción histórica que constituye el reflejo de todo un sistema de significados y referencias inmersos en un contexto cultural, religioso, social y político determinado. (Alcubierre Moya, p.17) Es entonces, como Alcubierre Moya explica que en realidad la historización de la infancia no implica el estudio del niño en sí, sino de sus representaciones.

Historiográficamente, la omisión de información o la falta de fuentes también dice algo, en este caso, la autora ejemplifica con el conocimiento que se tiene sobre los niños durante la época colonial, que es escaso, por lo hace que se suponga que no formaban parte importante del orden familiar. Y de la misma forma con la segunda mitad del siglo XIX, en donde las fuentes permiten mostrar que ya se encontraba interés respecto a la infancia por lo menos en las clases medias y altas de algunas zonas urbanas.

Posteriormente, en el texto de Alcubierre, aborda algunas aproximaciones históricas: comienza aclarando que durante el periodo colonial, a lo largo del siglo XIX, el trabajo infantil y el abandono no disminuyeron, sin embargo, por parte de las familias de clase alta y del Estado ya existía cierta inquietud al respecto por la forma en que vivían los niños, por su educación y su bienestar moral, inquietudes en las que también incluían a los niños de clase baja. Asegura que la falta de representaciones visuales o escritas sobre el entorno familiar y cotidiano de los niños durante los siglos XVI y XVII representan lo corta que era la etapa de la infancia.

Ya en camino a la etapa del porfiriato, durante los proyectos de construcción de identidad nacional, el Estado tuvo un papel fundamental con los proyectos educativos que pretendían formar a los niños como futuros ciudadanos, además de ser parte del proceso de consolidación del Estado nacional mexicano. En ese sentido, a finales siglo XIX y durante la primera década del XX, la evolución de la actitud hacia la infancia sería consecuencia del “desarrollo de una mirada predominantemente urbana”. Es por esto, que a partir del porfiriato, las publicaciones educativas ilustradas fueron clave para reforzar la moral cívica a partir de las ilustraciones que les ayudarían “para la expresión de sus planteamientos” (del Castillo Troncoso en Alcubierre Moya, p.19) a pesar de que estas existían incluso desde la década de 1840.Más adelante, para el siglo XIX, este material iconográfico ya representaba más el entorno privado, en el que los niños se relacionaban con sus madres.

Se solía representar a los niños con el objetivo de desarrollar su socialización y prepararlos para la adultez, y en ese sentido, además de plasmar la representación lúdica que los caracteriza, se solía hacerlo también con base en la noción de “inocencia”,  representándolo también como “ángel”, cosa que además de provocar una idealización que tuvo consecuencias en el imaginario social, pues implicaba negar su inteligencia, pensarlo ignorante e imaginarlo como el futuro del país, colocando sobre los niños la responsabilidad histórica de convertirse en el ciudadano ideal (Alcubierre Moya, p.21) Para 1850, las publicaciones tomaron una postura conservadora y católica, adjudicándose de esta manera a los cristianos, “el espíritu de afecto hacia los niños”. Consecuentemente, la infancia pasó a definirse entorno a la inocencia, y la creencia de que su mejor virtud fuera la posibilidad de ser educados, y paradójicamente, también uno de los mayores defectos pues eran fácilmente corruptibles. Esto pasó a concebirse en el pensamiento clasista de ubicar al niño ideal como parte de la clase burguesa por poder mantenerlo un ambiente controlado, cosa que llevó a descartar de la condición infantil a quienes no tenían esas posibilidades y no se encontraban únicamente en el espacio doméstico, controlados.

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