Rojas barricadas
Por Melissa Cornejo.
Contemplo mi cuerpo
y me pregunto por mis cicatrices.
Las recuerdo.
Cierro los ojos y las recuerdo en la piel.
Algunas punzan, y brincan, y bailan.
Se visten de olvido
y me sonríen con dientes afilados
listas para morder.
Llevo algunas cicatrices
que me dieron nombre
y muchas otras que
me enseñaron a habitarme.
La duda, el escrutinio y el reproche
encarnados en la primera estría.
Rojas barricadas por toda la piel
y el primer intento de la vida
por arrebatarme la belleza:
no te rasques. No te toques lo que duele.
De todas mis heridas me sobreviven
las que me rompieron en pedazos
imperfectos y chorreantes.
Las que toqué tanto que se infectaron.
Porque me rompí las costillas
desabroché el chaleco de mi carne
apartándome los huesos
y el mundo se coló dentro.
Dos heridas
las más profundas cicatrices
y me hallé sin piel suficiente
que parchara la falta.
La primera me recorre entera:
fui extirpada de mi madre
y de su madre
y de su hermana.
La última, cuando fui cosida a tu cuerpo
y arrancada de él
y tus manos como llagas
me impregnaron la carne.
Hago una pausa.
Regreso al principio.
Contemplo mi cuerpo.
Ya no soy carne, ni herida;
soy mi propia cicatriz.