top of page

LA HUIDA

Por Ángel Estrada

La Huida General

“Luego otra vez matan gente; muchos en esta ocasión murieron. Pero se empieza la huída, con esto va a acabar la guerra. Entonces gritaban y decían:

— ¡Es bastante!... ¡Salgamos!... ¡Vamos a comer hierbas!...

Y cuando tal cosa oyeron, luego empezó la huída general. Unos van por agua, otros van por el camino grande.

Aún allí matan a algunos; están irritados los españoles porque aún llevan algunos su macana y su escudo.

Los que habitaban en las casas de la ciudad van derecho hacia Amáxac, rectamente hacia el bifurcamiento de camino. Allí se desbandan los pobres. Todos van al rumbo del Tepeyácac, todos van al rumbo de Xoxohuiltitlan, todos van al rumbo de Nonohualco. Pero al rumbo de Xóloc o al de Mazatzintamalco, nadie va.

Pero todos los que habitan en barcas y los que habitan sobre los armazones de madera enclavadas en el lago, y los habitantes de Tolmeyecan, se fueron puramente por el agua. A unos les daba hasta el pecho, a otros les daba el agua hasta el cuello. Y aun algunos se ahogaron en el agua más profunda.

Los pequeñitos son llevados a cuestas. El llanto es general. Pero algunos van alegres, van divirtiéndose, al ir entrelazados en el camino. [...]” (León Portilla, 2020 XXIX ed.)

La migración no ocurre hoy estrictamente bajo las mismas circunstancias que hace quinientos años, cuando en éste lado del mundo, miles de mexicas se vieron obligados a abandonar sus hogares ante la despiadada amenaza española. Sin embargo, aquellos hechos comparten muchas similitudes con los procesos de migración contemporáneos.

En aquellos entonces, y en el transcurso del tiempo hasta el siglo XIX, durante el auge de la revolución industrial y la consolidación del modelo capitalista, la migración respondía a los procesos de expansión y a la composición progresiva de los diversos Estados-Nación, propios de la época; de hecho en los siglos XVIII y XIX se comenzó a promover la migración del campo a las ciudades en crecimiento ante la necesidad de mano de obra. La migración de grandes grupos de personas no representaba, pues, el “problema” que representa para los Estados-Nación constituídos al día de hoy.

Los fenómenos migratorios de la actualidad responden sobre todo a las consecuencias históricas de la implementación mundial del modelo capitalista, que han provocado y promovido la acentuación de la desigualdad, los conflictos armados, el despojo, la explotación de los recursos naturales y de la fuerza de trabajo a bajo costo, y por lo tanto, de la pobreza, la miseria, el hambre y la ausencia real de desarrollo integral en aquellas regiones que el mercado decidió que sólo servían para ser completamente vaciadas de todo recurso que les generara riqueza. Por supuesto, a costa de lo que sea.

Desde que los promotores de este modelo económico “se percataron de su error” —que ha sido ignorar que la gente necesita comer y buscará sobrevivir a toda costa, y con todo derecho—, los Estados han fortalecido sus políticas de restricción migratoria, para nada apelando a políticas humanitarias de inclusión para el desarrollo, sino a veces a discursos patrióticos, a veces a la supuesta protección económica o de la seguridad interna, y desde luego, siempre desentendiéndose del hecho de que ellos, junto a quienes ostentan el poder económico, son los primeros responsables de las causas de la migración.

Existen países que no funcionan precisamente bajo la lógica de despojo porque poco tienen que ofrecer en materia prima o recursos naturales, ya sea por su tamaño, su historia, su pobre desarrollo económico o su composición geográfica. Hablo de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Haití, etc., países de actividad mayoritariamente agrícola, marcados por gobiernos dictatoriales, corruptos e instituciones endebles, por conflictos armados y guerrillas, por el narcotráfico y la violencia, ignorados por las grandes potencias cuando se habla de inversión y desarrollo económico. En su caso, han sido utilizados como laboratorios del narcotráfico, y han sido acosados, agredidos y ensangrentados a través de intervenciones militares imperialistas cuando sus procesos democráticos internos han querido dar giros hacia la izquierda.

Estados Unidos es el mayor responsable de las grandes caravanas de migrantes que salen cada año de Centroamérica y cruzan por nuestro país. Todas las 200 mil personas que hoy están varadas en la frontera norte no emprendieron un viaje altamente peligroso, exponiendo su vida y la de sus hijas e hijos bajo el sol, la lluvia, el frío, el hambre y las enfermedades porque así lo quisieran. Espero en este punto que estemos de acuerdo en que, para miles y miles de personas, la migración representa su única salida. O al menos intentar migrar.

La población mexica huyó despavorida, corriendo por sus vidas, escapando de un ambiente de despojo, muerte, violencia, caos e ingobernabilidad causado por los españoles; mismas causas que hoy siguen obligando a miles a abandonar sus lugares de origen.

Si tuviéramos que ejemplificar, no pienso en situación más crítica que la que vive la población de Haití, un país que no ha terminado de recuperarse del terremoto de 2011 y que fue recientemente golpeado por otro igual de catastrófico; si a los efectos de lo anterior le sumamos la inestabilidad política derivada del reciente asesinato de su presidente, podemos caer en cuenta de que es un país donde reina el caos. En Haití predomina el hambre, no existe un saneamiento adecuado y mucho menos algo como la seguridad social o la atención médica de primera necesidad. En suma, se trata de un pequeño país del caribe donde el derecho al desarrollo no existe, ni como concepto ni como hecho. Creo entonces que resulta inconcebible emitir el más mínimo juicio contra quien quiera que quiera salir huyendo de una situación así.

Necesitamos dejar de concebir como normales las imágenes de elementos de la Guardia Nacional y el INM correteando, golpeando y pateando en la cabeza a quienes cruzan la frontera sur, y al contrario, debemos condenarlas e impulsar la creación de políticas públicas que velen por los derechos humanos de todas y cada una de las personas que cruce por nuestro país, que en todo momento el trato hacia ellos sea como el que merece cualquier ser humano, digno.

Porque, preguntémonos algunas cosas: ¿cómo habrá sido aquel momento en que las mujeres mexicas, quizá aún sin terminar de caer en cuenta de lo que pasaba, tuvieron que tomar a sus hijos y explicarles que jamás volverían a sus hogares? ¿Cómo habrán vivido sus últimos suspiros aquellos que perecieron en el agua, o a manos de las espadas y arcabuces de los invasores, tratando de salvar a los suyos de una muerte segura?

¿Cómo habrá sido aquel momento en que las mujeres de Haití, o de Centroamérica, quizá sin terminar de asimilarlo para ellas mismas, tuvieron que ver a los ojos a sus hijos, sabiendo que quizá sería la última vez, antes de emprender el viaje hacia tierras de nadie? ¿Qué habrá pasado por la mente de todos aquellos que daban sus últimos suspiros en las aguas del Río Bravo, o a manos de la policía migratoria, sabiendo que estuvieron a punto de lograrlo?

Es una obligación ética y humana el que terminemos de entender que lejos de acosar, condenar, discriminar y violentar con discursos y hechos de odio a nuestros hermanos y hermanas migrantes, debemos más bien comenzar a cuestionar desde qué posición privilegiada solemos emitir nuestros juicio, pensar más bien cómo podemos seguir apoyando a las miles de personas que atraviesan nuestro país cada año y si funciona, ponerse en sus zapatos; difícilmente podríamos hacernos para nosotrxs mismxs las preguntas de arriba sin sentir ni un poco de empatía.

Comulgo con la idea de que nadie es dueño de la tierra que pisa. No debemos seguir negando que quien fue exiliado de su propia tierra tenga la oportunidad de crecer en otra, en una en la que se sienta como se debería sentir en la propia. En tierras de libertad, cabemos todxs.

León Portilla, M. (2020). Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la Conquista (XXIX ed.). FOC. S.A. de C.V

bottom of page