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Disentir desde el respeto

Por Melissa Cornejo

Toda persona que milite en la izquierda, dentro o fuera de un partido, sabrá que gran parte de la actividad política va acompañada de apasionadas discusiones que, en algunos casos, son metrónomo y compás que guían la agenda.

Por una parte, es fundamental reconocer la importancia de los desacuerdos y el debate dentro de la militancia, pues es gracias a estos ejercicios que podemos ver cada situación desde un lugar distinto y analizar a profundidad la coyuntura que se nos presente. Sin embargo, también es importante señalar que muchas veces somos incapaces de sostener este tipo de intercambios desde la empatía y el respeto, y —queriéndolo, o no— nos resulta muy sencillo herir con descalificaciones personales a nuestros compañeros, pues huelga decir que al hablar de disentir con respeto y empatía, no hablo de tener ese tipo de consideraciones con los fascistas o antiderechos.

Si bien es cierto que lo personal es político y que no debemos solapar conductas homofóbicas, racistas, clasistas o misóginas, es urgente que aprendamos a diferenciar entre el debate y la descalificación personal, pues seguramente todos podemos evocar una discusión entre compañeros que por una crítica o cuestionamiento realizado por una parte, terminó con la otra parte filtrando información sensible a modo de ‘’sacarle los trapitos al sol’’ a su interlocutor con la finalidad de invalidarlo. La delgada línea que separa la confrontación y el chisme, se compone de la responsabilidad que tenemos con nuestros compañeros y la ética.

Para aprender a disentir con respeto, es necesario señalar una de las principales razones que nos lo impiden: discutimos para tener la razón y no para entender a la otra parte, y desde ese sitio, sin humildad y respeto, es imposible construir. Para ser justos, debemos tomar en cuenta el entorno sociocultural en el que se formaron nuestros compañeros, las causas que les mueven, las luchas que han librado y su forma de concebir el mundo. El aprendizaje no se construye desde el regaño o la humillación, sino desde el diálogo respetuoso y la resolución de conflictos de manera fraterna, pues al final estaremos hombro a hombro con ellos.

Para terminar, evoco a Vygotsky, quien sostenía que para comprender el lenguaje de los otros no es suficiente comprender las palabras; es necesario entender su pensamiento, y que nos instruimos a nosotros mismos del modo en el que instruimos a otros; pues es a través de otros que llegamos a ser nosotros mismos.

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