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Cuestión de piel

Por Melissa Cornejo.

Tengo grabado a fuego el recuerdo de la primera vez que me sentí insegura de mi cuerpo, y por mucho tiempo no supe si bendecir o maldecir mi buena memoria. Recuerdo tener cinco años y estar sentada frente a una prima, estábamos usando shorts, y al estar sentadas nuestras piernas se veían más gruesas. Miré sus piernas con curiosidad y luego miré las mías: ¿por qué mi carne abarcaba más sitio en el asiento?, ¿por qué era tan grande? Quería unas piernas como las suyas.

Desde entonces, gran parte de mis días se fue en inventar recetas —o buscar soluciones mágicas en revistas que tenía a mi alcance—. Si escuchaba que tomar dos litros de agua al día ‘’ayudaba a bajar de peso’’, yo me tomaba dos y un poco más; si leía que cierta celebridad hacía mil abdominales al día, yo intentaba hacer lo mismo; si escuchaba que alguien se había sometido a algún tratamiento estético basado en inyecciones, yo jugaba a inyectarme.

Por muchos años mi vida fue una carrera por bajar de peso. Todos los días me consumía la constante lucha con mi cuerpo, y por las noches, imaginaba escenarios en los que todo me salía bien al ser delgada, porque claro, en mi mente cada fracaso amoroso y profesional era culpa de mi peso.

A pesar de haber trabajado el tema en terapia, y de haber mejorado mi relación con mi cuerpo y con la comida este último año, me provoca mucha vergüenza escribir de esto y compartir esta cicatriz con ustedes, pero lo considero necesario no sólo por mí, sino porque no sé si alguna persona encontrará este texto y le ayudará de alguna manera. Quiero ser sincera. Quiero ser transparente. Quiero decirle a todo mundo que hoy puede abandonar su lucha, que hoy puede deshacerse de esos pantalones que ha guardado por años y en los que posiblemente nunca más volverá a entrar, y está bien. Quiero decir que hay otras formas de cuidar nuestra salud que no surgen desde la angustia y el castigo.

Al escribir de mi cuerpo por primera vez —pero no por última—, me siento un poco más ligera —sí, en todo sentido—, y después de veinte años puedo resignificar mi relación ambivalente con mi capacidad de recordarlo todo.

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