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Obras ingratas

Por: Jorge Kahel Ruizvisfocri Virgen

Para un tomador de decisión, la política pública tiene dos grandes variables que definirán su desarrollo: lo técnicamente posible y lo políticamente viable. Por un lado se encuentra las posibilidades materiales, financieras y humanas que hacen posible una intervención gubernamental; por el otro está el nivel de hostilidad o aceptación que la intervención tendrá entre la población. En estas dos variables existe un pequeño espacio de intervenciones necesarias pero odiadas, que entre los funcionarios se conocen como obras ingratas; pues a pesar de su necesidad son rechazadas por su impopularidad.

Un ejemplo claro de una política pública que se termina volviendo una obra ingrata es reemplazar el sistema de tuberías de cualquier zona céntrica en este país. Es indudable que el mantenimiento de tuberías es una necesidad para los comerciantes y la población en general, pues un sistema de tuberías descuidadas genera desperdició en el consumo de agua, que implica mayores costos en el consumo, racionamiento del recurso por la presión hídrica y un descontento contra las autoridades por la falta de soluciones a largo plazo del problema.

Sin embargo, si la autoridad en turno se propusiera reemplazar dicho sistema de tuberías, se encontraría con una resistencia terrible por parte de quienes serán sus beneficiarios: los comerciantes vociferarían injurias a los cuatro vientos por los trabajos de mantenimiento que les quitarían clientes potenciales, quienes paseen por el centro maldecirían el terrible ruido y suciedad de la reparación, mientras que todo el mundo se molestaría por las indudables incomodidades que causaría para el tráfico vehicular y peatonal.

Y así como el reemplazo de tuberías es una obra ingrata, hay una miríada de acciones que ofrecen soluciones a problemas que afectan a la ciudadanía y son recibidos con desprecio. Cuando una vialidad está llena de baches las denuncias llueven contra las autoridades correspondientes, pero cuando estos toman acciones los automovilistas se enfurecen por las desviaciones que los obligan a cambiar de rutas. Una reforma para endurecer los requisitos para las licencias de conducir será recibida con hostilidad por los automovilistas si no se comunica bien, pues se perderá el objetivo de mejorar la seguridad vial ante el enojo de más trámites burocráticos.

Para que las políticas públicas pasen de obras ingratas a ejemplos de buena gobernanza, hay dos acciones claras que los tomadores de decisiones pueden tomar en cuenta para mejorar el impacto de sus propuestas. Por un lado deben invertir más en sus departamentos de comunicación social, para crear una comunicación gubernamental que explique con claridad y sencillez los efectos de las políticas públicas en los beneficiarios; por el otro deben incluir una perspectiva local e incorporar la visión y valores de los beneficiarios en el proceso de diseño de la política pública, pues sin una comunicación efectiva que tome en cuenta la perspectiva local, la intervención está condenada a ser una obra ingrata en el mejor de los casos, y una solución innecesaria en el peor.

Sin duda alguna, toda administración pública está llena de obras ingratas cuyo valor jamás será reconocido, pero sus efectos mejoraran sustancialmente nuestra vida. Sin embargo, las obras ingratas podrían convertirse en casos de buena gobernanza si se tomará la misma atención en el diseño de la comunicación social y en la incorporación de los beneficiados a la atención que se le da a los estudios de viabilidad técnica.

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