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 ¡Justicia para Homero y Raúl!

Por Ángel Estrada

En la mitología romana existen tres hermanas hilanderas conocidas como ‘las Parcas’: Nona, Décima y Morta. Cada una tiene una tarea que en conjunto es diseñar el hilo de cada persona, en el que se determina cuándo nace, cómo será su vida y cómo habrá de morir. Nona gira la rueda, Décima mide la longitud de lo que habrá de durar la vida y Morta corta el hilo en el momento en que esta debe terminar. De ahí la expresión “pender de un hilo”.

Pues bien, en México nuestras vidas penden de un hilo. La diferencia con aquella fábula romana es que nuestro hilo es diseñado y controlado por manos reales: los intereses económicos, los intereses políticos y el abandono del Estado. Pero hay otro factor, pues otra diferencia con la fábula es que en México no se nace con un destino predeterminado (al menos no ideológicamente), sino que ese destino es construido con base en lo que uno vive en su entorno desde temprana edad y con lo que se decide adoptar como estilo de vida a partir de lo aprendido. Es decir, muchas veces la duración de nuestra vida depende de cuáles sean nuestros ideales, qué tan profundas sean nuestras convicciones y qué tanto éstas resulten incómodas para las tres manos que diseñan nuestro hilo.

Las profundas convicciones de Homero Gómez González —activista que luchó gran parte de su vida por preservar el hábitat de las mariposas monarca— le costaron el corte de tajo del hilo de su vida; las manos reales en cuestión nunca soportaron que Homero atentara contra sus intereses, ni que pusiera en riesgo sus oportunidades de desarrollo grotesco a costa de la naturaleza. La solución fue privarlo de su libertad el 13 de enero de 2020 —en primera instancia— para después terminar con su vida de un tiro en la cabeza, dejando su cuerpo en un pozo, donde fue hallado el 30 de enero. Así, los intereses económicos hicieron a un lado una vida que estorbaba (para los grandes capitales eso representa el ser humano que les cuestiona y se atreve a ponerse de frente, un estorbo), para seguir con el mercado de la tala ilegal.

Por su parte, los intereses políticos se encuentran enfocados en asuntos que les apremian más que el cuidado del medio ambiente: la construcción del Tren Maya, que organismos nacionales e internacionales han advertido que puede causar un impacto ambiental de dimensiones mayores en la región sur de México; la construcción de la refinería de Dos Bocas, para la cual se destruyeron varias hectáreas de manglares y la termoeléctrica de la Huexca, a la que este gobierno decidió dar continuidad pese a las advertencias sobre la gran cantidad de agua contaminada (por cierto, la oposición a este proyecto le costó la vida a Samir Flores, otro activista asesinado en febrero de 2019). En los tres casos, donde la vida de cientos de especies corre peligro.

El pretexto es la necesidad de desarrollo económico en la región sur del país que, es cierto, ha sido históricamente abandonada por prácticamente todas las administraciones federales en la historia de México. Pero el desarrollo económico no debe venir de la mano del ecocidio, ¿qué sentido tiene generar y distribuir la riqueza, si de pronto ya no quedarán sombras para descansar del incesante calor del sol, o árboles que regulen la temperatura, o aves que amenicen el camino con su canto? ¿Dónde habrá de vivir y disfrutar del eventual bienestar el ser humano si termina con su riqueza natural y los espacios comunes de convivencia?

Y la otra mano es el abandono del Estado, pues si a este no le interesa, incluso por su propio bien, crear y/o poner en práctica políticas de desarrollo sustentables, obviamente tampoco pondrá atención en proteger la vida de quienes sí luchan por cuidar bosques, selvas y hábitats de muchísimas especies. La prueba está en los más de 120 activistas ambientales asesinados en México en los últimos 15 años. Como dije, este abandono termina por definir también el destino de muchas personas, sobre todo de activistas y luchadores sociales. Un destino que, dicho sea de paso, es una muerte violenta.

Tristemente, al escribir esta columna, me he enterado del asesinato de otro defensor del santuario de la mariposa monarca, Raúl Hernández Romero.

Me hago las mismas preguntas que muchas personas se han hecho a partir de estos acontecimientos: ¿quiénes van a defender la naturaleza, las áreas naturales protegidas y las diversas especies de flora y fauna de nuestro país si siguen matando a quienes se atreven a darles voz? ¿qué nos va a quedar después de que el hambre irracional del capital tenga todo el terreno libre? ¿qué van a defender las futuras generaciones si a este paso no quedará nada que defender?

El Estado y las grandes empresas deben entender que hemos llegado a un punto donde existen dos opciones: seguir sobre el mismo camino o tomar el primer retorno que conduzca a un país que piensa en su futuro de manera integral, es decir, con la naturaleza y el medio ambiente como actores primarios.

Las acciones individuales importan mucho, pero quedan únicamente en buenas intenciones. Si no son las grandes empresas que contaminan el agua, el aire y el suelo quienes empiezan a modificar sus modos de producción y se vuelven sustentables, no habrá un cambio realmente sustancial.

Urge que estas empresas se hagan cargo de los cuantiosos daños que han provocado al medio ambiente, como Grupo México, de Germán Larrea, que derramó 40 mil metros cúbicos de sulfato de cobre sobre el Río Sonora, provocando un desastre ecológico sin precedentes y afectando a más de 20 mil personas. Urge también frenar proyectos que alientan la tala de bosques, selvas y manglares, como los mencionados arriba. Hay muchas maneras de fomentar el desarrollo económico de una región sin tener que atentar de manera tan severa contra el medio ambiente.

Homero entendió que el Estado no defendería el bosque, y que si nadie lo hacía, muy pronto solo quedarían troncos secos y agrietados, y quizá una o dos mariposas aturdidas revoloteando por ahí, esperando la muerte. Homero decidió echar sobre sus hombros esa responsabilidad e hizo un gran trabajo: desafió a grandes poderes fácticos como pocos lo han hecho.

Que su vida, pues, sirva de ejemplo de lo que nos corresponde hacer a todos, si es que aspiramos a tener un futuro donde respirar aire puro no sea un privilegio, o si deseamos poder reposar bajo la sombra de un frondoso árbol, pues aquello habrá de terminar pronto si no se le pone un alto a la voracidad de quienes se creen dueños de la tierra.

Ojalá que esas hilanderas mexicanas pronto dejen de influir en nuestro destino: que el Estado haga su parte protegiendo el medio ambiente y a los activistas, que las grandes empresas saquen sus mezquinos intereses de las áreas naturales que albergan vida en abundancia, y que los políticos respondan al interés común, que no es precisamente un tren o una refinería.

Mientras tanto, gracias, Homero y Raúl. Su lucha no será en vano. Confío en que no.

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